domingo, 4 de septiembre de 2022

Bonita. Capítulo 2

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(cc)2022 Rocío Cumplido González #relatojuvenil #relatocapitulos #cuento #hadas


Bonita


Capítulo 2


— Ni una luciérnaga a la vista—pensó Nia al sacudirse las manchas de tierra de las piernas. Aunque la peor parte, se la habían llevado sus brazos. Las hojas de suculenta le provocaron alergia y como no había parado de rascarse, ahora estaba llena de arañazos.  

  

¿Cómo voy a explicarle esto a Jana? —dijo sin alzar demasiado la voz. No estaba segura de que las personas altas, se hubieran ido a la cama. Además, hablar sola es algo muy raro, pero por algún motivo no podía evitarlo.


 Aunque no le apetecía volver a su refugio, Nia alzó el vuelo y se alejó de la casa, siguiendo el camino de sombras que formaban los edificios.


—Mañana lo volveré a intentar—pensó. Era la quinta noche seguida que había ido hasta allí, para escuchar al hombre alto y mayor contar ese cuento. Pero siempre pasaba algo: o la niña se quedaba dormida o la madre les interrumpía.


— ¡Aún no he podido escuchar el final! —se quejaba al girar en la esquina de la librería “Entre borrones y líneas”. Y era verdad. Cada vez que el buen hombre llegaba a la frase. “La niña se quedó sola, llorando desconsolada, parecía que las lágrimas no se acababan”, tenía que parar. Nia intuía que ahí, era cuando el cuento iba a peor. Más cosas malas tenían que pasar antes del final. No obstante, estaba segura de que la historia tendría un final feliz. Todas lo tienen, ¿verdad?


Como aún no estaba preparada para entrar, aterrizó entre las ramas del naranjo que había plantado frente al refugio. Así lo llamaban Nia y los suyos. Y sin duda, para ellos era el escondite perfecto. ¿Una casa en ruinas y abandonada, en la que todo el mundo siente un escalofrío solo al pasar caminando? ¿Qué mejor lugar para ocultar a una tribu de hadas, mientras esperan para volver a su verdadero hogar? Y que justo enfrente estuviera la residencia de ancianos, también ayudaba. A los residentes les encantaba contar anécdotas sobre la casa donde a veces, en mitad de la noche, se veían luces y escuchaban voces.


— Cuando tenía siete años—contaba un hombre de más de setenta, — mis amigos me retaron a entrar en la casa. Tenía que aguantar cinco minutos enteros y salir de allí sin llorar y con un suvenir. No pude hacer ninguna de las dos cosas. Me adentré todo lo que pude. Llegué hasta el gran salón y entonces lo vi. Era solo un juguete, muy pequeño, como esos antiguos soldaditos de plástico. Pero justo cuando iba a cogerlo, se iluminó como una bengala y salió volando. Era lo más bonito y aterrador que había visto nunca. Entre sollozos se lo conté a mis amigos, pero estos no me creyeron y aún hoy día, me siguen llamando “el niño que salió corriendo”.


Sin embargo, no todos en la residencia parecían creerse esas historias. Sobre todo, Doña Adela. Una residente que estaba dispuesta a demostrar que todos esos disparates que contaban los demás, tenían una explicación científica y muy “normal”.


— No descansaré hasta descubrir la verdad—solía decir.


Esa era otra de las razones, por las que Nia se escondía entre las ramas del árbol. Para asegurarse que Doña Claudia no estaba haciendo guardia desde la ventana de su habitación, observando la casa a través de sus prismáticos. Pero el verdadero motivo, era que aún tenía que pensar, que le iba a contar a los demás.


Una cosa estaba clara. De una forma u otra tenía que decir la verdad. Las hadas no pueden mentir. Si un hada miente, al poco tiempo, esa hada muere.


Nia no esperó más. Alzó sus alas color violeta y entró en la casa a través de una de las grietas de la pared.


Como imaginaba, Jana, la líder de la tribu, estaba esperándola. Su mirada decía que quería respuestas y Nia sabía que no se conformaría con cualquiera.


 

Continuará

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sábado, 16 de julio de 2022

Bonita. Capítulo 1

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(cc)2022 Rocío Cumplido González #relatojuvenil #relatocapitulos #cuento #SindromeDown


Bonita


Capítulo 1


Clara cerró los ojos apenas un segundo después de verla y, aunque estaba segura de que la estrella fugaz ya se había desintegrado, pidió su deseo igualmente.


— Sí, lo sé, es el mismo de siempre—dijo usando solo su pensamiento. Tenía diez años y medio, pero aún creía en que las estrellas, con su magia, podrían leerlo.


— Un euro por tus pensamientos—dijo su abuelo apartándose del telescopio.


El la miró a través de sus ojos castaños, los mismos que ella había heredado y probablemente, la única parte de su cara que de verdad le gustaba.


— ¿Y por qué no un billete de diez? — Intentaba escabullirse y no responder. — ¡Con un euro no tengo ni para una bolsa grande de chucherías!


Ambos rieron un rato e incluso, regatearon el precio de aquel preciado deseo.


— ¿Y si te doy tres? —ofreció sacando del bolsillo su monedero.


— Sube hasta ocho euros y ya veremos— contraatacó Clara, esforzándose por no saltarse alguna palabra al hablar.


— Cinco y ni uno más.


— Siete y cincuenta, mis deseos no están en oferta.


Y así siguieron un rato, riendo a veces en un tono quizás, demasiado alto.


— ¿Se puede saber que hacéis aquí arriba a estas horas?


La madre de Clara estaba junto a la entrada a la azotea, con los brazos en jarra y esa expresión en su cara que decía: “vais a tener problemas.”


— Mañana es el primer día de colegio y deberías llevar horas durmiendo.


— Y lo ha hecho. —respondió el hombre como si aquello fuera lo más normal. — Un poco, antes de que yo la despertara para subir.


Clara lo miró de reojo. —Eso no ayuda—susurró. Pero él seguía con su sonrisa inocente que, como por arte de magia, conseguía difuminar las arrugas de su cara. — La Luna está llena, con Júpiter y Saturno alineados a su derecha. Andrea, ¿cómo iba a dejar que se lo perdiera?


No obstante, Andrea ya no era una niña impresionable y los trucos de su padre, no surtían el efecto de antes.


— A la cama Clara, que no tenga que volver a repetirlo.


Clara sabía que tenía que hacerle caso, antes de que a su abuelo se le ocurriese otra de sus ingeniosas respuestas. Pero entonces, se acordó de algo.


— ¡El abuelo aún no me ha contado el cuento del hada y la bruja!


En ese momento, las hojas de suculentas se movieron con brusquedad. Había algo dentro de la maceta, sin embargo, ninguno de los tres se dio cuenta. Al menos, no esa noche.


— ¡Es verdad! —exclamó el hombre. — Y tengo que hacerlo esta noche, porque mañana se hará mayor y no querrá escuchar las historias absurdas de este pobre, viejo senil.


—Ya empezamos—resopló la mujer, pidiendo al cielo paciencia. Sabía perfectamente lo que venía a después.


— ¡No digas eso! —dijo Clara cayendo en la trampa. No le gustaba nada que hablara así. — No eres viejo y siempre querré escuchar tus cuentos.


— Ojalá pudiera creerte— respondió sacando un pañuelo. Si iba a meterse en el papel, tenía que hacerlo bien. — Mañana empiezas sexto, verás a tus amigos y te olvidarás de mí.


— ¡No es verdad! Clara estaba a punto de llorar; pero al contrario que su abuelo, ella lo Iba a hacerlo de verdad.


— Y el año que viene…—continuó, —cuando estés en el instituto, te olvidarás por completo de mí y…


 — ¡Basta ya!


Clara nunca había visto a su madre tan enfadada. Bueno últimamente sí. Siempre que su abuelo mencionaba la palabra “Instituto”.


—He dicho que te vayas a la cama Clara. No es momento para cuentos de hadas.


 Al pasar al lado de su madre, Clara acarició su mano como diciendo: “no te enfades tanto”. Sin embargo, su madre no le devolvió la caricia. Tenía los ojos fijos en su padre e intentaba al mismo tiempo, retener las lágrimas de frustración, hasta que se aseguró de que su hija bajaba las escaleras y se iba a su habitación.


— ¿Cuántas veces tengo que pedirte que no menciones el tema del instituto delante de la niña? Aun no he decidido lo que hará el año que viene.


— Pregúntale a ella entonces. —le pidió. — ¡Tiene casi once años por el amor de Dios!  ¡Ya es mayor para tomar esa decisión!


— Clara tiene Síndrome de Down. —dijo la mujer, como si esa afirmación fuera suficiente. — El mundo real es diferente para ella. No se le pueden aplicar las mismas reglas.


El hombre no dijo nada más. No era la primera, ni segunda, ni tercera vez, que tenían la misma discusión y estaba seguro, que pasaría por la misma situación unas cien veces más, antes de que llegase el momento de la decisión final. ¿Instituto o colegio especial?


Pero hoy ya estaba demasiado cansado y bajo las escaleras para irse a su cuarto. Aunque antes de entrar al pasillo, levanto la vista hasta el final de la escalera para mirar a su única hija y le dijo: — siempre es un buen momento para contar un cuento.

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Continuará

 

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