1-
Crear una golosina con tres
sabores diferentes.
2-
Hablar un idioma que nadie
conozca.
3-
Conocer a personas
extraordinarias.
4-
Viajar por el mundo.
5-
También viajar por el
mundo.
6-
Quizás viajar por el mundo.
— ¡JA, JA, JA, JA, JA!
7-
¿He puesto ya viajar por el
mundo?
Mi
abuelo no puede parar de reír, cuando le leo la lista de deseos que acabo de
escribir:
—Vaya
Naya, parece que tienes las cosas muy claras.
—Si
abuelo—respondo sonriendo. —Quiero ser exploradora como tú y ver el mundo:
quiero navegar por los siete mares y cruzar los océanos. Montar en camello a
través del desierto y surcar los cielos pilotando mi propio avión.
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—Estoy
convencido de que harás todo eso y más.
Mi
abuelo es el mejor. Él siempre me apoya y me anima para que haga grandes cosas.
Vive con nosotros en nuestra casa y la verdad es que ¡me encanta!
Por
las noches nos quedamos hasta tarde leyendo; pero no leemos cuentos. Cuando era
joven y viajaba por el mundo, el abuelo escribió todas sus aventuras en unos
diarios: todos los sitios que visitó, todas las personas que conoció y todas
las aventuras que vivió. Me encanta leerlos e imaginar que estoy con él, en uno
de esos países lejanos en los que yo nunca he estado.
Seguro
que piensas que soy muy soñadora, e incluso que estoy un poco loca… no te
preocupes, no eres el único:
— ¿Qué
quieres ser exploradora?—me pregunta sorprendida Tola.
— ¡Eso
es imposible!—exclama sin creerme Dona.
—Solo
sabes decir tonterías—afirma cruelmente Mona.
Tola,
Dona y Mona son hermanas y trillizas. Siempre van vestidas igual y a veces no las
puedo diferenciar. Se hacen llamar “Las jefas de la clase” y piensan que todos
tenemos que hacer lo que ellas nos manden.
— ¡No
son tonterías!—grito enfadada—. Voy a viajar por el mundo: descubriré un nuevo
continente, probaré la comida de todos los países, aprenderé a bailar la danza
de una tribu africana y escalaré las montañas más altas.
Las
trillizas se parten de la risa. Se meten conmigo durante todo el recreo y al
final, consiguen que todos mis compañeros se burlen de mis deseos.
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Esa tarde estoy tan triste que no quiero ni probar
la tarta de manzana que mamá ha hecho para merendar. — Ummm…
mis superpoderes de abuelo me dicen que tiene que haber pasado algo muy malo en
el colegio para que no quieras probar tu tarta favorita.
Enfadada,
le cuento al abuelo lo que me dijeron las trillizas: —Dicen que nunca podré ser
exploradora porque todos los continentes ya han sido descubiertos. Me han dicho
que de mayor tengo que buscarme un trabajo normal, ser como los demás y que mis
deseos nunca se harán realidad.
El
abuelo se queda muy serio durante un buen rato ¡miedo me da imaginar en que
estará pensando! y de repente, como una estrella fugaz, una chispa de luz se
enciende en sus ojos.
—Naya
ven conmigo, voy a presentarte a un viejo amigo.
— ¿A
quién?—pregunto sorprendida.
—Al
árbol de los mil y un deseos—responde él sonriendo.
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Al
final de un sendero, en medio de un hermoso campo de margaritas, se encuentra
el árbol de los mil y un deseos. Impresionada por su belleza me acerco y pongo
la mano sobre su tronco. El tronco del árbol está lleno de agujeros y dentro de
cada uno de ellos hay miles de trozos de papel.
Mi
alma de exploradora no puede aguantar más y, con mucho cuidado, cojo uno de los trozos de papel y lo abro.
“Árbol de los mil y un deseos, yo deseo aprender a montar en
bicicleta del revés y recorrer las calles del pueblo sin caerme ni una sola
vez.”
— ¡Es la letra de mamá!
El abuelo se acerca, se pone de
rodillas para estar a mi altura y mirándome a los ojos me dice:
—Cuando
tu madre era tan pequeña como tú, tuvo esta idea tan loca. Se la contó a todo
el mundo pensando que se alegrarían y la animarían. Sin embargo, muchos se
burlaron de ella y le dijeron que nunca podría conseguirlo. Entonces vino aquí,
escribió su deseo y lo puso dentro del árbol.
— ¿Y
el árbol le concedió su deseo? Puedo imaginarme a mamá haciendo realidad ese
loco sueño.
—No—contesta—.
El árbol de los mil y un deseos, no puede cumplirte un deseo. Lo que hace el
árbol es llamarlo y decirle donde estás, para que aparezca y se haga realidad.
Lo malo es que los deseos son muy presumidos:
Ellos no aparecen así, sin más. A los deseos les encanta que las personas nos
esforcemos, trabajemos duro y hagamos todo lo posible por hacerlos aparecer.
Por eso, si cuando tu deseo te encuentre ve
que te has rendido, sólo porque unos niños se han metido contigo ¿sabes lo que
hará?
—No.
—Ese
deseo se dará media vuelta, se irá y nunca volverá.
—Pero
mi deseo es imposible abuelo, todos me lo dijeron.
—Todos
se equivocan Naya. La verdad es que no existen los deseos imposibles, es solo
que a veces son difíciles de alcanzar; pero si te esfuerzas y crees en ti misma,
te aseguro que cuando tu deseo te encuentre se hará realidad.
Entonces,
el abuelo saca de uno de sus bolsillos un trozo de papel y un lápiz. Con una
sonrisa enorme en la cara los cojo, me siento en el suelo y me pongo a escribir:
“Árbol de los mil y un deseos, yo deseo ser exploradora y
viajar por el mundo. Deseo descubrir cada precioso rincón del planeta y aprender todo
lo bueno que las personas que conozca quieran enseñarme.”
Al terminar doblo el papel con mucho cuidado y lo dejo dentro del árbol. De repente, una suave
brisa agita sus ramas.
— ¡Mi
deseo ya está en camino!—exclamo sin poder parar de reír.
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Esa
tarde, mientras vuelvo a casa con mi abuelo me hago una promesa: traeré a mis
compañeros de clase para que conozcan el árbol de los mil y un deseos. Así
verán que los suyos también se pueden cumplir.
Solo hace falta un poco de ilusión, esperanza y muchas ganas de trabajar para
hacerlos realidad.
FIN
Rocío
Cumplido González
NOTA: Lo podrás leer también en el nº115 de la Revista Bulevar.