(c) 2018 Rocío Cumplido González
Capítulo 4: La constelación de
André
Corrí tan rápido, que ni el mejor atleta me hubiera alcanzado.
Necesitaba alejarme de ese teléfono todo lo que pudiera. Al llegar a casa de
Sol, aún podía sentirlo dentro de mi cabeza
Me quedé parado frente al portón de madera sin atreverme
a llamar, preguntándome si Diego y Mario habían tallado ellos mismos aquellos
dibujos de estrellas. Pegué la oreja y les escuché. Llegué a entender que estaban a punto de
meter en el horno una lasaña y de cómo se quejaba Sol porque, según ella no le
habían puesto suficiente salsa.
— Si por ti fuera, cenaríamos sopa de tomate con restos
de carne— escuché decir a Diego.
— ¿Pero qué haces ahí parado?
Di un respingo al escuchar la voz de Mario detrás de
mí. En cada mano tenía tres o cuatro bolsas de la compra llenas hasta los topes
y empezaban a romperse por los bordes.
— Espere que le ayudo— dije al verlo tambalearse.
Con más maña que fuerza, me cedió una de las bolsas. Solo tenía una barra
de pan y una Coca-Cola. — ¡Por qué todos los adultos me tratan igual!— me quejé
en silencio. — ¡No estoy hecho de cristal!
— ¡Mirad lo que ha traído el gato!— exclamó Mario al
entrar por la puerta.
— ¡André! ¡Has venido!— gritó Sol corriendo hacia mí
con la nariz manchada de tomate. — ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Hoy comemos con
André!
Cuando Mario volvió a quitarme la bolsa de la mano, Sol me
cogió del brazo y me arrastró hasta la mesa de madera.
— Tú vas a sentarte a mi lado, papá Mario aquí,
presidiendo la mesa y papá Diego ahí, delante de nosotros.
.
.
— No empieces a mangonearnos Sol— le advirtió Mario. —
Eres nuestro invitado André, siéntate donde quieras.
— No, no importa— dije un poco intimidado por la
cantidad de aperitivos que había en la mesa. — Aquí estaré bien.
— Yo que tú me lo pensaría dos veces André— me
aconsejó Diego tras poner un segundo plato de queso sobre la mesa. — Nuestra
hija es un pozo sin fondo. En menos de cinco minutos la mitad de los platos
estarán vacíos.
— ¡Papá Diego!— se quejó Sol avergonzada. — ¿Por qué
te metes siempre conmigo?
— No me estoy metiendo contigo— afirmó su padre.
— Yo solo informo a nuestro joven invitado del riesgo de sentarse a tu lado.
Diego me miró y se ocultó media cara con la mano. Cómo
si creyera que ahí había un muro invisible y su hija no fuera a escucharlo.
— En cuanto apartes la vista, se comerá tu plato.
— ¡Papáaaa!
— Vale ya cariño— pidió Mario a su marido sentándose a
la cabeza de la mesa, tal y como le había pedido Sol. — No la avergüences
delante de su nuevo amigo.
— Es verdad—admitió Diego ocupando el lugar asignado. —
Eres el amigo más cercano a su edad, que ha tenido jamás.
Durante la cena, Diego se estuvo metiendo con Sol por
comer “demasiado”; pero estoy seguro
de que era una distracción. En un momento, el plato de croquetas desapareció y
no fuimos ni Sol, ni Mario, ni yo.
— ¡Eres malo papá Diego!— aseguró Sol enfadada y echando fuego con la mirada. — ¡Sólo
me he comido…!
— Venga Soledad María, cuenta— la animó su padre con una
risita picaresca— ¿Cuántas croquetas había en en centro de la mesa?
Sol se quedó pensando, viajando con la mirada entre el
bol vacío y su plato. A cada segundo que pasaba, se ponía más y más colorada,
cómo si no saber la respuesta la agobiara:
—Eran doce croquetas— respondió Mario, haciendo oídos
sordos a su marido, quien se quejaba por
haber resuelto el acertijo:
— ¡Así cómo quieres que aprenda!
— Había tres para
cada uno— continuó explicando Mario, — pero papá Diego es un avaro y ha ido
robando una de cada plato.
— ¿Tenía que sumar
números impares?... ¡eso no vale!— se
quejó la niña cruzando los brazos.
— Ya va siendo hora de que te quites esa manía Sol— afirmó Mario levantándose para retirar los
platos. — No puedes pasarte la vida sumando y restando con números pares, sólo porque para ti es más
fácil. Las matemáticas son cómo la vida; no puedes quedarte sólo con la parte
más bonita.
— Yo lo que creo es que nuestra Soledad María es un poco flojita— escuché decir.
No nos habíamos dado cuenta de que Diego se había
levantado de la mesa. Ahora estaba detrás de Sol. La cogió de los brazos y la
levantó de la silla. Estuvo un buen rato haciendole cosquillas.
— ¡Para, para!— pidió Sol entre risas— Yo prometo
estudiar más, si tu prometes no volver a llamarme Soledad. — Sol, me gusta más.
— Trato hecho— acepto Diego, soltándola en el suelo. —Pero
que sepas que a mí me gusta más tu nombre completo.
— ¡Pero a mí no!— gritó Sol, de nuevo enfadada.
Mientras yo ayudaba a Mario con los platos, Sol salió
con Diego al patio trasero, para montar el telescopio. Me quedé embobado mirándolos: Se reían por algo que
dijo Sol; pero que no logré entender.
De repente, sentí como algo húmedo me explotaba en la cara. Al girarme pude ver a Mario, que me lanzaba pompas de jabón con la mano.
De repente, sentí como algo húmedo me explotaba en la cara. Al girarme pude ver a Mario, que me lanzaba pompas de jabón con la mano.
— Ya sé, ya sé. Eres muy mayor para jugar a esto—
bromeó soplando de nuevo a través del
circulo que formaban sus dedos. — Pero parecía que estabas muy, muy lejos, en
otro universo.
— No, eh, bueno…— balbuceé sintiendo el calor en las
mejillas —. Es que no entiendo a esos dos. Antes casi se tiran de los pelos y
ahora se están comiendo a besos.
— ¡Bienvenido a mi mundo!— exclamó. — Pero no te creas sus enfados, casi siempre
solo están jugando.
Con un rápido lanzamiento, colgó el trapo con dibujos de patos con el que se había secado las manos y se giró para ver como su marido y su hija, terminaban de montar el telescopio.
Con un rápido lanzamiento, colgó el trapo con dibujos de patos con el que se había secado las manos y se giró para ver como su marido y su hija, terminaban de montar el telescopio.
— Cuando la adoptamos, Sol solo quería estar en brazos
de Diego. ¡Ni en el avión pudo despegársela del cuello!
Me sorprendió que me revelara esa información con
tanta naturalidad. Yo no tenía intención de meterme en su intimidad; pero al
ver la oportunidad, mi curiosidad pudo más:
— ¿Cómo adoptasteis a Sol?
— La verdad, no lo teníamos planeado. Antes éramos
arquitectos y vivíamos en la ciudad; pero cuando nos casamos decidimos dejar el
trabajo y entonces…
— ¡Papá Mario!— No nos habíamos dado cuenta de que Sol
había entrado en la cocina y estaba detrás de nosotros. — ¡Que no se te olvide
preparar las palomitas!
Tal y cómo había pasado ese mismo día, Mario y Sol se
miraron unos segundos en silencio y empezaron a hablar en su lenguaje secreto.
Por cómo fruncía el ceño Mario, pude entender que algo
le había molestado:
— Ya llegas a la altura del microondas — dijo su padre,
abriendo el armario que tenía al lado. — toma la bolsa y prepáralas tu misma.
Cuando las palomitas estuvieron listas, Mario, Sol y
yo salimos al patio, donde un ansioso Diego nos estaba esperando.
— ¡Venga que empieza el espectáculo!
Sol y yo nos turnamos para mirar por el telescopio la
Luna llena. El cielo estaba completamente despejado y según Diego que parecía
ser todo un astrónomo experto. Este era el mejor momento del verano.
— André ¿Ves esas dos masas de tierra que son más oscuras?— preguntó moviendo el
telescopio un poco hacia arriba. — La más grande se llama “el mar de lluvias” y
la que está al lado, algo más pequeña es “el mar de la serenidad”. ¿Sabes que
en la antigüedad les pusieron esos nombres porqué parecía agua de verdad?
Diego me explicó muchos datos curiosos de la Luna. Parecía más un científico loco , que un carpintero.
— Me hubiera
gustado estudiar astronomía—confesó; —pero la física no era precisamente mi mejor
amiga.
Después de una hora señalando todos los mares y cráteres
de la Luna, nos sentamos en el suelo
encima de unas colchonetas y jugamos a ver quién contaba más estrellas, antes
de perder la cuenta.
— ¡Yo he contado doscientas treinta y seis estrellas!— exclamó Diego,
alzándose como ganador del juego, ya que
los demás no habíamos alcanzado ese número ni de lejos.
En su colchoneta, Sol estaba bostezando, con los ojos casi cerrados; pero aún así tenía ganas de seguir jugando: — Ahora vamos a descubrir nuevas constelaciones.
En ese momento, me di cuenta de que no había echado de
menos tener el móvil al lado y al no tenerlo pegado a la mano, no sabía qué hora era, ni cuánto tiempo había
pasado.
— Seguro que es muy tarde— dije incorporándome. — será mejor que vuelva a
casa con nana.
— ¡No André, no te vayas!— me pidió Sol saltando de su
colchoneta a la mía. — ¡Ves, ahora estoy despierta!
— No seas pesada cariño— la riñó Diego, ayudándose de los
codos para levantar la espalda del suelo. — Quizás André también tiene sueño.
— No, no tienes, ¿verdad que no? — Sol volvió hacer el
truquito de los ojitos de cordero y aunque tenía algo de
sueño, me lo estaba pasando tan bien, que no tenía ganas de volver a
casa en ese momento.
— No, no tengo sueño— aseguré, aguantando un bostezo.
— Ya te has salido con la tuya Sol— acepto Diego volviéndose
a recostar en el suelo. — Pero sólo vamos a descubrir una o dos. Mañana vuelve
a venir la señorita Maite y esta vez, no
vas a escaquearte de la clase.
— ¡vaaale!— aceptó Sol con una sonrisa fulminante—
André es muy fácil, solo tienes que mirar a las estrellas y formar un dibujo
con ellas. Después le pones nombre y… ¡Ta chan! ya has descubierto una
constelación nueva.
Puede que no fuera un juego muy complicado; pero la
Luna llena ocultaba la mayoría de las estrellas, lo que dificultaba la tarea de
encontrar una constelación nueva.
— ¡Mira!— señaló Sol, a algún punto al lado de la
Luna. — ¡Ahí hay un pájaro con un gran pico! ¡Voy a llamarlo Lunapico!
Aquella ocurrencia hizo que empezara a reírme a
carcajadas. Me sorprendió no reconocer el sonido de mi voz. — ¿Hacía tanto
tiempo que no lo hacía, que ya no reconocía el sonido de mi propia risa?
Entonces lo ví.
— ¡Mira, eso parece un soldado!— exclamé señalando a
un punto del cielo, por encima de mi cabeza.
— ¿Dónde?— preguntó Sol intentando mirar hacia donde
estaba señalando. — Yo no veo ningún soldado.
Al fijarme mejor, me di cuenta de no podía ser un soldado, porque
no tenía ninguna clase de arma entre las
manos; pero eso no me importó. Me encantaba mi nueva constelación y me inventé
una historia que le iba a la perfección.
— Se llama Baris y no es un soldado cómo los demás. En otro idioma su nombre significa "Paz" por eso no necesita ni
un rifle, ni un mosquetón para luchar contra el mal. El arma de Baris es su propia voz y con ella puede hacer que las
personas dejen de pelearse; además de conseguir que arreglen sus problemas antes de hacerse daño a
ellos mismos o a alguien.
Al terminar de contar mi pequeño relato; noté que me estaban mirando.
— Me encanta tu constelación— aseguró Mario— Además es
una historia perfecta para el cuaderno de Sol, espera voy a cogerlo y vamos a
escribirla.
En cuanto Mario se levantó de la colchoneta, sonó el
timbre de la puerta.
— ¿Pero quién puede ser a estas horas?
Pasaron varios minutos durante los cuales pude
escuchar los murmullos de dos personas hablando; pero no entendí nada claro.
En cuanto vi la cara a Mario me asusté. Se le veía preocupado y supe al instante que algo malo debía de haber pasado:
— André, tenemos que llevarte a casa de nana Nati. Al parecer se
ha resbalado en el cuarto de baño y se ha hecho daño.
Continuara…
Me he quedado expectante! Rocío, tu pluma cada vez es mas fina y certera al meternos en el relato,la escena de la merienda es perfecta! estoy disfrutando como loca tu cuento,una belleza.
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