De donde vienen los cuentos
Rocío
12:29:00
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En cuanto sonó la
campana Julián salió corriendo de clase, estaba deseando enseñarle las notas a
su madre. Ella le había prometido que si lo traía todo limpio le compraría un
cuento para leer durante el verano.
—Julián has aprobado por los pelos… ¿de verdad
crees que te mereces un premio?— preguntó enfadada.
—Tú no dijiste nada
de sacar notas altas mamá— respondió el niño poniendo cara de yo no he sido—. He
cumplido mi parte del trato, ahora te toca a ti cumplir la tuya.
Y así, con el
dinero en el bolsillo, Julián entró en la librería para perderse entre las
historias de fantasía.
— ¿Qué aventuras
viviré esta vez?— se preguntaba mientras leía los títulos—. ¿La isla del
tesoro? ¿Para luchar con los piratas y quedarme con su oro?— ¿o quizás Alicia
en el país de las maravillas? ¡Así podría hacer el tonto con el sombrerero
loco!
En ese momento, unos
libros cayeron al suelo y lo sacaron de su atontamiento. Las estanterías
empezaron a temblar y Julián se asustó de verdad. Parecía como si un gigante
estuviera andando por los pasillos a zancadas, tropezando con todo lo que se
encontraba.
Como a Julián nunca
le enseñaron que la curiosidad mató al gato, se atrevió a asomar la cabeza al
pasillo de al lado y averiguar quién armaba tanto escándalo.
— ¡Si no lo veo, no
lo creo!— gritó al descubrir en medio de ese pasillo a un gigantesco dragón que
estaba leyendo un libro.
El dragón al verse
descubierto, corrió hacía el niño. Muerto de miedo Julián se cayó al suelo,
cerró los ojos y todo se volvió negro.
Al cabo de unas horas
Julián despertó. Había dormido sobre un enorme cojín de lana y alguien, no
sabía quién, le había tapado con una manta.
— ¡Ya era hora de que
despertaras!— dijo una voz a su espalda—. Empezaba a pensar que te había
lanzado un hechizo una bruja malvada.
Julián se giró
despacio para ver quién le estaba hablando y allí, sentado en un viejo sillón
estaba el dragón. El dragón se tapó los oídos pensando que el niño iba a
gritar como un descosido; pero no lo hizo. Julián observó a aquella
gigantesca criatura y por algún motivo que no lograba entender sus enormes
ojos, sus impresionantes alas y sus afilados dientes ya no le daban ningún
miedo.
— Siento haberte
asustado— se disculpó el dragón—. Me sorprendió mucho que pudieras verme. Se
supone que soy invisible. ¡Vaya que mal educado soy, ni siquiera me he
presentado! Soy Rimaldy, el guardián de la biblioteca de la Luna.
— ¡¿Estoy en la
Luna?!
Con la ayuda del
dragón Rimaldy, Julián miró a través de una gran ventana: las estrellas
brillaban en la noche eterna y en medio de todas ellas, un pequeño planeta
llamado Tierra flotaba en la oscuridad. Cuando el pequeño Julián salió de su asombro, el dragón le invitó a dar un
paseo por la biblioteca y enseñarle las historias que esperan ansiosas a que
alguien las lea.
— Rimaldy.... ¿Quién
te puso ese nombre tan raro? — preguntó el niño, mientras caminaban por un largo
pasillo lleno de libros.
— Yo mismo lo elegí—
contestó el dragón—. Lo leí una vez, en uno de los libros brillantes.
Julián no entendía nada. — ¿libros
que brillan?.... ¿un dragón que habla?.... ¡Creo que me estoy volviendo majara!
Al cabo de un rato,
llegaron a una enorme sala. Había cientos de miles de libros y todos brillaban.
Algunos de los libros parecían muy inquietos, como si fueran a salir volando en
cualquier momento.
Mientras Julián
observaba el espectáculo anonadado, Rimaldy le explicó que cada vez que un niño
o niña nace en la Tierra, un libro brillante aparece en la biblioteca. Un libro donde quedarán por siempre escritos sus
sueños y fantasías: historias que nunca pasaron, cuentos que se inventaron una
noche de verano e incluso, bromas que planearon para hacer enfadar a sus
hermanos.
—Cuanto más brilla un
libro, más viva es la imaginación de ese niño— afirmó Rimaldy.
— ¿Y por qué esos
libros no brillan como los demás?— preguntó Julián señalando con el dedo
una montaña de libros que estaban olvidados en un rincón oscuro, casi
escondidos.
Rimaldy miró con
tristeza a los libros. — Porque esos niños ya se han hecho grandes y no les gusta imaginar como antes.
Julián cogió uno de los libros y lo abrió. Entre sus
páginas estaban escritas historias
fantásticas de una princesa que se convierte en hada, una bruja malvada que se transforma en rana y un
superhéroe que ha perdido su capa.
— ¡Estos libros son impresionantes!—exclamó Julián—. ¿Por
qué están en el suelo tirados?
—Porque ya no queda espacio— respondió Rimaldy señalando
a las estanterías llenas de libros—. La biblioteca no es muy grande y cada día
aparecen más y más libros brillantes.
¡Ya no sé dónde los voy a poner! No puedo tirarlos. Si lo hiciera, la sonrisa
de ese niño o niña se perdería y se convertiría en una persona triste toda la
vida.
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Mientras el dragón Rimaldy intentaba colocar en las
estanterías unos libros brillantes que acababan de llegar, Julián se quedó sólo
en la gran sala, ojeando los libros que no brillaban.
— ¡Estas historias son
una pasada!—pensó el niño—. Es una pena que se queden aquí olvidadas. Si los
niños las conocieran, si pudieran leerlas o alguien se las contara.
Y de repente, como si un hada le hubiera golpeado muy fuerte en la cabeza
con su barita mágica, a Julián se le ocurrió una idea fantástica.
Sin perder el tiempo, Julián buscó a Rimaldy entre los pasillos de la biblioteca
para contarle su plan.
— ¡Esa idea parece sacada de un cuento de hadas!— se
burló el dragón—. Pero creo que con una pizca magia y algo de valor ¡puede ser una gran solución!
Emocionados por lo que estaban a punto de hacer, el
dragón Rimaldy y Julián recorrieron los pasillos de la biblioteca, recogiendo
los libros que no brillaban y guardándolos en un saco.
Un poco asustado Julián se subió a lomos de Rimaldy, se
agarró con fuerza a sus escamas y antes de darse cuenta estaban volando entre
las estrellas, directos al planeta Tierra.
Cuando llegaron al primer pueblo, Rimaldy le hizo una
señal a Julián. El pequeño nervioso sacó uno de los libros del saco, lo abrió y
sopló muy fuerte sobre sus páginas. De repente, las historias salieron del libro y se
convirtieron en polvo de hadas, cayendo sobre las casas.
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— Ahora estás historias entrarán en la imaginación de
esos papás y mamás que duermen: transformándose en cuentos, que contarán siempre a
sus hijos, sobrinos y nietos— explicó Rimaldy contento.
Cuando terminaron de transformar todos los libros, Rimaldy llevó a Julián a casa:
— ¡Guau menuda aventura!—exclamó el niño—. ¿Podemos
volver a hacerlo mañana?
— No Julián, ese ahora es mi trabajo— respondió el
dragón—. Tienes que irte a dormir. Mañana no recordarás nada de esto y pensarás
que todo ha sido un sueño.
A la mañana siguiente Julián no recordaba nada sobre
Rimaldy, la biblioteca, ni los libros brillantes. Sin embargo, durante el
desayuno su papá le contó que tuvo un gran sueño, sobre el lugar de donde vienen
los cuentos.
FIN
Rocío Cumplido González
PODEIS LEER ESTE CUENTO EN LA REVISTA BULEVAR JULIO 2017