martes, 21 de mayo de 2019

Las mil y una historias de Sol. Capítulo 10: Una historia de más.

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Rocío Cumplido González (c) 2019 #relatojuvenil


Capítulo 10: Una historia de más

Después de una pequeña conversación en la que papá me hizo las típicas preguntas sobre cómo había pasado el verano, pasamos a lo que de verdad querían  hablar todos.

Estaba más que decidido. Mis padres iban a divorciarse y a vivir cada uno por su lado. Pero claro, en medio de todo esto estaba yo; por lo que tenían sí o sí, que llegar a un acuerdo para que la “nueva rutina” fuera lo más llevadera posible.

Mientras hablaba mamá, tuve la sensación de estar leyendo un guion perfectamente orquestado, en donde todos los escenarios posibles se habían diseñado,  para empezar a rodar en cuanto terminase el verano.

— Durante el curso escolar estarás conmigo los lunes desde que salgas del colegio, hasta los miércoles que entres a clase. Cuando salgas el miércoles, tu padre te recogerá; y te quedarás con él hasta el viernes. Los fines de semana y puentes los iremos alternando y las vacaciones las dividiremos por la mitad. En  navidad, la nochebuena la pasarás conmigo y la nochevieja con papá. La noche y el día de reyes también lo alternaremos; un año con él y otro conmigo. La semana santa la pasarás entera con tu padre.

— ¿Y en verano?— pregunté interrumpiéndola de sopetón.

— Teniendo en cuenta que son unos  dos meses sin clases — continuó explicando mamá, — y que por el momento, ni tu padre ni yo tenemos pensado mudarnos fuera de la ciudad;  he pensado que lo mejor es que sigamos con esta rutina hasta finales de junio. El mes de julio lo pasarás entero con tu padre y el mes de agosto conmigo.

Empecé a sentir que me faltaba el aire. Mamá había organizado mi vida de los  seis años siguientes hasta el milímetro; pero en el esquema de lo que sería a partir de entonces mi vida, se había olvidado de incluir a una persona muy importante.

— Tranquilo, no te va a dar tiempo a aburrirte. —afirmó mi madre, posando su mano en mi mejilla. — He hecho una lista de todas las actividades disponibles para los chicos de tu edad. Aunque también podemos hacer algo juntos, como un viaje ¿Qué te pare…

— No— le corté.  Retiré bruscamente la cara y me levanté para enfrentarlos. Mis padres estaban sentados en el viejo sofá de nana, donde unos cojines con estampados de flores, se habían hundido casi hasta rozar el suelo. — No voy a  pasar  un mes con cada uno en verano. — afirmé sin parpadear. — Solo pasaré dos semanas con cada uno, en julio. Me da igual como lo organicéis; pero solo serán dos semanas. Ni una más.

Miré a nana. Estaba sentada en el viejo sillón del abuelo. Solía decir que lo conservaba, porque su olor se había quedado atrapado en el cuero. Fue entonces, cuando entendí cómo funcionaba el lenguaje secreto de Mario y Sol. Ellos estaban conectados por un lazo de amor puro y verdadero. Mil veces más fuerte, que cualquier coincidencia de ADN.

Nana sonrió y asintió con la cabeza, confirmándome que estaba de acuerdo y me apoyaba.
— Cada uno de agosto, uno de los dos me traerá al pueblo con nana—sentencié. — Será con ella con quién pase todo el mes.

— Pe…, pero— balbuceo mamá tras recuperarse del shock—. Eso no es lo que he planeado. Además eres menor de edad, un niño y debes…

— Déjalo Elena— pidió mi padre apoyando la mano sobre su hombro. — Déjalo quedarse. Creo que le hace bien estar aquí.

— ¿Era orgullo hacía mi lo que veía en los ojos de mi padre?

Por culpa de mi comportamiento de los últimos meses había perdido la esperanza de que papá volviera a mirarme de esa manera. Entonces me prometí a mí mismo, que en cuanto empezaran las clases, me disculparía con todos los chicos que había tratado mal. No solo porque no quería volver a perder lo que acababa de recuperar. Si no porque de verdad me sentía mal por todas esas cosas.

— Pero es solo un niño—volvió a repetir mamá sacándome de mis pensamientos, —no puede decidir qué hacer.

— Haz el favor de mirar bien a tu hijo, Elena— le pidió papá. — El  niño que dejamos hace unas pocas semanas, ya no está.

Mamá me observó de arriba abajo durante unos segundos y después simplemente asintió, aceptando al fin que había perdido esta batalla.

Entonces entendí que era ahora o nunca. O aprovechaba la oportunidad y hacía la pregunta, o me quedaría para siempre con la duda:

— ¿Es culpa mía?

Mi madre me miró sorprendida, estaba claro que la pregunta iba sólo para ella.

— ¿Es culpa mía que no hayas sido feliz?

Su respiración se cortó y durante unos segundos los roles se invirtieron. Yo era el adulto que quería tener una conversación sería y ella, la niña que buscaba con la mirada una escapatoria para evitar una situación incómoda.

— Escuché lo que le dijiste a papá esa noche— confesé al fin. Mi padre también abrió los ojos  sorprendido. Para ellos ahora las piezas encajaban y mi comportamiento de los últimos meses, aunque jamás estaría justificado; tenía algo de sentido.

— Sé que siempre has estado enamorada de otra persona, que desearías haber sido más valiente en su día y que si no te hubieras quedado embarazada de mí; tu vida sería muy distinta.

 Por primera vez, en mucho tiempo permití que mis lágrimas brotaran sin control. Aun así, me esforcé todo lo que pude para no parpadear. No quería perder el contacto visual con mamá.

— Yo no… yo nunca— tartamudeo. Intentando esconderse; mi madre clavó los codos en las rodillas y se tapó la cara con las manos.

Pasaron varios segundos, casi un minuto en los que permanecimos en silencio. Mis peores miedos se habían confirmado y no podía soportarlo. Necesitaba salir de ahí, escapar y correr tan rápido y tan lejos, cómo mis piernas me lo permitieran.

Ya había girado medio cuerpo para irme cuando sentí una mano aferrarse con fuerza a mi muñeca. Al volverme vi a mi madre frente a mí, llorando. Con un suave tirón me acercó hasta ella para abrazarme con fuerza. Los latidos de su corazón golpearon contra mi oreja, confirmándome que mis miedos eran infundados. Me quería y nunca se había arrepentido de tenerme. Simplemente había tenido mucho miedo. Miedo a que la rechazara cuando descubriera la verdad.

Tembloroso, entrelacé los brazos en su cintura y la apreté contra mí tan fuerte como pude. En ese momento deseé haber sido más alto que ella. Así  mi madre habría sido capaz de escuchar a mi corazón y todo lo que este tenía que decirle.

*********

— Corre más rápido André — gritó Sol desde la orilla del lago, mientras Darío y yo intentábamos hacer volar una de las cometas que nos había regalado Mario.

Habían pasado un par de días desde que papá llegó al pueblo y tuvimos algo tiempo para estar solos y hablar “de hombre a hombre”. Una noche, sentados en unas sillas de mimbre, frente a la puerta de la casa; papá me aseguró que no odiaba a mamá. Claro que se enfadó mucho con ella en su momento y que hubiera deseado poder arreglar las cosas. Sin embargo, durante el crucero se dio cuenta de que no se puede obligar a nadie a quererte y que lo más importante para un niño, es que sus padres sean felices, estén juntos o no.

Y era cierto. Ahora veía a mi padre un poco más feliz que antes; charlando animadamente con Mario y el pescador, mientras este último les enseñaba a tirar la caña correctamente.

Mamá también sonreía junto a nana y Soledad, viendo cómo Diego se hacía un lio con las instrucciones de la tienda de campaña que había comprado el día anterior.

— ¿Podrías dejar de reíros y echarme una mano? — se quejó este, metido en la tienda; intentando sujetar un lado con una mano, mientras que con la otra trataba de adivinar donde tenía que anclar  la varilla.

— Porque la idea de acampar fue tuya— afirmó Mario en la distancia. —y por cierto cielo, las varillas van por fuera de la tienda.

Apenas veinticuatro horas antes, Diego estaba encantado con la idea de pasar la noche bajo las estrellas. Se le ocurrió el plan cuando estaba a punto de guardar el telescopio en una caja y dejarlo ya preparado para la mudanza. Aunque no fue  hasta poco antes de cenar, cuando llamó a casa de nana para hablar con mis padres.

Yo ya conocía el poder de persuasión de Diego; pero mamá aun no entendía como se había dejado convencer tan fácilmente, para ir a una barbacoa en medio del campo y en pleno verano.

— ¿De verdad quieres pasar la noche allí?— preguntó horrorizada ante la idea de dormir rodeada de insectos.

Le aseguré que sí, que sería divertido hacer algo con Sol y su familia antes de irnos. No podía creerlo, ya solo faltaban dos días para volver a casa, a mi vida y en apenas una semana más, Sol y sus padres empezarían el nuevo capítulo de la suya.

Cuando Mario como buen arquitecto, se aseguró de que la construcción de su marido soportaría el ataque unos niños hiperactivos, pudimos entrar en la tienda.

Sol se había llevado su cuaderno de historias y pasaba las páginas de un lado a otro buscando la más adecuada para una noche de acampada.

— ¡No puede ser!— gritó de repente y sin avisar.

— ¿Qué te pasa?— pregunté mirando a mi alrededor preocupado, buscando cualquier bicho que se hubiera colado. — ¿Te ha picado algo?

— No… mira.

Entonces Sol me enseñó las dos páginas en blanco que separaban las historias trescientos veintisiete, de la trescientos veintiocho.

— ¡No está completo!— afirmó casi en estado de shock. — Papá Mario se saltó estas páginas y no se dio cuenta.

Estuve a punto de sugerir  que podía arrancarlas; pero al comprobar en qué lado  de la página terminaba la historia trescientos veintisiete, vi que era imposible hacerlo sin dejar el relato incompleto.

Al cabo de pocos segundos, la respiración de Sol se calmó y su rostro cambió. Ahora sonreía y pude ver en sus ojos esa mirada traviesa y picara.

— ¿Qué se te ha ocurrido?— pregunté algo asustado.

— Que sería muy chulo escribir las cosas que nos han pasado este verano, ¿no piensas lo mismo?

Sol estaba realmente emocionada con la idea. — Podríamos escribir sobre cómo nos conocimos aquí, en el lago. ¡Yo estaba escondida en esos matorrales! ¿Te acuerdas?

— Como para no acordarme— aseguré recordando aquel momento. Me costaba creer, que no hubiera pasado ni un mes.

— También podríamos escribir sobre el accidente de nana y como conseguimos la historia del pescador — continuo sin percatarse que le había contestado. — También tenemos que poner lo que pasó con aquellos matones en la feria. No es un recuerdo bonito; pero es lo que pasó y tenemos que escribir la verdad.

— Pero entonces tendrás una historia de más en tu cuaderno— le dije cuando paro de hablar. — Si escribimos todo eso, tendrás mil y una historias que contar y ese es un número impar.

Sol medito durante un largo minuto mi afirmación; pero luego volvió a sonreír.

— Creo que eso es algo con lo que puedo vivir.

Nos pusimos a ello en cuanto Sol escogió el bolígrafo perfecto entre la docena que tenía en su mochila y como suele decirse: no nos dejamos nada en el tintero. Tuve que resumir algunos detalles por miedo a quedarme sin espacio antes de terminar; pero lo logré sin problemas y nada de lo importante se quedó atrás.

La noche era clara, adornada por una gigantesca luna llena y al no estar en medio del pueblo podíamos ver más estrellas. Lo que era perfecto para más tarde, poder descubrir nuevas constelaciones y ponerles nombre.

Sol, Darío y yo nos acercamos al pescador quién seguía sentado frente a su caña. Por algún motivo el hombre miraba embelesado el agua, ni siquiera parpadeaba.

— Esto sí que es magia— nos susurró.

Los tres contuvimos la respiración al mirar al agua. Los peces estaban bailando y gracias al reflejo de la luna, parecía que lo hacían en medio del espacio.

— Ojalá no hubiera escrito esa historia en el cuaderno de Sol — pensé. — Ahora se me estaba ocurriendo otra mucho mejor, sobre unos peces que bailaban junto a las estrellas en el espacio exterior.  Esa historia, como la mía y la de Sol, tendría un final inesperado. Y eso no siempre es algo malo.

FIN.

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