domingo, 22 de julio de 2018

Las mil y una historias de Sol. Capítulo 4

15:27:00 1 Comments
(c) 2018 Rocío Cumplido González


Capítulo 4: La constelación de André

Corrí tan rápido, que ni el mejor atleta me hubiera alcanzado. Necesitaba alejarme de ese teléfono todo lo que pudiera. Al llegar a  casa de Sol, aún podía sentirlo dentro de mi cabeza

Me quedé parado frente al portón de madera sin atreverme a llamar, preguntándome si Diego y Mario habían tallado ellos mismos aquellos dibujos de estrellas. Pegué la oreja y les escuché.  Llegué a entender que estaban a punto de meter en el horno una lasaña y de cómo se quejaba Sol porque, según ella no le habían puesto suficiente salsa.

— Si por ti fuera, cenaríamos sopa de tomate con restos de carne— escuché decir a Diego.

— ¿Pero qué haces ahí parado?

Di un respingo al escuchar la voz de Mario detrás de mí. En cada mano tenía tres o cuatro bolsas de la compra llenas hasta los topes y empezaban a romperse por los bordes.

— Espere que le ayudo— dije al verlo tambalearse.

Con más maña que fuerza, me cedió una de las bolsas. Solo tenía una barra de pan y una Coca-Cola. — ¡Por qué todos los adultos me tratan igual!— me quejé en silencio. — ¡No estoy hecho de cristal!

— ¡Mirad lo que ha traído el gato!— exclamó Mario al entrar por la puerta.
— ¡André! ¡Has venido!— gritó Sol corriendo hacia mí con la nariz manchada de tomate. — ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Hoy comemos con André!

Cuando Mario volvió a quitarme la bolsa de la mano, Sol me cogió del brazo y me arrastró hasta la  mesa de madera.

— Tú vas a sentarte a mi lado, papá Mario aquí, presidiendo la mesa y papá Diego ahí, delante de nosotros.
.

— No empieces a mangonearnos Sol— le advirtió Mario. — Eres nuestro invitado André, siéntate donde quieras.

— No, no importa— dije un poco intimidado por la cantidad de aperitivos que había en la mesa. — Aquí estaré bien.

— Yo que tú me lo pensaría dos veces André— me aconsejó Diego tras poner un segundo plato de queso sobre la mesa. — Nuestra hija es un pozo sin fondo. En menos de cinco minutos la mitad de los platos estarán vacíos.

— ¡Papá Diego!— se quejó Sol avergonzada. — ¿Por qué te metes siempre conmigo?
— No  me estoy metiendo contigo— afirmó su padre. — Yo solo informo a nuestro joven invitado del riesgo de sentarse a tu lado.

Diego me miró y se ocultó media cara con la mano. Cómo si creyera que ahí había un muro invisible y su hija no fuera a escucharlo.

— En cuanto apartes la vista, se comerá tu plato.
— ¡Papáaaa!
— Vale ya cariño— pidió Mario a su marido sentándose a la cabeza de la mesa, tal y como le había pedido Sol. — No la avergüences delante de su nuevo amigo.

— Es verdad—admitió Diego ocupando el lugar asignado. — Eres el amigo más cercano a su edad, que ha tenido jamás.

Durante la cena, Diego se estuvo metiendo con Sol por comer “demasiado”; pero estoy seguro de que era una distracción. En un momento, el plato de croquetas desapareció y no fuimos ni Sol, ni Mario, ni yo.

— ¡Eres malo papá Diego!— aseguró Sol  enfadada y echando fuego con la mirada. — ¡Sólo me he comido…!

— Venga Soledad María, cuenta— la animó su padre con una risita picaresca— ¿Cuántas croquetas había en en centro de la mesa?

Sol se quedó pensando, viajando con la mirada entre el bol vacío y su plato. A cada segundo que pasaba, se ponía más y más colorada, cómo si no saber la respuesta la agobiara:

—Eran doce croquetas— respondió Mario, haciendo oídos sordos a su marido, quien se quejaba por  haber  resuelto el acertijo:

— ¡Así cómo quieres que aprenda!

—  Había tres para cada uno— continuó explicando Mario, — pero papá Diego es un avaro y ha ido robando una de cada plato.

—  ¿Tenía que sumar números impares?...  ¡eso no vale!— se quejó la niña cruzando los brazos.

— Ya va siendo hora de que te quites esa manía Sol—  afirmó Mario levantándose para retirar los platos. — No puedes pasarte la vida sumando y restando  con números pares, sólo porque para ti es más fácil. Las matemáticas son cómo la vida; no puedes quedarte sólo con la parte más bonita.

— Yo lo que creo es que nuestra Soledad María es un poco flojita— escuché decir.

No nos habíamos dado cuenta de que Diego se había levantado de la mesa. Ahora estaba detrás de Sol. La cogió de los brazos y la levantó de la silla. Estuvo un buen rato haciendole cosquillas.

— ¡Para, para!— pidió Sol entre risas— Yo prometo estudiar más, si tu prometes no volver a llamarme Soledad. — Sol, me gusta más.

— Trato hecho— acepto Diego, soltándola en el suelo. —Pero que sepas que a mí me gusta más tu nombre completo.

— ¡Pero a mí no!— gritó Sol, de nuevo enfadada.

Mientras yo ayudaba a Mario con los platos, Sol salió con Diego al patio trasero, para montar el telescopio. Me quedé embobado mirándolos: Se reían por algo que dijo Sol; pero que no logré entender. 

De repente, sentí como algo húmedo me explotaba en la cara. Al girarme pude ver a Mario, que me lanzaba pompas de jabón con la mano.

— Ya sé, ya sé. Eres muy mayor para jugar a esto— bromeó  soplando de nuevo a través del circulo que formaban sus dedos. — Pero parecía que estabas muy, muy lejos, en otro universo.

— No, eh, bueno…— balbuceé sintiendo el calor en las mejillas —. Es que no entiendo a esos dos. Antes casi se tiran de los pelos y ahora se están comiendo a besos.

— ¡Bienvenido a mi mundo!— exclamó. —  Pero no te creas sus enfados, casi siempre solo están jugando. 

Con un rápido lanzamiento, colgó el trapo con dibujos de patos con el que se había secado las manos y se giró para  ver como su marido y su hija, terminaban de montar el telescopio.

— Cuando la adoptamos, Sol solo quería estar en brazos de Diego. ¡Ni en el avión pudo despegársela del cuello!

Me sorprendió que me revelara esa información con tanta naturalidad. Yo no tenía intención de meterme en su intimidad; pero al ver la oportunidad, mi curiosidad pudo más:

— ¿Cómo adoptasteis a Sol?

— La verdad, no lo teníamos planeado. Antes éramos arquitectos y vivíamos en la ciudad; pero cuando nos casamos decidimos dejar el trabajo y entonces…

— ¡Papá Mario!— No nos habíamos dado cuenta de que Sol había entrado en la cocina y estaba detrás de nosotros. — ¡Que no se te olvide preparar las palomitas!

Tal y cómo había pasado ese mismo día, Mario y Sol se miraron unos segundos en silencio y empezaron a hablar en su lenguaje secreto.

Por cómo fruncía el ceño Mario, pude entender que algo le había molestado:

— Ya llegas a la altura del microondas — dijo su padre, abriendo el armario que tenía al lado. — toma la bolsa y prepáralas tu misma.

Cuando las palomitas estuvieron listas, Mario, Sol y yo salimos al patio, donde un ansioso Diego nos estaba esperando.

— ¡Venga que empieza el espectáculo!

Sol y yo nos turnamos para mirar por el telescopio la Luna llena. El cielo estaba completamente despejado y según Diego que parecía ser todo un astrónomo experto. Este era el mejor momento del verano.

— André ¿Ves esas dos masas de tierra  que son más oscuras?— preguntó moviendo el telescopio un poco hacia arriba. — La más grande se llama “el mar de lluvias” y la que está al lado, algo más pequeña es “el mar de la serenidad”. ¿Sabes que en la antigüedad les pusieron esos nombres porqué parecía agua de verdad?

Diego me explicó muchos datos curiosos de la Luna. Parecía más un científico loco , que un carpintero.

— Me hubiera  gustado estudiar astronomía—confesó; —pero la física no era precisamente mi mejor amiga.

Después de una hora señalando todos los mares y cráteres de la Luna,  nos sentamos en el suelo encima de unas colchonetas y jugamos a ver quién contaba más estrellas, antes de perder la cuenta.

— ¡Yo he contado doscientas treinta y seis estrellas!— exclamó Diego, alzándose como  ganador del juego, ya que los demás no habíamos alcanzado ese número ni de lejos.

En su colchoneta, Sol estaba bostezando, con los ojos casi cerrados; pero aún así tenía ganas de seguir jugando: — Ahora vamos a descubrir nuevas constelaciones.

En ese momento, me di cuenta de que no había echado de menos tener el móvil al lado y al no tenerlo pegado a la mano,  no sabía qué hora era, ni cuánto tiempo había pasado.

— Seguro que es muy tarde— dije incorporándome. — será mejor que vuelva a casa con nana.

— ¡No André, no te vayas!— me pidió Sol saltando de su colchoneta a la mía. — ¡Ves, ahora estoy despierta!

— No seas pesada cariño— la riñó Diego, ayudándose de los codos para levantar la espalda del suelo. — Quizás André también tiene sueño.

— No, no tienes, ¿verdad que no? — Sol volvió hacer el truquito de los ojitos de cordero y aunque tenía algo de sueño, me lo estaba pasando tan bien, que no tenía ganas de volver a casa en ese momento.

— No, no tengo sueño— aseguré, aguantando un bostezo.

— Ya te has salido con la tuya Sol— acepto Diego volviéndose a recostar en el suelo. — Pero sólo vamos a descubrir una o dos. Mañana vuelve a venir la  señorita Maite y esta vez, no vas a escaquearte de la clase.

— ¡vaaale!— aceptó Sol con una sonrisa fulminante— André es muy fácil, solo tienes que mirar a las estrellas y formar un dibujo con ellas. Después le pones nombre y… ¡Ta chan!  ya has descubierto una constelación nueva.

Puede que no fuera un juego muy complicado; pero la Luna llena ocultaba la mayoría de las estrellas, lo que dificultaba la tarea de encontrar una constelación nueva.

— ¡Mira!— señaló Sol, a algún punto al lado de la Luna. — ¡Ahí hay un pájaro con un gran pico! ¡Voy a llamarlo Lunapico!

Aquella ocurrencia hizo que empezara a reírme a carcajadas. Me sorprendió no reconocer el sonido de mi voz. — ¿Hacía tanto tiempo que no lo hacía, que ya no reconocía el sonido de mi propia risa?

Entonces lo ví.

— ¡Mira, eso parece un soldado!— exclamé señalando a un punto del cielo, por encima de mi cabeza.

— ¿Dónde?— preguntó Sol intentando mirar hacia donde estaba señalando. — Yo no veo ningún soldado.

Al fijarme mejor,  me di cuenta de no podía ser un soldado, porque  no tenía ninguna clase de arma entre las manos; pero eso no me importó. Me encantaba mi nueva constelación y me inventé una historia que le iba a la perfección.

— Se llama Baris y no es un soldado cómo los demás. En otro idioma su nombre significa "Paz" por eso no necesita ni un rifle, ni un mosquetón para luchar contra el mal. El arma de Baris es su propia voz y con ella puede hacer que las personas dejen de pelearse; además de conseguir que arreglen sus problemas antes de hacerse daño a ellos mismos o a alguien.

Al terminar de contar mi pequeño relato; noté que me estaban mirando.

— Me encanta tu constelación— aseguró Mario— Además es una historia perfecta para el cuaderno de Sol, espera voy a cogerlo y vamos a escribirla.
                                                                                  
En cuanto Mario se levantó de la colchoneta, sonó el timbre de la puerta.

— ¿Pero quién puede ser a estas horas?

Pasaron varios minutos durante los cuales pude escuchar los murmullos de dos personas hablando; pero no entendí nada claro.

En cuanto vi la cara a Mario me asusté. Se le veía preocupado y supe al instante que algo malo debía de haber pasado:

— André, tenemos que llevarte a casa de nana Nati. Al parecer se ha resbalado en el cuarto de baño y se ha hecho daño.

Continuara




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sábado, 7 de julio de 2018

Las mil y una Historias de Sol. Capítulo 3.

18:19:00 2 Comments
 (c) 2018 Rocío Cumplido González

Capítulo 3: ¿De tal palo, tal astilla?

Sol vivía a la entrada del pueblo, al lado de la carretera de acceso, donde una línea en el suelo separa el asfalto nuevo del más viejo.

Para llegar a su casa había que pasar forzosamente por un taller, cuya fachada cubrían unos ladrillos rojos que era imposible no ver.

— ¿Pero qué haces?— pregunté al verla agacharse para pasar por debajo de la ventana.
— ¡Shhhhh! Habla más bajo o me pillarán —
— Creo que ya es tarde para eso

Cómo no miraba por donde iba, Sol no se dio cuenta de que alguien salía por la puerta del taller. Levantó la vista y sonrió a quién se interponía en su camino. Al ver su barba y sus vaqueros sucios, cubiertos de serrín, supe que tenían que ser de la misma familia.

— Hola papá Mario— saludó Sol mientras se ponía derecha. — ¿Te has recortado otra vez la barba?— ¡Estás muy guapo!

Sol intentó pasar de largo, como si nada hubiera pasado; pero su padre la cogió por detrás del cuello de la camiseta, obligándola a dar media vuelta.

Pasaron unos segundos mirándose en silencio, como si hablaran en un lenguaje secreto. Me recordaron a esos peces del lago que parecían bailar, al son de una música que nadie más podía escuchar.

— Vas a llamar a la señorita Maite y le pedirás perdón, ¿capichi?
— Capichi— contestó Sol con la mirada en el suelo. Su padre le hizo levantar la cabeza y la besó en la frente.
— Si te esforzaras con las matemáticas, tanto como en encontrar historias para tu libreta de cuentos…

Tras ajustarle un poco las coletas a su hija, el hombre de gruesa barba marrón se me acercó:
—Así que tú eres el muchacho del que mi hija no deja de hablar. Soy Mario, encantado de conocerte.

Me sorprendió ver como extendía su mano y la sostenía en el aire esperándome.
— ¿Es que me vas a dejar colgado?— preguntó al cabo de un rato.

Le estreché la mano con algo de torpeza y sin mucha fuerza. Por primera vez en mi vida un adulto me trataba como a un igual y eso me gustó.

—Si mamá estuviera aquí— pensé. — La obligaría a que  me escuchara y le diría que no puede decidir por mí, que tengo derecho a opinar.

— Yo André— conseguí decir.

— ¿Ya ha vuelto la rebelde?— preguntó un hombre, sacando la cabeza por la ventana del taller. — Íbamos a llamar a una patrulla de rescate; pero luego pensamos que volverías en cuanto tuvieras hambre.

Unos segundos después aquel hombre de pelo rubio y rizado salió de la capintería; y tal  y cómo había pasado un momento antes, extendió su mano para saludarme.

—  ¡Así que tú eres el famoso André!— exclamó, exagerando un poco con la voz. — Yo soy Diego, el padre de este pozo sin fondo. Un consejo… nunca la invites a comer nada ¡sale muy cara!

— ¡Papá Diego!— exclamó Sol avergonzada.

— ¡Ja! atrévete a decir que no es verdad —  dijo su papá mientras cogía a Sol para montarla sobre sus hombros.

— Vamos André acompáñanos a casa, te invitamos a una granizada.
—Yo… no se moleste, gracias, no hace falta.

No sé qué me pasó. Un rato antes tenía muchas ganas de conocer la casa de Sol; pero en ese momento me sentí tan avergonzado, que solo quería correr a casa para encerrarme en mi cuarto.

— No es ninguna molestia— afirmó Mario.
— Vamos no te hagas el remolón— añadió Diego. — Además, tenemos que compensarte por aguantar a este bichejo malcriado. Seguro que ya te ha aplicado el sexto grado.

Ahí entendí de quién había sacado Sol  su poder de convicción. Diego también sabía poner esos ojos de cordero degollado. Me fijé en que eran verdes, con manchas marrones.

— ¡Por fa!— me pidió Sol poniendo esa carita de “no me puedes decir que no”. — Tenemos granizadas de naranja, limón y fresa.

Finalmente acepté. Admitámoslo… ¡a esta niña es imposible decirle que no!

Nada más entrar me quedó claro que esta familia no sabía lo que era una pared. Todo estaba a la vista. Entrabas y ahí tenías la cocina. Al otro lado el comedor y apartada en un rincón, un televisor cubierto de polvo.

— No solemos encenderla en verano— comentó Mario al ver hacía donde estaba mirando.

— Ahora el cielo estrellado, es el mejor espectáculo— dijo Sol señalando las puertas de cristal que llevaban hacía el jardín trasero. A través de ellos pude ver que tenían un telescopio grande, de color azul.

— Esta noche hay Luna llena— aseguró Diego. — Si nana Nati te deja, puedes venir a cenar. Aprovecharemos para observar la Luna, contar estrellas y descubrir constelaciones nuevas.

— ¿Constelaciones nuevas?— pregunté sorprendido. — ¿No están todas descubiertas?
— ¡Para nada!—aseguró con una sonrisa. — En el universo hay mucho más de lo que a primera vista se puede apreciar. Solo tienes que saber a dónde mirar.

En cuanto terminé la granizada de limón me fui a casa para buscar a nana.

— ¿Y de verdad quieres ir? — me preguntó nana como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

Me encogí de hombros sin decir una palabra. La verdad era que ni siquiera yo sabía lo que quería. Aquellos tres eran una familia que se adoraba y eso en el fondo me repateaba.

— Tu madre ha llamado hace un rato— dijo nana observándome. — Me ha dicho que  te diga que te llamará más tarde, que hay algo importante que quiere comentarte.

De repente sentí que algo me oprimía el pecho. Me ahogaba, como si estuviera bajo el agua y no pudiera respirar:

— No, no, no, no podía ser.
— ¿Ya?
— ¿Tan pronto?
— No, no, ¡imposible!
— Apenas ha pasado una semana ¿Cómo puede haberse decidido ya?
— ¿Es tan cobarde que va hacerlo por teléfono?
— ¡No va a decírmelo a la cara!
— ¡No quiere saber lo que pienso!

Cuando quise darme cuenta, nana estaba delante de mí, abrazándome.

— Respira profundamente André— dijo apartándose para mirarme.
— Eso es, ahora inspira.
— Aguanta un momento… un, dos, tres, expulsa todo el aire.

Cuando se aseguró de que respiraba con normalidad, se levantó. No me había dado cuenta de que estaba en cuclillas. Al hacerlo cerró los ojos y se masajeó la rodilla. Estaba claro que aún le dolía.

— ¿A dónde vas? — pregunté agarrándola con fuerza de la muñeca. — No quería que se marchara, no quería estar solo, la necesitaba.

— Tranquilo André— dijo acariciándome la mejilla. — Sólo voy a traerte un vaso de agua.

La solté al mismo tiempo que aguantaba las lágrimas. Me sentía tan estúpido:

— Idiota— me regañé a mí mismo. — Soy el rey de los idiotas. En cuanto llame mamá, nana se lo contará y sabrá que no han podido ocultarme la verdad.

De repente, me di cuenta de que no había tenido ningún ataque de ansiedad desde que llegué al pueblo. Desde que no estoy con ellos.

No pude evitar que aquello me hiciera recordar mi primer ataque de ansiedad. No estoy seguro de qué horas eran. Solo que era tarde, de madrugada y que estaba en la cama cuando sus voces me despertaron.

— ¡Quieres no hablar tan alto Fernando! ¡Vas a despertarlo!
— ¡Ja! ¿No me digas que ahora te importa André?— escuché preguntar a mi padre.
— ¡Por favor Fernando baja la voz!— le suplicó mi madre. — No quiero que André se entere, no todavía.

Pero sí que me enteré. Me enteré de todo escondido detrás de la puerta que unía el comedor, con el pasillo que llevaba a los dormitorios.

Mi madre le admitió algo a mi padre. Una terrible verdad que me negaba a aceptar y mucho menos recordar. Aunque eso nunca me impidió volver a mi escondrijo para escuchar sus discusiones.

Casi siempre hablaban de ellos. De su relación, sus sentimientos; pero también de mí, de como aceptaría los cambios que estaban por venir.

— Elena, por favor— escuché decir a mi padre unos días antes del viaje. — No puedes tomar esta decisión tan a la tremenda. Tomémonos un tiempo. ¿Por qué no nos vamos de vacaciones? ¿Por qué no intentamos arreglar lo nuestro?

Dejé mi puesto de espionaje antes de escuchar, que yo no estaba incluido en ese paquete vacacional, del que mi padre no dejó de hablar en los días siguientes.

Se le veía tan ilusionado. Como si aquel viaje fuera a arreglarlo todo. Yo los miraba a ambos e intentaba averiar, a cuál de los dos me parecía más.

— ¿Soy tan optimista como papá? ¿O tan decidida como mamá?

Me bebí el vaso de agua de un trago y encendí el televisor. Tenía que alejar como fuera, esos recuerdos de mi cabeza. En eso los dibujos animados eran lo mejor (al menos para mí). Ellos habían sido mi salvación. Me hacían viajar a otros mundos a los que; el miedo a las llamadas de mi madre y la ansiedad, no podían llegar.

Creo que esa tarde nana entendió también que lo necesitaba, porque no me pidió que cambiara el canal, ni lo apagara.

— ¿Vas a ir al final a cenar a casa de Sol?— me preguntó aprovechando que empezaban los anuncios.

— No tengo ganas— respondí sinceramente. — Creo que me voy a ir pronto a la cama.

En estos días había aprendido a leer las miradas de nana y esta decía claramente “sería bueno que te despejaras”; pero por una vez, decidió no decir lo que pensaba.

— Seguramente ya se están preparando para cenar— aseguró. — El número de su casa está al lado del teléfono. Llama y avisa de que no vas a ir.

El teléfono de nana era prehistórico. Parecía una calabaza. — ¡Hasta era de color naranja!— Además, tenía una rueda en el medio con muchos agujeros en la que había que meter el dedo.

Antes de descolgar, intente recordar cómo funcionaba. Nana me lo explicó; pero la verdad… no le preste mucha atención.

— Tengo que descolgar, meter el dedo en el número y….

El teléfono empezó a sonar.

“Ring, Ring, Ring”
“Ring, Ring, Ring”
“Ring, Ring, Ring”

No me hizo falta que a esta chatarra le faltara un identificador de llamadas, para saber que era mi madre. Siempre llamaba antes de cenar.

Tenía que haberlo cogido. Tenía que haberle dicho todo lo que pensaba de ella. Pero no tuve valor. Entré en la cocina para decirle a nana que había cambiado de opinión y me fui corriendo a casa de Sol.

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Continuara

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