miércoles, 25 de diciembre de 2019

El elfo más veloz

13:28:00 0 Comments

© 2019 Rocío Cumplido #cuentosNavidad #cuentosinfantiles #rimas #poemas

El elfo más veloz

Lejos, muy lejos,
donde siempre es Navidad.

Hay una aldea llena de magia.

Allí, todo puede pasar.

Las luces de las casas,
poco a poco se van apagando.

Los elfos al fin descansan.

Ha sido un año de duro trabajo.

Y es que aunque las cartas no llegan,
hasta que Septiembre dice adiós.
Ellos lo han preparado todo,
para que luego, no les cace el reloj.

Uno de ellos es Rino
y es, el elfo más veloz.

Duerme junto a la chimenea,
con un ojo abierto y el otro no.

Está a punto de entrar al mundo de los sueños,
donde una aventura lo llevará a un mundo nuevo.

Justo entonces, se abre la puerta de sopetón.

Entra un regalo volando,
rompiendo cada vaso, cuadro y jarrón.

Se ha caído del trineo de Santa
y ahora, no sabe cómo llegar a su nueva casa.

¡Piensa Rino!

¡Piensa algo rápido!

No puedes esperar a Santa,
no puedes esperar a que cada regalo esté en su casa.

En cuanto los renos vuelvan
su magia desaparecerá.

Serán renos normales,
no podrán volar hasta la próxima Navidad.

Sin perder el tiempo,
Rino se calza sus zapatos de elfo.

Coge el regalo y sale pitando,
aunque no sabe dónde está Santa,
no sabe cómo encontrarlo.

Al ver a la estrella Polar,
le pregunta donde puede estar:

“¿Has visto a un hombre rechoncho?”

“¿Con una gran barba y un traje rojo?”

La estrella le dice que sí,
que hace un buen rato pasó por allí.

“Le vi irse hacia el Norte,
hacia donde acaba la nieve y empieza el bosque.”

Rino corre y corre,
no para hasta que llega al bosque.

“¡Santa!”
“¡Santa!”
“¿Dónde estás?”
“¡No te escondas!”
“¡No es hora de jugar!”

Pero Santa no contesta,
porque allí ya no está.

“Se ha marchado hacia el Este.”

Le dice un búho de repente.

“Se ha ido hacía donde termina la tierra y comienza el mar,
hacía donde las olas chocan con más intensidad.”

Rino corre y corre de nuevo,
corre más rápido que el viento.

Pero igual que antes,
Santa no está en ningún lugar.

¡Y Rino no sabe nadar!

“¿Cómo voy a cruzar el mar?”

Entonces una gaviota se ofrece a llevarlo:

“Te llevaré volando,
así lo alcanzarás más rápido”.

Juntos sobrevuelan muchas ciudades, pueblos y aldeas;
pero el trineo siempre les lleva la delantera.

Y justo cuando está a punto de rendirse,
Rino escucha un “¡HO, HO, HO!”

“¡Vuela gaviota!”
“¡Vuela!”
“¡El trineo está muy cerca!”

Cuando están cerca del trineo,
Rino lanza el regalo dentro:

Sin embargo,
antes de que caiga en el saco,
el trineo gira de repente hacia otro lado.

El regalo cae y cae.
Cae por el hueco de una chimenea,
donde un anciano duerme,
sujetando en su mano fotos viejas.

El anciano está solo en esta fecha tan especial,
e igual que el año anterior,
nadie le deseará Feliz Navidad.

Al despertar y ver el regalo,
sabe que Santa se ha equivocado.

Lo coge y  en él descubre una etiqueta,
donde se puede leer el nombre del niño,
esta escrito entre dibujos de estrellas.

Rino oculto detrás de una maceta,
ve como el anciano sale de su casa,
llevando entre sus manos la pequeña caja.

“¿Qué va hacer con el regalo?”

Se pregunta asustado.

“¡Espero que no se le ocurra hacer algo malo!”

Pero nada más lejos de la realidad…

Dos casas más allá,
si giras a la derecha,
y andas un poco más,
verás al anciano llamar a una puerta.

En el portal aparece un hombre con su hijo.

El niño se esconde detrás de las piernas de su padre.

No le gustan los desconocidos.

El anciano con una sonrisa
le entrega el regalo,
le explica que el despistado de Santa lo había extraviado.

El niño suelta el regalo y abraza al anciano.

Lo había buscado por todo el árbol;
y ya pensaba que no iba a encontrarlo.

Como agradecimiento el padre le invita a pasar
y estuvieron todo el día juntos,
contando cuentos de Navidad.

Rino vuelve a la aldea feliz,
y no solo porque el regalo esté en su nuevo hogar.

Es porque ha descubierto,
que la auténtica magia,
está escondida en los pequeños actos de bondad.


FIN

Pixabay


lunes, 25 de noviembre de 2019

El autobús de Halloween. Segunda parte

0:45:00 0 Comments

Rocío Cumplido (c) 2019 #cuentoHalloween


EL AUTOBÚS DE HALLOWEEN. SEGUNDA PARTE.

Adán sólo consintió soltarle la mano a Emily cuando llegó el momento de entrar al castillo.

— ¡Sujetaos a la cadena si queréis seguir de una pieza!— aconsejo Manzana Podrida sano y salvo, desde el otro lado.

La semana anterior, en clase, el profesor de Adán  había explicado que en  la edad media; algunos castillos estaban rodeados por un río y debían cruzarse a través de un puente levadizo.

— No estaría de más actualizar los libros de historia— pensó el chico mirando con terror hacia abajo.

Bajo sus pies, débilmente apoyados en una roca, solo había un precipicio del que subía hacia arriba el viento.

— No mires hacia abajo Emily.

Intentando seguir su propio consejo,  Adán saltó hacia la ventana de entrada.

Una vez dentro, los chicos se dieron cuenta de que no era solo el  exterior del castillo. En el interior las mesas, los espejos, las estanterías, ¡nada estaba donde debería!

— ¿Por qué está todo del revés?—  preguntó Emily  a su nuevo amigo, mientras esquivaba una lámpara de araña que desafiaba las leyes de la gravedad.

— No lo sé — admitió Adán.

La pequeña paró en seco y lo miró incrédula:

— ¡Yo creía que los mayores lo sabíais todo!
— No soy un adulto— alegó el muchacho. — Solo soy un poco mayor que tú.

Emily se quedó muy callada durante unos segundos cuando de repente, se le ocurrió una idea muy atrevida:

— ¿Cómo de mayor será Manzana Podrida?— preguntó dando un pequeño saltito para averiguar dónde estaba el susodicho.

— No estoy seguro — afirmó el chico. — Aunque por lo que dijo en el autobús, está aquí desde que era un niño.

Adán al ser más alto, distinguía perfectamente a Manzana Podrida. La capucha que antes le cubría la cabeza,  descansaba ahora sobre su espalda, lo que le permitió distinguir cada uno de los huesos de su blanquecino cráneo.

— Creo que eso fue hace mucho, mucho tiempo— dedujo al contar los cuatro pelos negros que le quedaban en la cabeza al engendro.

— ¡Eso es perfecto!— exclamo la niña soltando la mano de Adán.

Emily corrió entre las filas de niños asustados hasta alcanzar a Manzana Podrida.

— ¡Mira por donde pisas!— le gritó a la niña cuando está casi aplasta a un bicho. — ¡Esa es la araña favorita del rey de las pesadillas!

— ¿Por qué está todo del revés?— preguntó Emily sin disculparse. — ¿Por qué estamos andando por el techo, en vez de ir por el suelo?, ¿por qué están las sillas ahí arriba?, ¿por qué el nido de ese cuervo está boca abajo?, ¿por qué esto?, ¿por qué aquello?, ¿por qué?, ¡¿por qué?! ¡¿POR QUÉ!?

Harto de tanto griterío, Manzana Podrida la cogió del camisón y la  levantó, haciendo que se le callera una de sus zapatillas. Ahora ambos estaban a la misma altura. Emily pudo sentir la nada en los ojos vacíos del monstruo. Dentro de ellos no había amor, ni esperanza, ni ilusión, solo… nada.

— Ahora entiendo por qué no estabas en la lista de niños buenos.

— ¡Suéltala!— gritó Adán dándole una patada.

Manzana Podrida soltó a Emily y está calló al suelo de espaldas.

— ¿Estás bien? — preguntó Adán ayudando a la pequeña a incorporarse.

— ¿Pero tú que problema tienes?— gritó el chico enfrentándolo. — ¡No puedes tratar así a una niña!

La risa de Manzana Podrida resonó por todo el pasillo, haciendo temblar el agua de una pecera que cómo todo lo demás, desafiaba el orden natural.

— Siempre y cuando el daño no sea permanente, puedo haceros temblar hasta los dientes.

Con algo de esfuerzo el engendro se inclinó para recoger la zapatilla y se la ofreció a Adán, en vez de a la niña.  El chico tembloroso, alargó la mano para cogerla y entonces este le atrapó del brazo y lo acercó bruscamente para susurrarle al oído.

— Si el hombre del saco te considera malo en su sentencia, serás mío y haré que vivas en una pesadilla eterna.

Manzana Podrida soltó a Adán del brazo y de un empujó obligó a los niños a volver a ponerse en la fila.

Continuaron caminando durante un buen rato más, en completo silencio. Todos los niños habían escuchado las palabras de Manzana Podrida y nadie quería arriesgarse a hacerle enfadar.

En un momento dado, el espeluznante guía paró en seco haciendo que unas hermanas gemelas chocaran contra él. Sin disculparse por no haber avisado, rodeo con sus arrugadas manos uno de los tiradores de oro macizó; para luego dar un gran empujón hacía adelante y abrirla.

Mejor dicho…, intentar abrirla.

Adán calculó que la puerta debía pesar unas cuantas toneladas. En un lado tenía grabados de árboles secos y en el otro; pinos frondosos cómo el que su abuelo les trae a casa cada navidad, aunque estos no tenían adornos.

En lo más alto, uniendo ambos lados, había grabado un reloj de arena. No obstante, el detalle que llamó la atención del muchacho, no fue el hecho de que contuviera arena de verdad, si no que esta no caía hacía abajo.

Tras el enésimo intento Manzana Podrida consiguió abrir la puerta, haciendo que el reloj se dividiera por la mitad; pero su contenido seguía inmóvil e intacto.

— Ahora entrad— ordenó casi sin aliento. — Seguid el camino hacia la derecha y sentaos en la silla que pone vuestro nombre.

Al entrar, las caras de miedo se mezclaron con las de asombro. Tal y como les había adelantado Manzana Podrida, todos los niños iban a enfrentarse a un juicio. Sin embargo, no había mencionado que tendría lugar en una sala sin ventanas, donde la única luz procedía de unas antorchas llenas de polvo y telarañas.

— ¡No me dejes sola!— exclamó la niña tirando de la mano de Adán. El chico miró el nombre del asiento que tenía justo al lado. “E. Cabret”.

— ¿Ese es tu nombre?

La pequeña asintió sin apartar la vista del suelo, cómo si no mirando el asiento, pudiera hacerlo desaparecer.

Adán se arrodilló para que pudiera mirarle a los ojos. Esto  obligó a algunos niños a esquivarlos para seguir buscando su asiento.

— Te prometo que no voy a perderte de vista— le aseguró secándole una lágrima. — Esté donde esté, siempre te tendré a las seis.

Rápidamente, Adán le explicó que esa era la frase que solía usar su padre cuando el chico tenía miedo.

“Te tengo a las seis” le dijo la primera vez que montó en bici sin los ruedines. También su primer día en primaria y la última vez, hace tres meses, cuando cogió en brazos a su hermana.

— Aunque no me veas estaré ahí, siempre.

Algo más tranquila, Emily se sentó en su silla y Adán siguió la fila de niños para buscar la suya.

No tardó mucho en encontrarla y afortunadamente estaba lo bastante cerca cómo para no perder de vista a Emily.

En cuanto estuvieron todos sentados sonaron tres campanadas.

— Todo va a salir bien— pensó Adán.

Envueltos en un torbellino de humo negro, aparecieron siete engendros más y se sentaron en una hilera de sillas, que estaban dispuestas en un pedestal justo enfrente del grupo de niños.

— Todo va a salir bien— volvió a repetirse.
En medio de la sala emergió una silla decorada con cadenas, de las que colgaban los mismos cinturones que los habían mantenido inmóviles en el autobús.

— Todo tiene que salir bien.

Adán podía sentir de nuevo el rechinar de sus dientes e intentó controlarlo.

— Solo tengo que demostrar que he sido bueno — se dijo, intentando convencerse a sí mismo.

Y la verdad era que en los últimos meses, Adán había sido excepcionalmente bueno, más de lo que podría esperarse en un niño de su edad.  Todos creían que se debía a su nuevo roll de hermano mayor, aunque eso no era del todo cierto. Algo había cambiado en casa; pero su padre le había prohibido hablar de ello con nadie más.

“No te preocupes, pronto todo volverá a la normalidad”

De repente se formó de nuevo un remolino de humo negro; pero este era diferente. Llegaba del suelo al techo y escupía rayos contra las paredes. Un niño de pelo rojizo, que no debía de tener más de siete años, tuvo que agacharse para esquivarlos.

Gracias a la iluminación de los rayos, Adán pudo ver mejor  el torbellino y lo que estaba pasando dentro de este.

— ¿Quién es ese?— se preguntó al distinguir una figura masculina dentro.

 “Soy la pesadilla que olvidas al despertar” respondió una voz contestando a su pregunta. Aunque Adán no lo había formulado en voz alta.

La figura se dejó al fin ver, dando un solo paso hacia delante,  disolviendo a la vez el torbellino.

Los ojos del rey de las pesadillas tardaron muy poco en acostumbrarse a la nueva iluminación y,  con deleite, observó como se dibujaba el horror en todas y cada uno de los pequeños rostros que lo miraban.

Este era su trabajo, la misión que le habían asignado hacía siglos. Ser el otro lado de la balanza. Ser quién castigue la maldad, mientras su hermano Claus se llena de gloria premiando la bondad.

— Si este debe ser mi trabajo— pensó mientras andaba hacía su trono de rey y juez. — ¿Por qué no divertirme un poco mientras lo hago?

Al sentarse, acarició con suavidad las imágenes de cuervos que adornaban los reposabrazos.

Otro año más, tendría que escuchar con paciencia, las excusas de los niños “malos” que según ellos justificaban sus actos durante ese año.

De vez en cuando dejaba volver a un niño o niña a casa, solo porque su explicación le había hecho gracia; pero también había encerrado en el castillo a quién había dicho la verdad, solo porque había escuchado la misma excusa mil veces o más.

Decidido a dar comienzo, cogió el mazo de la mesita que tenía justo a su derecha y dio tres golpes en la mesa:

“Soy la pesadilla que olvidas justo al despertar,
el rey de los malos sueños,
el amo de la oscuridad.


He tenido muchos nombres,
Casi todos ya olvidados;
pero uno ha persistido.


Y ese es…

¡El hombre del saco!

Tenéis hasta que caiga la arena para demostrar que sois buenos,
en tal caso mañana creeréis que todo esto ha sido solo un sueño.


Pero si no lográis convencerme…

La pesadilla no habrá hecho más que empezar,
os quedareis aquí para siempre,
os convertiréis en un siervo más.”

Nadie se había dado cuenta; pero Manzana Podrida estaba en el centro de la sala con un pergamino entre las manos. Al escuchar el inconfundible sonido de su tos, todos los niños y niñas acusados esa noche, desviaron la mirada de la malévola sonrisa del macabro juez y le prestaron atención.

El engendro dijo el primer nombre de la lista. Era el nombre del niño que tuvo que agacharse para que no le alcanzara el rayo y al sentarse en la silla los cinturones lo atraparon.

Intentando controlar el temblor de su voz, el chico explicó que no había sido idea suya asustar al perro de su vecino con los petardos. Si no que fueron unos matones de su colegio, quienes le obligaron ha hacerlo.

Afortunadamente el hombre del saco le creyó y exculpó, al  igual que a las gemelas y otros dos niños más a los que nombraron después.

Por desgracia un niño que había robado un vídeo juego de una tienda, no tuvo tanta suerte y fue condenado a convertirse en siervo del castillo para siempre.

— ¡A. Bastián!— chilló el engendró en cuanto la silla soltó a la última víctima,

Adán bajo decidido a contar toda la verdad y nada más que la verdad, ya que siendo sincero nada podría salir mal.

“Qué bonita es la ingenuidad, ¿verdad?”

Continuara…

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lunes, 21 de octubre de 2019

El autobús de Halloween. Primera parte

1:00:00 1 Comments

© 2019 Rocío Cumplido #cuentoHalloween 

EL AUTOBÚS DE HALLOWEEN. PRIMERA PARTE

Nuestra historia comienza, en una noche algo parecida a esta. Aquella noche en particular, las estrellas se ocultaban tras un escudo de nubes negras. Los truenos parecían estar muy lejos. Sin embargo, los rayos ya iluminaban las oscuras calles del pueblo.

 Y es que hoy, al igual que entonces, solo faltan unos segundos para que llegue la media noche. En ese momento será 31 de octubre y los engranajes del reloj volverán a girar.

 — ¿Puedes oírlas ya?

Esas son las campanas de la vieja iglesia. Están tocando su “din, don, dan” y todo vuelve a empezar.

A estas horas Santa Claus ya ha enviado al hombre del saco, la lista de los niños y niñas que han sido malos. Los cuervos se esconden entre las ramas de los árboles medio secos. Saben que el autobús de Halloween no está lejos.

Din, don, las campanas sonaron.
Ya es media noche,
todo ha empezado.
¿Has sido malo?
¡Qué mala suerte!
¡El autobús de Halloween viene a recogerte!

Una enorme sombra oscureció por completo la habitación de Adán mientras este dormía como un lirón. Era la primera vez en tres meses que Ángela, su hermana pequeña, no lo despertaba en medio de la noche llorando.


Quizás por eso no se percató de cómo el acolchado edredón que lo arropaba, se deslizaba solo hacía los pies de su cama, destapándolo.

Tampoco se percató de que, en contra de su voluntad, se había incorporado hacia adelante para después  girarse.

Fue el tacto de sus pies descalzos sobre el frío mármol lo que lo hizo despertarse; pero ya era demasiado tarde: estaba bajo el embrujo de la noche de Halloween.

— ¡Que me está pasando!— gritó el chico desesperado. — ¡Mamá! ¡Papá!, ¡ayudadme!

Pero ninguno de ellos acudió corriendo para salvarlo y con razón:

En cuanto sonó la última campanada; todos los adultos y los que están en la lista de niños y niñas que han sido buenos, se quedaron congelados en el tiempo.

Intentó luchar contra la fuerza invisible que movía sus piernas hacia el otro extremo de su cuarto. — Voy a chocar contra la ventana y entonces despertaré. — susurro el iluso chico, con la esperanza de que todo eso, no fuera más que un sueño vivido.

Fue entonces cuando la ventana de su cuarto se abrió de par en par, dejando entrar el frío de un otoño que había llegado un mes más tarde de lo normal.

— No, no, no, no, no ¡por favor!— suplicó entre lágrimas, al ver como su cuerpo le obligaba a sentarse al borde de la ventana. Entonces cerró los ojos y esperó su fin. Había cinco pisos entre él y el asfalto y solo un milagro podría salvarlo.

Al abrir los ojos vio como dos enormes faros volaban a toda velocidad hacía el. — ¿Un platillo volante va a rescatarme?

A tan solo dos metros de distancia, el OVNI frenó en seco y  giro racheando sobre su izquierda alineando la puerta de entrada con la ventana. No era un platillo volante, era un autobús y no venía a rescatarlo.

Sujeto a la puerta de ese autobús flotante, había un hombre flacucho y de piel grisácea.

— ¿Eres A. Bastián?— preguntó sujetándose con fuerza a la barra de seguridad.
Adán no quería asentir; pero algo en su interior le dijo que era inútil mentir.

— Buen chico— afirmó el engendro sonriendo. Parecía que sabía que no le quedaba más remedio. — Tu nombre está en la lista de los que no han sido buenos, así que  vamos para adentro y toma asiento.

De repente el hombre lanzó un saco sobre Adán y lo atrapó dentro.

— ¡Sácame de aquí!, ¡sácame por favor!— gritó el chico a pleno pulmón.

Adán, al notar que había recuperado el control de su cuerpo; intentó salir del saco pataleando. Al comprobar que no surtía ningún efecto trató de arañarlo, pero fue inútil y encima perdió dos uñas de la mano derecha.

Unos segundos después, sintió como su cuerpo chocaba contra algo duro y pringoso. Se acomodó en lo que  parecía ser un asiento y dejó de patalear.
El saco empezó a desintegrarse, convirtiéndose en cenizas. Algunas de ellas se pegaron a la camiseta de su pijama, formando la palabra Malo encima del dibujo de spiderman.

En ese momento, siete cinturones de seguridad salieron de su asiento atrapándolo. No podía moverse y mira que lo intentó.

— Deja de moverte ya— le regañó el hombre. — Si continuas así, los cinturones te apretaran cada vez más y no quieres dejar de respirar, ¿verdad?

Con una malévola sonrisa triunfante, le dio la espalda a Adán. — Buen chico— susurró, — aunque no lo suficiente.

Cojeando, el extraño ser llegó hasta el asiento del conductor y sin ni siquiera girar la llave, arrancó el motor del autobús.

Antes de que pudiera pestañear, estaban volando entre el escudo de nubes sin más iluminación que los rayos que cruzaban amenazantes el cielo. En un momento dado, el conductor encendió el botón del micrófono con una de sus mugrientas uñas.

— ¡Buenas noches pequeños traviesos!

 Aunque su voz intentaba sonar animada; daba incluso más miedo. — ¡Nos toca decir “Hola” de nuevo!; pero por ser la última vez lo diré todo más rápido. Así volveréis enseguida a vuestros lamentos y llantos.


En la noche de Halloween,
la más perfecta,
Santa Claus manda una carta
y todo empieza.
El viejo barbudo está harto de niños malos,
que solo se portan bien dos días al año.
¡Se merecen un castigo!
¡No un regalo!
Por eso esta noche, ante el hombre del saco,
tendréis que demostrar que no sois tan malos.
Si lo hacéis bien,
¡genial, volvéis a casa!
Y si no…
os convertiréis en alguien como yo.
¡No soy tan feo!
¿Verdad que no?
Ahora relajaos en vuestras sillas,
mi nombre es Manzana Podrida
y seré vuestro guía en esta pesadilla.


Sintiendo el rechinar de sus dientes, Adán procuró controlar sus movimientos. Los cinturones le estaban dejando marcas por todo el cuerpo.

— ¿Santa Claus me ha hecho esto?

Sin aún creérselo del todo, pasaron por su mente los recuerdos de la última navidad, cuando sus padres le anunciaron que por fin tendría esa hermana o hermano, que tanto había pedido en sus cartas al hombre del traje rojo y la barba.

Eso fue el año pasado y entonces Adán Bastián tenía nueve años. Se supone que ya no debería creer en esas cosas. Sus compañeros del colegio por ejemplo, habían dejado de creer hace mucho tiempo; pero él se resistía a hacerlo:

— No quieras crecer demasiado rápido — solía decirle su abuelo. — el tiempo vuela cuando eres pequeño y  antes de darte cuenta, dejarás de serlo.

Adán estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que no se dio cuenta que alguien le pegaba una patada en la pierna. La niña de cinco años que estaba sentada a su lado  le dio  otra vez, más fuerte. — ¡A ver si esta vez tengo suerte!

Y la tuvo…

—  ¡¿Pero qué pasa contigo?!— gritó, aunque al momento se arrepintió.

Se notaba que la pequeña había estado llorando a mares. Adán no pudo ni distinguir el color real de sus ojos, ya que se habían vuelto de un tono rojo sangre.

— ¿Sabes dónde está mi mamá?— preguntó con un hilo de voz. — ¡Quiero volver con ella!

Adán negó con la cabeza, preguntándose que cosa tan mala podría haber hecho una niña tan pequeña.

— ¿Cómo te llamas?— preguntó.

— Emily— respondió la pequeña entre sollozos.

Usando algunos trucos de hermano mayor, intentó hacer sonreír a Emily. En su interior, aún tenía la esperanza  de que todo lo que le estaba pasando, no fuera más que un sueño muy, muy raro.

— ¡Eres un payaso!— afirmó la niña al cabo de un rato.

— ¡Ejem, ejem!

 Al estirar un poco el cuello, Adán descubrió que  Manzana Podrida había activado de nuevo el micrófono.

— Estamos a punto de llegar pequeños traviesos y os aconsejo, que os agarrareis a vuestra silla bien fuerte, si no queréis perder los dientes.

En cuanto apagó el micrófono Adán sintió un vuelco en el estómago. El autobús de Halloween caía en picado y parecía que nadie lo estaba controlando. Aterrados, todos y cada uno de los niños “malos” cerraron los ojos pensando que no iban a sobrevivir; pero si lo hicieron.

A solo dos metros de convertirse en papilla, el autobús frenó en seco y aterrizó suavemente en el suelo.

Entonces los cinturones de seguridad liberaron a sus prisioneros:

— Formad una línea y salid, ¡vamos!— gritó Manzana Podrida abriendo la puerta.

Con el susto aún en el cuerpo los niños obedecieron. Emily caminaba detrás de Adán agarrada a su camiseta.

— ¡Oye!— exclamó la niña al darse cuenta. — ¡Tu no me has dicho tu nombre!, ¿cuál es?

— ¿Cuál es… qué?

— ¡Tu nombre!— repitió impaciente.

— A… A… Adán — dijo finalmente recuperando la voz.

Por fin estaban fuera del autobús  y frente a ellos se alzaba, boca abajo, un castillo imposiblemente grande.

— Vale…, definitivamente no estoy soñando— aceptó al fin. — Mi imaginación no da para tanto.

Continuara…
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