miércoles, 31 de octubre de 2018

El monstruo Valiente: Primera parte (Texto traducido)

23:48:00 2 Comments
Rocío Cumplido González (cc) 2018 #cuento infantil #cuentodeHalloween

El monstruo Valiente: Primera parte

— Si haces algo malo, llamaré al hombre del saco. Vive debajo de tu cama y solo sale cuando haces alguna trastada.

Seguro que has escuchado esto al menos una vez, o quizás sólo en Halloween, después de asustar a los vecinos a cambio de unas chucherías.

¿Sabías que muchos niños no creen en el hombre del saco?
 ¡Incluso piensan que esta historia no es real!

Y como sé que tienes miedo, sé que vas decir… -— ¡No, no es verdad! ¡El hombre del saco no es real!

Pues permíteme sacarte de tu error y apréndete bien esta lección:

  1. El hombre del saco es real.
  2. El hombre del saco es un monstruo.
  3. El hombre del saco es un monstruo muy valiente.

Nuestra historia comienza en la víspera de Halloween, cuando Daniel se negaba a irse a la cama, por culpa de un cuento de miedo que le había contado su hermana.

— ARGHHHHHHH— gritó Daniel al descubrir una araña en su plato.

— ¡Es una araña de pega!— exclamó burlona su hermana mayor Emma. — ¡Niño bebe, chupete y a la cuna!

Así que Daniel se fue a la cama avergonzado:

— ¿Por qué siempre me pasa lo mismo?

 Era una noche oscura, no había estrellas en el cielo y tampoco luna. En cuanto Daniel se metió en la cama empezó a llover. Los rayos iluminaban la oscuridad, llenando su habitación  con sombras terroríficas.

— Solo son ramas— repetía una y otra vez el niño, con la cabeza debajo de la almohada.

De repente, una enorme sombra oscura apareció por debajo de su cama, gateo hasta el exterior; apartando hacia un lado todos aquellos juguetes que se habían quedado ahí abajo olvidados y se puso de pie, mirando directamente al bulto que formaba el cuerpo de Daniel bajo la manta.

Con su enorme mano, el monstruo que acababa de salir por debajo de su cama, cogió la manta que cubría al chico y la tiró al suelo.

Y ahí estaba frente a Daniel un monstruo tan grande, que tenía que doblar el cuello para no romper el techo de la habitación. Daniel cerró los ojos, con la inocente esperanza de que cuando los abriera el monstruo habría desaparecido. Sin embargo, al abrirlos descubrió con terror que aquel monstruo seguía en su habitación, sonriéndolo cómo si no hubiera nada por lo que tener miedo.

— ¡Hola pequeñín!— exclamó el monstruo con un tono de voz divertido. — ¿Cómo estas tuuuu?

El monstruo empezó a hacer caras raras, como las que hace su abuela cuando ve a un bebe en el parque:

— ¿Quién es este pequeño humano?— continuó el monstruo,  mientras Daniel lo miraba sin decir una palabra. — ¿No estarás asustado de este tonto monstruo, verdad? Cuchu, cuuuuuuu.

— ¡No soy un bebe!—gritó Daniel sonrojado. — ¡Tengo seis años!

El monstruo, quien no esperaba que el niño se pusiera a gritar, se cubrió las orejas y se agachó asustado.

Daniel no podía creerlo… ¡aquel monstruo  tenía  miedo de él!

— Lo siento mucho “cosa”— dijo el niño disculpándose. — No era mi intención asustarle.

El monstruo se sentó en el suelo, sintiéndose un poco mejor.

 — No te preocupes chico— respondió el monstruo. — No ha sido culpa tuya. Es que los gritos me asustan. Bueno… en realidad, todo me asusta.

Sentados en el suelo de la habitación, el monstruo le contó a Daniel todo sobre quien era él. Obviamente su nombre no era “monstruo”, tampoco “hombre del saco” y mucho menos “Cosa”. Se llamaba Valiente y vivía en el Valle del Gato Negro, un pueblo donde sus vecinos son todos esos fantasmas, monstruos y criaturas mágicas que aparecen en los cuentos de hadas. Pero lo que más sorprendió a Daniel, fue lo que Valiente dijo justo después:

— Todas las criaturas que viven allí son buenas.

— ¿Y por qué llevas un saco? — preguntó Daniel, señalando su mano.

— ¿Esto?— preguntó Valiente riendo. — Esto no es para atrapar a los niños dentro. Nosotros lo usamos para capturar pesadillas, antes de que entren en los sueños de los niños y niñas.

— ¡Vaya!— exclamó impresionado Daniel. — ¡Eres como un superhéroe!

— En realidad, no— Valiente bajó la cabeza, avergonzado. — Nunca he cazado una pesadilla… ¡me dan un miedo terrible! Mis vecinos se ríen de mí por eso. Dicen que soy un cobarde, una gallina y otras cosas feas que no voy a repetir.

— ¿Y por qué no cambias de trabajo?— quiso saber Daniel. — ¿No hay nada más que sepas hacer?

Valiente miró al chico con ternura y sonrió: nunca nadie le había hecho esa pregunta. A nadie parecía importarle lo que él quería hacer de verdad.

Valiente le confesó a Daniel que su sueño era convertirse en inventor. Le encantaba crear cosas de la nada y hacerlas funcionar.

Hace algún tiempo construyó una radio con piezas de un viejo coche y con ella escucha a los humanos contar cuentos sobre brujas y fantasmas. Fue así como Valiente escuchó como Emma asustaba a su hermano con la historia del hombre del saco.

Valiente conocía muy bien el miedo que sentía Daniel y por eso decidió subir al mundo de los humanos para verlo:

— Nuestro aspecto es muy útil para asustar a las pesadillas— afirmó Valiente

Daniel creyó en lo que el monstruo dijo y ya no tenía miedo de su nuevo amigo. En realidad, sintió mucha curiosidad:

— ¿Tienes algún vecino Zombi?

— ¿Como de grande es el pueblo?

— ¿Celebráis Halloween?... ¿Y Navidad?

Valiente contestó a sus preguntas con paciencia; pero al final, fue el monstruo el que hizo la pregunta más alucinante del mundo:

— Daniel… quizás me meta en problemas; pero… ¿Quieres venir al Valle del Gato Negro?

— ¡SI!— dijo el niño casi gritando.

Daniel abrió el armario y cogió su abrigo, mientras Valiente movía la cama del niño hacia un lado.

— ¡ABRA KRAPUM!— clamó Valiente, pronunciando las palabras mágicas que abrieron la puerta “al mundo de abajo”.

De la nada, formando un agujero en medio de la habitación, apareció una escalera de caracol. Daniel no podía creer lo que veían sus ojos: por lo menos un millón de luciérnagas iluminaban la escalera de piedra. Por un momento se imaginó que era un astronauta flotando entre las estrellas.

Al cabo de un rato, la escalera se terminó. Estaban en la entrada del pueblo, donde un cartel les daba la bienvenida diciendo: “Bienvenidos al Valle del Gato Negro, caza una pesadilla y tendrás dulces sueños”.


Continuara

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domingo, 7 de octubre de 2018

Las mil y una historias de Sol. Capítulo 6

18:26:00 2 Comments

(c) 2018 Rocío Cumplido González.


Capítulo 6: El cuento del mago y el pescador.

— ¡No puedo creer que me hayas mentido!— gritó mamá, soltando de mala manera su bolso de “Bimba y Lola” sobre el maltrecho sofá de nana.

— ¡No exageres Elena!— respondió nana exasperada. — ¡No fue para tanto!

— ¡¿Qué no fue para tanto?!

La pared que separaba el salón de la cocina se convirtió en un punto de espionaje improvisado. Mamá estaba realmente enfadada porque no le habíamos contado nada sobre el traspié de nana y el enterarse por una tercera, solo empeoró su mal humor.

— Y que me haya tenido que enterar por  Margarita… ¡Tú vecina!

— Será cotilla la muy… — susurró nana acercándose a la ventana, para asegurarse de que estaba bien cerrada.

— Una buena mujer, eso es lo que es— seguía relatando mamá. — Si no fuera por ella y su hijo, yo seguiría en la inopia.

Antonio, el hijo de  Margarita y mi madre son “amigos” en Facebook, aplicación que este inocentemente utilizó; para preguntarle a mi madre sobre el estado de salud de nana tras su caída.

Mi madre alarmada, le llamó inmediatamente y tras ponerse al día de toda la situación, habló con mi padre para contárselo todo:

— Tengo que volver al pueblo Fernando— le aseguró, exagerando un poco demasiado. — ¡Nana y André me necesitan!

Y entonces me entró el pánico:

— ¿Dónde estaba papá?

— ¿Por qué no había venido con ella?

— ¿Seguirán juntos o….?

—    ¿Es que crees que no te conozco?— preguntó mamá a nana, haciéndome salir de mis pensamientos. —  Esa noche cuando te llamé discutimos y seguramente para evitar pensar en lo que te había contado, te pondrías a limpiar. ¡Haces lo mismo cada vez que te enfadas?

—    ¿Y  esperabas otra cosa?— preguntó nana con sorna. —    ¿Pensabas acaso que me alegraría por ti? —    ¡Claro!— se respondió así misma nana con falso regocijo— ¡Me encanta ver como mi única hija va por la vida cuesta abajo y sin frenos; sin ni siquiera pensar en los trastornos que puede causarle a las personas más cercanas!

— ¿Y qué pretendes que haga mamá? ¿Qué me sacrifique?— Su voz era solemne, cómo si aquello fuera una sentencia de muerte. — ¿Quieres que siga en un matrimonio en el que ya no hay amor, sólo por mi hijo?

Por un instante el tiempo se detuvo y pude notar el vacío entre cada latido de mi corazón. No podía más; tenía que salir de allí y  alejarme de sus voces tanto como me fuera posible. Entonces, sin previo aviso, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos apareció Sol y ese día; descubriríamos una historia que nos cambiaría para siempre a los dos.

— ¡Buenos días nana Nati! ¿Dónde está André? Le necesito para una misión súper secreta.

— ah hola…

Intentando aparentar normalidad, nana hizo la oportuna presentación. Yo aproveché la ocasión y salí de mi escondite para entrar en el salón cómo si acabara de llegar.

— ¡Hola André!— exclamo Sol, sin darse cuenta de lo incomodo que me sentía en ese momento.

— Necesito que me acompañes al lago— con una expresión algo misteriosa, me cogió de la muñeca e hizo que me agachara. —  ¡Nos vamos de caza!

Tanto mi madre, como nana estuvieron de acuerdo en que me fuera con Sol. Supongo que  era porque así podrían discutir a gusto, sin miedo de lo que yo me pudiera enterar…

   ¡Vaya par de ingenuas!— pensé. — ¿Cuándo se darán cuenta los adultos de que los menores de dieciocho, no tenemos ni un pelo de tontos?

La verdad es que fue un milagro,  que no me atropellara un coche cuando cruzamos la carretera para coger el sendero. Iba mirando al suelo, sin estar pendiente de nada. Bueno, eso no es del todo cierto… de vez en cuando miraba por el rabillo del ojo a Sol, quien caminaba a mi lado como un fantasma.

— ¿Te ha comido la lengua el gato de Don Claudio?— pregunté para romper el silencio.

— ¿Eh? A no, le esquivé esta mañana en la plaza — respondió con una media sonrisa. — ¿Esa era tu madre?

— En carne y hueso— respondí. Sol asintió con la cabeza, afirmándose a sí misma un pensamiento secreto que al parecer no iba a compartir conmigo.

— ¿Por qué vas tan deprisa?— pregunté unos segundos después.

Al tener once años se supone que yo debería ser mucho más rápido; pero me estaba costando Dios y ayuda  mantener su paso. En las anteriores ocasiones en las que habíamos ido juntos al lago, casi había tenido que ponerme de rodillas y suplicarle que aligerara el paso:

   ¡Te paras más que un autobús de línea!— le grité una vez, por detenerse a observar una hormiga.

   ¡Pero mírala André!— me reclamó. — Lleva a cuestas un trozo enorme de gominola. ¡Esta noche  se ponen las botas!
 
Sin embargo, hoy andaba a paso rápido y ligero, como si se le acabara el tiempo y aquello que quería cazar, fuera lo que fuese, se iba a escapar.

A sólo unos pasos de llegar al lago, Sol me agarró con fuerza el brazo y tiró de mí para que la siguiera a través de los matojos secos.

— ¿Por qué vamos por aquí?— pregunté mientras intentaba sortear las espigas.


— Para que no nos vea llegar— me respondió, sin ni siquiera girarse.

Antes de pudiera preguntar “quién” no debería vernos, Sol alzó la mano y me hizo señas para que me agachase.

— ¡Aún no se ha marchado!— exclamó aliviada.

— ¿Pero de quién hablas?— pregunté enfadado. Esa mañana, a causa del calor había tomado la terrible decisión de ponerme  pantalón corto. Decisión de la que ahora me arrepentía. — Si me hubieras avisado, me hubiera cambiado y no tendría las piernas llenas de arañazos. ¡Mira, hasta estoy sangrando!

— ¡Shhhhh! — Sol me hizo señas para que me acercara y entonces pude ver de quién se trataba. Era el huraño pescador.

— ¿Ves ese libro negro que tiene apoyado en el suelo, justo a su lado?— me preguntó Sol en un susurro. — Vamos a bajar por la ladera muy despacio y lo cogeremos prestado un rato.

— ¡¿Tú estás mal de la azotea?!

Sol me tapó rápidamente la boca con su mano, ya que mi pequeño grito había causado que unos pájaros salieran volando asustados.

— ¡Me dijiste que íbamos de caza!— le regañé, a la vez que retrocedía unos pasos para evitar ser vistos. — ¡No mencionaste nada de robar un libro!

— ¡Shhhh!— siseo de nuevo Sol. — Vamos a cazar una nueva historia para mi cuaderno. Sólo cogeremos “prestado” el libro un rato. ¡El tiempo justo para echarle un vistazo!

— ¿Vas a arriesgarte en meterte en un lio, sólo por un libro?

Sol me miró muy ofendida, como si hubiera dicho una mentira cochina. No obstante, desde mi posición eso era lo que  parecía, sólo un libro.

   Papa Diego siempre dice que un libro es algo más que unas cuantas páginas atrapadas juntas entre dos tapas de cuero o cartón. Dice… “Un libro es la puerta a un universo nuevo y al leerlo; todas sus maravillas salen al descubierto.”

Antes de darme tiempo a pensar en lo que me acababa de decir, Sol me contó su plan para hacerse con el libro del pescador:

— En algún momento tiene que picar algo ¿verdad?

Asentí impaciente sin decir nada… — ¡Esta niña esta majara!

— Esa será nuestra señal, ya que en cuanto uno pique, el pescador se levantará y nosotros aprovecharemos su despiste para bajar a toda velocidad. Cogeremos el libro en un pis pas y saldremos pitando por ese sendero, el que empieza al lado de aquel olivo tan  viejo. ¿Ves? Será coser y cantar. — ¿Qué podría salir mal?

    ¡Todo podría salir mal!— exclame intentando controlar como pude los decibelios de mi voz. ¿Y sí nos pilla, se enfada y nos hace daño?

Haciendo oídos sordos a mis advertencias Sol se agachó, haciéndome señas  para que hiciera lo mismo y me fijara en lo que en ese momento estaba haciendo el pescador:

— ¡Mira André!

El hombre, que debía ser ya mayor (no tanto como nana; pero casi) soltó la caña de pescar, dejándola apoyada sobre el cubo de cebos para, seguidamente agacharse y coger el libro.

Por algún motivo que entonces no entendí movió la silla plegable y  la dejó mirando hacia nosotros.

— ¡Agáchate!— le pedí a Sol mientras yo me tumbaba en el suelo.

— ¡No seas tonto André!— exclamó sin hacerme el menor caso.

Más por curiosidad que por otra cosa, decidí despegar la nariz del suelo y lo que descubrí me dejó sin palabras: Sol estaba equivocada, aquello no era un libro. Al menos no uno convencional. En realidad lo que el pescador tenía entre las manos; era un álbum.  

Aunque no alcanzaba a verlo con claridad, si conseguí apreciar que en cada página había pegadas no solo fotos, si no también recortes de periódicos.

— ¡Podéis acercaros sin miedo!— dijo el hombre sin levantar la vista del álbum. — Sé que soy bastante feo; ¡pero os aseguro que no muerdo!

— ¿Nos está hablando a nosotros?— le pregunté a Sol, aunque ambos sabíamos la respuesta:

— ¡No hombre, le hablo al panadero que pasa por aquí todos los días!— respondió el pescador, ahora sí alzando la vista. — El problema de este sitio es que tiene eco. Así que aunque habléis muy bajo, se os puede escuchar desde lejos.

Mientras bajaba por la ladera, sentía como mis mejillas ardían a causa de la vergüenza: el pescador nos había estado escuchando todo el rato y ahora sabía que habíamos planeado (corrijo… ¡Sol había planeado!) quitarle el libro,

— Así que vosotros sois los niños del pueblo: el chico de ciudad y la niña torbellino. ¿De verdad pensabais robar mi libro?

   Yo… emmm, nosotros…— tartamudeé.

   La idea fue mía señor pescador— respondió Sol, asumiendo toda responsabilidad. —  le he visto varias veces ojeando ese libro en el bar del pueblo y ya no podía aguantar más la curiosidad… ¡Necesito verlo!

A causa del eco, la risa del pescador resonó por toda la explanada. Ya no parecía el señor huraño que nos habíamos imaginado y entonces; el falso miedo que nos causaba  su imponente imagen, desapareció en un instante.

— Acercaos y os lo enseño.

Nos sentamos en el suelo, frente a él. Gracias al rocío de la mañana, la hierba aún se sentía fresca, lo que alivió bastante la sensación de calor.

— Esta foto la hice cuando viaje al círculo polar ártico— empezó a decir girando el álbum para que pudiéramos verlo mejor. — En aquella época trabajaba como fotógrafo para un periódico y siempre me estaban mandando a sitios raros y exóticos. Una vez incluso tuve que pasar por una cuerda con un equilibrista. ¡Estábamos a seiscientos metros de altura!

— ¿Y eso por qué?— interrumpió Sol.

— Porque así tendría la mejor perspectiva— contestó sacando la foto del álbum para enseñárnosla.

Y allí estaba el equilibrista pasando por una fina cuerda entre las montañas, con el mar de fondo. La imagen en conjunto impresionaba, aun siendo en blanco y negro.

— Eran los años cincuenta y en aquella época no era una práctica común el revelado de imágenes a color— comentó leyendo mis pensamientos.

   ¿No me diga que conoció al  gran mago Houdini?— preguntó Sol, señalando uno de los recortes de periódicos.

   ¡Vaya, no sabía que parecía tan viejo!— exclamó el pescador riendo. — Por desgracia el gran Houdini ya estaba haciendo magia entre las estrellas cuando yo nací. Este recorte pertenecía a mi padre. Le encantaba el circo, los magos, el ilusionismo y coleccionaba noticias que tuvieran que ver con eso. Incluso tenía artículos en otros idiomas. Era tan grande su pasión, que no le importaba no entender lo que decían.

   Creo que puedo ayudarle con este— dije acercándome para leerlo bien. — Aquí dice… “Houdini será atado con una camisa de fuerza esta noche, pasada la madrugada: El artista del escapismo Harry Houdini será atado en una camisa de fuerza y colgado, con los pies completamente inmovilizados a unos 150 metros de altura esta noche a las 12:30 en la avenida Pensilvania.”

— Tuvo que ser impresionante— aseguré.

— Seguramente lo fue— afirmó el pescador cerrando el álbum. — Pero yo conocí a un mago que era casi mejor.

— ¿Quién?— preguntó Sol, a sabiendas de que el pescador iba a darle lo que había venido a buscar.

— Cuando era pequeño  mi padre y yo leímos en el periódico, que en dos semanas un circo estaría ofreciendo su espectáculo; en una ciudad pequeña muy cerca de donde vivíamos. La verdad, es que no sé quién se emocionó más: si mi padre o yo;  porque no paramos de hablar del tema en dos semanas. Mi madre estaba tan harta ¡que incluso nos amenazó con echarnos de casa!
Lo malo es que hicimos muy mal los cálculos y al final solo pudimos ahorrar dinero para que uno de los dos viera el espectáculo.

   Entra tu hijo— dijo mi padre ofreciéndome la entrada.

   No papá— respondí. — No quiero entrar sin ti.

   Tienes que hacerlo— me apremió. — Nunca has estado en un circo.

   Tu tampoco…

   Pero yo ya soy mayor y viejo— respondió agravando el tono de su voz. — Además, los trucos de magia solo funcionan en los ojos de aquellos, que ven la grandeza en los actos pequeños. Vamos, entra de una vez mi pequeñín. Yo te espero justo aquí.

Triste y sin entender muy bien lo que me acababa de decir,  le di mi entrada al payaso que controlaba el acceso y entré sólo en la carpa.

Mentiría si os dijera que no disfruté del espectáculo. Lo hice; sobre todo cuando apareció el mago:

¡Y ahora mi querido público, empieza el espectáculo que estabais esperando! ¡Venido desde la lejana tierra de Croacia llega el gran mago Aleksandar!

El público rompió en aplausos en cuanto apareció: lo recuerdo alto y de aspecto fuerte; pero sobre todo recuerdo su truco final.

 — “No quiero terminar este espectáculo sin hacer a este magnífico público un regalo; pero para eso tendréis que confiar en mí. Voy a pediros que cerréis los ojos y pidáis un deseo. Si pedís el deseo con el corazón lleno de bondad, os aseguro que muy pronto se cumplirá. Puede que incluso antes de que volváis a abrir los ojos.”

Todo el mundo cerró los ojos en cuanto el mago Aleksandar lo pidió. No tuve que pensar mucho en mi deseo. Lo tenía tan claro, que incluso pensé que podía olerlo.

— ¿Qué deseo pediste?— preguntamos impacientes.

— Pedí algo que creía imposible; pero resulta que la magia si que existe y con ella, ningún deseo es imposible. Deseé que mi padre estuviera allí conmigo y cuando abrí los ojos ¿sabéis qué? ¡Estaba sentado justo a mi lado!

Cuando salimos le pregunté a mi padre como lo hizo. Una parte de mí no se terminaba de creer que el deseo se hubiera cumplido.

— ¿Y qué te dijo?— Sol estaba tan encantada con la historia, que no se había dado cuenta de que el pescador también se había sentado en la suelo. — Mi padre, juró y per-juró que no tenía ni la menor idea de cómo acabó sentado a mi lado: — te aseguro que no lo sé. Yo estaba fuera de la carpa esperando y de repente, se escuchó un ¡ZAS! y aparecí a tu lado.

Estuvimos con el pescador un par de horas más escuchando sus historias, hasta que el rugido de nuestros estómagos nos indicó que se acercaba la hora del almuerzo.

— La historia del mago y el pescador ha sido la mejor, ¿No crees?— pregunté a Sol, cuando cogimos el sendero para volver a casa. Sin embargo, Sol volvía a estar muy callada. Tenía la mirada fija al frente. Ni siquiera pestañeaba y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba aguantando las lágrimas.

— ¿Se puede saber qué te pasa?— pregunté un poco molesto. — ¡Hemos conseguido la historia del pescador!

— Si, lo sé, es qué…. Ya sólo tengo que encontrar una historia más para llegar a las mil y entonces todo acabará.

— Siempre puedes empezar un cuaderno nuevo — afirmé intentando animarla. — y si no encuentras más historias que escribir,  no te preocupes. El verano que viene, cuando vuelva te contaré cientos de historias nuevas.

Algo pareció romperse dentro de Sol; porque ya no pudo parar las lágrimas y sus ojos se convirtieron en dos cataratas:

— Para entonces yo ya no estaré aquí— sentenció. — Al final del verano mis padres y yo nos mudaremos a otro pueblo y lo más seguro, es que nunca  volvamos a vernos.


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Continuara


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