(c) 2018 Rocío Cumplido González.
Capítulo 6: El cuento del mago y el pescador.
— ¡No puedo creer que me hayas mentido!— gritó mamá,
soltando de mala manera su bolso de “Bimba y Lola” sobre el maltrecho
sofá de nana.
— ¡No exageres Elena!— respondió nana exasperada. —
¡No fue para tanto!
— ¡¿Qué no fue para tanto?!
La pared que separaba el salón de la cocina se
convirtió en un punto de espionaje improvisado. Mamá estaba realmente enfadada
porque no le habíamos contado nada sobre el traspié de nana y el enterarse por
una tercera, solo empeoró su mal humor.
— Y que me haya tenido que enterar por Margarita… ¡Tú vecina!
— Será cotilla la muy… — susurró nana acercándose a la
ventana, para asegurarse de que estaba bien cerrada.
— Una buena mujer, eso es lo que es— seguía relatando
mamá. — Si no fuera por ella y su hijo, yo seguiría en la inopia.
Antonio, el hijo de Margarita y mi
madre son “amigos” en Facebook, aplicación que este inocentemente utilizó; para
preguntarle a mi madre sobre el estado de salud de nana tras su caída.
Mi madre alarmada, le llamó inmediatamente y tras ponerse al día de toda la
situación, habló con mi padre para contárselo todo:
— Tengo que volver al pueblo Fernando— le aseguró, exagerando un poco
demasiado. — ¡Nana y André me necesitan!
Y entonces me entró el pánico:
— ¿Dónde estaba papá?
— ¿Por qué no había venido con ella?
— ¿Seguirán juntos o….?
— ¿Es que crees que no te conozco?— preguntó
mamá a nana, haciéndome salir de mis pensamientos. — Esa noche cuando te llamé discutimos y
seguramente para evitar pensar en lo que te había contado, te pondrías a
limpiar. ¡Haces lo mismo cada vez que te enfadas?
— ¿Y esperabas otra cosa?— preguntó nana con sorna.
— ¿Pensabas acaso que me alegraría por ti? —
¡Claro!— se respondió así misma nana con falso regocijo— ¡Me
encanta ver como mi única hija va por la vida cuesta abajo y sin frenos; sin ni
siquiera pensar en los trastornos que puede causarle a las personas más
cercanas!
— ¿Y qué pretendes que haga mamá? ¿Qué me sacrifique?—
Su voz era solemne, cómo si aquello fuera una sentencia de muerte. — ¿Quieres
que siga en un matrimonio en el que ya no hay amor, sólo por mi hijo?
Por un instante el tiempo se detuvo y pude notar el vacío entre cada latido
de mi corazón. No podía más; tenía que salir de allí y alejarme de sus voces tanto como me fuera
posible. Entonces, sin previo aviso, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos
apareció Sol y ese día; descubriríamos una historia que nos cambiaría para
siempre a los dos.
— ¡Buenos días nana Nati! ¿Dónde está André? Le
necesito para una misión súper secreta.
— ah hola…
Intentando aparentar normalidad, nana hizo la oportuna presentación. Yo
aproveché la ocasión y salí de mi escondite para entrar en el salón cómo si
acabara de llegar.
— ¡Hola André!— exclamo Sol, sin darse cuenta de lo
incomodo que me sentía en ese momento.
— Necesito que me acompañes al lago— con una expresión
algo misteriosa, me cogió de la muñeca e hizo que me agachara. — ¡Nos vamos de caza!
Tanto mi madre, como nana estuvieron de acuerdo en que
me fuera con Sol. Supongo que era porque
así podrían discutir a gusto, sin miedo de lo que yo me pudiera enterar…
—
¡Vaya par de ingenuas!— pensé. — ¿Cuándo se darán
cuenta los adultos de que los menores de dieciocho, no tenemos ni un pelo de tontos?
La verdad es que fue un milagro, que no me atropellara un coche cuando cruzamos
la carretera para coger el sendero. Iba mirando al suelo, sin estar pendiente
de nada. Bueno, eso no es del todo cierto… de vez en cuando miraba por el
rabillo del ojo a Sol, quien caminaba a mi lado como un fantasma.
— ¿Te ha comido la lengua el gato de Don Claudio?—
pregunté para romper el silencio.
— ¿Eh? A no, le esquivé esta mañana en la plaza —
respondió con una media sonrisa. — ¿Esa era tu madre?
— En carne y hueso— respondí. Sol asintió con la
cabeza, afirmándose a sí misma un pensamiento secreto que al parecer no iba a
compartir conmigo.
— ¿Por qué vas tan deprisa?— pregunté unos segundos
después.
Al tener once años se supone que yo debería ser mucho
más rápido; pero me estaba costando Dios y ayuda mantener su paso. En las anteriores ocasiones
en las que habíamos ido juntos al lago, casi había tenido que ponerme de
rodillas y suplicarle que aligerara el paso:
—
¡Te paras más que un autobús de línea!— le grité una
vez, por detenerse a observar una hormiga.
—
¡Pero mírala André!— me reclamó. — Lleva a cuestas un
trozo enorme de gominola. ¡Esta noche se
ponen las botas!
Sin embargo, hoy andaba a paso rápido y ligero, como si se le acabara el
tiempo y aquello que quería cazar, fuera lo que fuese, se iba a escapar.
A sólo unos pasos de
llegar al lago, Sol me agarró con fuerza el brazo y tiró de mí para que la
siguiera a través de los matojos secos.
— ¿Por qué vamos por
aquí?— pregunté mientras intentaba sortear las espigas.
— Para que no nos vea
llegar— me respondió, sin ni siquiera girarse.
Antes de pudiera
preguntar “quién” no debería vernos,
Sol alzó la mano y me hizo señas para que me agachase.
— ¡Aún no se ha marchado!— exclamó aliviada.
— ¿Pero de quién hablas?— pregunté enfadado. Esa mañana, a causa del calor
había tomado la terrible decisión de ponerme pantalón corto. Decisión de la que ahora me
arrepentía. — Si me hubieras avisado, me hubiera cambiado y no tendría las
piernas llenas de arañazos. ¡Mira, hasta estoy sangrando!
— ¡Shhhhh! — Sol me hizo señas para que me acercara y entonces pude ver de
quién se trataba. Era el huraño pescador.
— ¿Ves ese libro negro que tiene apoyado en el suelo, justo a su lado?— me
preguntó Sol en un susurro. — Vamos a bajar por la ladera muy despacio y lo
cogeremos prestado un rato.
— ¡¿Tú estás mal de la azotea?!
Sol me tapó rápidamente la boca con su mano, ya que mi pequeño grito había
causado que unos pájaros salieran volando asustados.
— ¡Me dijiste que íbamos de caza!— le regañé, a la vez que retrocedía unos
pasos para evitar ser vistos. — ¡No mencionaste nada de robar un libro!
— ¡Shhhh!— siseo de nuevo Sol. — Vamos a cazar una nueva historia para mi
cuaderno. Sólo cogeremos “prestado” el libro un rato. ¡El tiempo justo para
echarle un vistazo!
— ¿Vas a arriesgarte en meterte en un lio, sólo por un libro?
Sol me miró muy ofendida, como si hubiera dicho una mentira cochina. No
obstante, desde mi posición eso era lo que parecía, sólo un libro.
—
Papa Diego siempre dice que un libro es algo más que unas cuantas páginas
atrapadas juntas entre dos tapas de cuero o cartón. Dice… “Un libro es la puerta a un universo nuevo y al leerlo; todas sus
maravillas salen al descubierto.”
Antes de darme tiempo a pensar en lo que me acababa de decir, Sol me contó
su plan para hacerse con el libro del pescador:
— En algún momento tiene que picar algo ¿verdad?
Asentí impaciente sin decir nada… — ¡Esta niña esta majara!
— Esa será nuestra señal, ya que en cuanto uno pique, el pescador se
levantará y nosotros aprovecharemos su despiste para bajar a toda velocidad.
Cogeremos el libro en un pis pas y saldremos pitando por ese sendero, el que
empieza al lado de aquel olivo tan
viejo. ¿Ves? Será coser y cantar. — ¿Qué podría salir mal?
—
¡Todo podría salir mal!— exclame
intentando controlar como pude los decibelios de mi voz. ¿Y sí nos pilla, se
enfada y nos hace daño?
Haciendo oídos sordos a mis advertencias Sol se agachó, haciéndome señas para que hiciera lo mismo y me fijara en lo
que en ese momento estaba haciendo el pescador:
— ¡Mira André!
El hombre, que debía ser ya mayor (no tanto como nana; pero casi) soltó la
caña de pescar, dejándola apoyada sobre el cubo de cebos para, seguidamente
agacharse y coger el libro.
Por algún motivo que entonces no entendí movió la silla plegable y la dejó mirando hacia nosotros.
— ¡Agáchate!— le pedí a Sol mientras yo me tumbaba en el suelo.
— ¡No seas tonto André!— exclamó sin hacerme el menor caso.
Más por curiosidad que por otra cosa, decidí despegar la nariz del suelo y lo
que descubrí me dejó sin palabras: Sol estaba equivocada, aquello no era un
libro. Al menos no uno convencional. En realidad lo que el pescador tenía entre
las manos; era un álbum.
Aunque no alcanzaba a verlo con claridad, si conseguí apreciar que en cada
página había pegadas no solo fotos, si no también recortes de periódicos.
— ¡Podéis acercaros sin miedo!— dijo el hombre sin levantar la vista del álbum. — Sé que soy bastante feo; ¡pero os aseguro que no muerdo!
— ¿Nos está hablando a nosotros?— le pregunté a Sol, aunque ambos sabíamos
la respuesta:
— ¡No hombre, le hablo al panadero que pasa por aquí todos los días!— respondió
el pescador, ahora sí alzando la vista. — El problema de este sitio es que tiene
eco. Así que aunque habléis muy bajo, se os puede escuchar desde lejos.
Mientras bajaba por la ladera, sentía como mis mejillas ardían a causa de
la vergüenza: el pescador nos había estado escuchando todo el rato y ahora
sabía que habíamos planeado (corrijo… ¡Sol había planeado!) quitarle el libro,
— Así que vosotros sois los niños del pueblo: el chico de ciudad y la niña
torbellino. ¿De verdad pensabais robar mi libro?
—
Yo… emmm, nosotros…— tartamudeé.
—
La idea fue mía señor pescador— respondió Sol, asumiendo toda
responsabilidad. — le he visto varias
veces ojeando ese libro en el bar del pueblo y ya no podía aguantar más la
curiosidad… ¡Necesito verlo!
A causa del eco, la risa del pescador resonó por toda la explanada. Ya no parecía
el señor huraño que nos habíamos imaginado y entonces; el falso miedo que nos
causaba su imponente imagen, desapareció
en un instante.
— Acercaos y os lo enseño.
Nos sentamos en el suelo, frente a él. Gracias al rocío de la mañana, la hierba
aún se sentía fresca, lo que alivió bastante la sensación de calor.
— Esta foto la hice cuando viaje al círculo polar ártico— empezó a decir
girando el álbum para que pudiéramos verlo mejor. — En aquella época trabajaba
como fotógrafo para un periódico y siempre me estaban mandando a sitios raros y
exóticos. Una vez incluso tuve que pasar por una cuerda con un equilibrista. ¡Estábamos
a seiscientos metros de altura!
— ¿Y eso por qué?— interrumpió Sol.
— Porque así tendría la mejor perspectiva— contestó sacando la foto del álbum
para enseñárnosla.
Y allí estaba el equilibrista pasando por una fina cuerda entre las
montañas, con el mar de fondo. La imagen en conjunto impresionaba, aun siendo
en blanco y negro.
— Eran los años cincuenta y en aquella época no era una práctica común el
revelado de imágenes a color— comentó leyendo mis pensamientos.
—
¿No me diga que conoció al gran mago
Houdini?— preguntó Sol, señalando uno de los recortes de periódicos.
—
¡Vaya, no sabía que parecía tan viejo!— exclamó el pescador riendo. — Por
desgracia el gran Houdini ya estaba haciendo magia entre las estrellas cuando
yo nací. Este recorte pertenecía a mi padre. Le encantaba el circo, los magos,
el ilusionismo y coleccionaba noticias que tuvieran que ver con eso. Incluso
tenía artículos en otros idiomas. Era tan grande su pasión, que no le importaba
no entender lo que decían.
—
Creo que puedo ayudarle con este— dije acercándome para leerlo bien. — Aquí
dice… “Houdini será atado con una camisa de fuerza esta noche, pasada la
madrugada: El artista del
escapismo Harry Houdini será atado en una camisa de fuerza y colgado, con los
pies completamente inmovilizados a unos 150 metros de altura esta noche a las
12:30 en la avenida Pensilvania.”
— Tuvo que ser impresionante— aseguré.
— Seguramente lo fue— afirmó el pescador cerrando el álbum. — Pero yo
conocí a un mago que era casi mejor.
— ¿Quién?— preguntó Sol, a sabiendas de que el pescador iba a darle lo que
había venido a buscar.
— Cuando era pequeño mi padre y yo leímos
en el periódico, que en dos semanas un circo estaría ofreciendo su espectáculo;
en una ciudad pequeña muy cerca de donde vivíamos. La verdad, es que no sé
quién se emocionó más: si mi padre o yo; porque no paramos de hablar del tema en dos
semanas. Mi madre estaba tan harta ¡que incluso nos amenazó con echarnos de
casa!
Lo malo es que hicimos muy mal los cálculos y al final solo pudimos ahorrar
dinero para que uno de los dos viera el espectáculo.
—
Entra tu hijo— dijo mi padre ofreciéndome la
entrada.
—
No papá— respondí. — No quiero entrar sin ti.
—
Tienes que hacerlo— me apremió. — Nunca has estado en un circo.
—
Tu tampoco…
—
Pero yo ya soy mayor y viejo— respondió agravando el tono de su
voz. — Además, los trucos de magia solo funcionan
en los ojos de aquellos, que ven la grandeza en los actos pequeños. Vamos,
entra de una vez mi pequeñín. Yo te espero justo aquí.
Triste y sin entender muy bien lo que me acababa de decir, le di mi entrada al payaso que controlaba el
acceso y entré sólo en la carpa.
Mentiría si os dijera que no disfruté del espectáculo. Lo hice; sobre todo
cuando apareció el mago:
¡Y ahora mi querido público,
empieza el espectáculo que estabais esperando! ¡Venido desde la lejana tierra
de Croacia llega el gran mago Aleksandar!
El público rompió en aplausos en cuanto apareció: lo recuerdo alto y de
aspecto fuerte; pero sobre todo recuerdo su truco final.
— “No quiero terminar este espectáculo sin hacer a este magnífico público
un regalo; pero para eso tendréis que confiar en mí. Voy a pediros que cerréis los
ojos y pidáis un deseo. Si pedís el deseo con el corazón lleno de bondad, os
aseguro que muy pronto se cumplirá. Puede que incluso antes de que volváis a
abrir los ojos.”
Todo el mundo cerró los ojos en cuanto el mago Aleksandar lo pidió. No tuve
que pensar mucho en mi deseo. Lo tenía tan claro, que incluso pensé que podía
olerlo.
— ¿Qué deseo pediste?— preguntamos impacientes.
— Pedí algo que creía imposible; pero resulta que la magia si que existe y
con ella, ningún deseo es imposible. Deseé que mi padre estuviera allí conmigo
y cuando abrí los ojos ¿sabéis qué? ¡Estaba sentado justo a mi lado!
Cuando salimos le pregunté a mi padre como lo hizo. Una parte de mí no se
terminaba de creer que el deseo se hubiera cumplido.
— ¿Y qué te dijo?— Sol estaba tan encantada con la historia, que no se
había dado cuenta de que el pescador también se había sentado en la suelo. — Mi
padre, juró y per-juró que no tenía ni la menor idea de cómo acabó sentado a mi
lado: — te aseguro que no lo sé. Yo
estaba fuera de la carpa esperando y de repente, se escuchó un ¡ZAS! y aparecí
a tu lado.
Estuvimos con el pescador un par de horas más escuchando sus historias,
hasta que el rugido de nuestros estómagos nos indicó que se acercaba la hora
del almuerzo.
— La historia del mago y el pescador ha sido la mejor, ¿No crees?— pregunté
a Sol, cuando cogimos el sendero para volver a casa. Sin embargo, Sol volvía a
estar muy callada. Tenía la mirada fija al frente. Ni siquiera pestañeaba y fue
entonces cuando me di cuenta de que estaba aguantando las lágrimas.
— ¿Se puede saber qué te pasa?— pregunté un poco molesto. — ¡Hemos conseguido
la historia del pescador!
— Si, lo sé, es qué…. Ya sólo
tengo que encontrar una historia más para llegar a las mil y entonces todo
acabará.
— Siempre puedes empezar un
cuaderno nuevo — afirmé intentando animarla. — y si no encuentras más historias
que escribir, no te preocupes. El verano
que viene, cuando vuelva te contaré cientos de historias nuevas.
Algo pareció romperse dentro de Sol; porque ya no pudo parar las lágrimas y
sus ojos se convirtieron en dos cataratas:
— Para entonces yo ya no estaré aquí— sentenció. — Al final del verano
mis padres y yo nos mudaremos a otro pueblo y lo más seguro, es que nunca volvamos a vernos.
Continuara…
Rocío, que fina se ha puesto tu pluma! esta historia es tan bella como una figurita de origami, la historia del pescador me ha encantado y me he quedado con la boca abierta al descubrir que Sol se marcha!!!!!! ya ansío leer el siguiente capítulo!!
ResponderEliminarfelicidades por tan bella historia1
Muchas gracias Eliz!!La proxima semana si todo va ok saldrá. Bss
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