lunes, 6 de enero de 2020

¡Solo es un juguete!

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(cc) 2020 Rocío Cumplido González #cuentosNavidad #cuentoinfantil #happyreadingchristmas


¡Solo es un juguete!

Bajo la luz de la luna y el brillo de las estrellas, cientos de hadas se reúnen para contar cuentos, historias y leyendas.

Una vez que terminan salen volando y viajan por este mundo, y a los mundos que los humanos aún no hemos llegado.

Tú como siempre, has caído en el más profundo de los sueños. No te has dado cuenta de que un hada ha entrado por el hueco de la ventana y ahora, está sentada en una esquina de tu almohada.

Va a narrarte la historia que otra hada le contó. La historia de Laro y el juguete que deseaba tener; pero nunca pidió.

******************

Laro corrió por las calles empedradas del pueblo, tan rápido como sus piernas le permitían ya que, cuanto antes llegase a la panadería y recogiera el mandado, antes podría ir a donde de verdad quería.

— ¡Mira por donde pisas!— le regañó el zapatero cuando sin darse cuenta, el niño aplastó un par de zapatos que tenía expuestos en la puerta.

Sin detenerse Laro se disculpó, aunque ya estaba dando la vuelta a la esquina y el zapatero ni se enteró.

Al cruzar la plaza Mayor sus pies pasaron de correr a volar. Nada, ni nadie le podría parar.
Excepto un hombre que salía en ese momento de la panadería. Chocó contra Laro, consiguiendo que cayera de espaldas y se hiciera daño contra las piedras de la calzada.

— ¡Lo siento mucho!— se disculpó enseguida, ayudando a Laro a ponerse de pie. — Iba pensando en mis cosas y no te he visto.

— ¿Qué le ha hecho al niño?— quiso saber el panadero, quien lo había visto todo y salió a socorrerlo. — Seguro que querías robarle el dinero. ¡Al ladrón!, ¡al ladrón!

Asustado ante la idea de ser apresado, el hombre salió disparado calle abajo, perdiéndose entre la multitud de vecinos que muy ocupados; daban los últimos retoques a las cabalgatas de los tres reyes magos.

— ¡Estos mendigos!—refunfuñó el panadero. — No saben hacer otra cosa que pedir o robar dinero.

Laro intentó explicarle que no había pasado nada de eso; pero el panadero no le escuchó. A él le gustaba más su propia versión, así que el niño se limitó a recoger el roscón de reyes y decirle adiós.

De nuevo en la calle, Laro fue directo a su lugar favorito en todo el pueblo. Solo tenía que pasar por el bar del viejo Romeo, cruzar la calle delante de la casa con la puerta azul y allí estaba, la juguetería “Mundo de sonrisas”. Se quedó con la nariz pegada al escaparate y sus ojos se iluminaron cuando se encontraron al fin, con el juguete que deseaba tener; pero que nunca se atrevía a pedir.

— ¿Por qué todos dicen que no es para niños?— pensó sin perder de vista a la muñeca. Dentro de la tienda, una niña jugaba con ella y se la veía tan contenta.

— Porque han olvidado lo que se siente— respondió alguien a su espalda.

Al girarse por el susto, Laro descubrió al hombre con el que había chocado al llegar a la panadería.

— Siento mucho lo de antes— se adelantó al decir  mientras se fijaba en la muñeca que Laro quería. La niña la había puesto de nuevo en la estantería. — Solo quería pedirle algunos mendrugos de pan duro para el camello de mi amigo Melchor; pero el panadero me dijo que no.

El hombre rió y a los pocos segundos Laro le acompaño; sin estar muy seguro de si aquello era verdad o no.

— ¿Qué es lo que han olvidado?— preguntó el niño una vez que se sentaron en la acera.

Con delicadeza, el hombre sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño muñeco fabricado con pinzas de tender la ropa y trozos de tela.

— Han olvidado lo que se siente cuando eres pequeño y solo quieres jugar. — respondió entregándole el muñeco al niño. — Cuando no sientes vergüenza, porque sabes que un juguete solo es un juguete y nada más.

Laro sintió como sus mejillas se ponían coloradas. No se atrevía ni a mirar al hombre a la cara.

— Tengo que volver a casa ya— afirmó el chico devolviéndole el muñeco y recogiendo el roscón.

Laro regresó a su casa sintiéndose muy mal y se prometió, que no volvería a la juguetería a ver a la muñeca nunca jamás.

***********

Al día siguiente, en la plaza Mayor, todos los niños y niñas se abrían paso hasta la primera fila. Los magos de Oriente estaban a punto de llegar y ya no aguantaban más.

 — ¡Queremos que vengan ya!

Laro también estaba allí; aunque un poquito más atrás.

— ¿Por qué no quieres ponerte delante?— preguntó preocupado su padre.

El niño le mintió diciéndole que ya era muy mayor para eso. No quería admitir la verdad y esta era; que aún sentía vergüenza de que alguien descubriera que quería una muñeca.

— ¡Ya vienen!, ¡ya vienen!— gritaron varios niños desde la fuente.

La carroza de Baltasar fue la primera en llegar; lanzando cientos de caramelos, que los vecinos del pueblo recogieron con los paraguas del revés y bien abiertos.

La siguiente fue la de Gaspar y pasó más o menos igual; pero fue Melchor quién más llamó la atención.

El rey mago iba caminando, acompañado de varios pajes que le ayudaban a repartir regalos.

— ¿Eres tú de verdad?— preguntó Laro al paje real que le entregó su regalo.

Aquel paje era exactamente igual, que el hombre que había conocido el día anterior frente a la juguetería.

Sin decir nada el hombre sonrió, le guiño un ojo y se marchó.

Las manos de Laro empezaron a temblar. Estaba seguro de que debajo de ese papel tan bonito estaba la muñeca que quería tener; pero no se había atrevido a pedir.

Laro no aguantaba más la curiosidad.

— ¿Será ese el regalo?, ¿será ese de verdad?

El niño aprovechó que su padre estaba entretenido charlando con un viejo amigo, para escabullirse hasta un callejón cercano.

— Aquí nadie me verá abrir mi regalo.

Fue entonces cuando se dio cuenta, de que allí también había una niña. Lloraba escondida detrás de unas cajas de cartón.

— ¿Estás bien?— preguntó apoyando la mano en su hombro.

La niña, quien pensaba que allí nadie la iba a encontrar, se levantó y se alejó asustada de Laro.

— ¿No os habéis burlado ya bastante de mí?— le reclamó llorando.

En aquel momento, Laro se dio cuenta de que la niña tenía entre sus brazos un precioso coche de carreras.

— Ese no es un juguete para niñas— dijo sabiendo que al momento se arrepentiría.

— ¿A si?, ¡no me digas!—gritó molesta. — ¡Me pregunto quién se inventó semejante tontería!

Entonces, Laro recordó las palabras del hombre misterioso que conoció el día anterior.

— Seguramente, fue alguien que se olvidó de que un juguete solo es un juguete y nada más.

Decidido; el niño abrió por fin el regalo que el paje real le había entregado y esa era: la muñeca que deseaba tener; pero le había dado vergüenza pedir. Aunque esta tenía un pequeño accesorio que no había visto en la juguetería.

Dentro de la caja, junto a la muñeca, había otro muñeco algo más pequeño. Hecho con pinzas de tender la ropa y trozos de tela.

— ¿Quieres jugar conmigo?— preguntó Laro tendiéndole la mano.

Y así fue como los dos niños  corrieron juntos a la plaza, para jugar delante de todos y sin sentir vergüenza, con una muñeca y coche de carreras. Ellos solo se preocuparon de disfrutar de la tarde y jugar. Saben que un juguete, solo es un juguete y nada más.


Fin.

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