Entre las estrellas
Rocío
19:05:00
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Rocío Cumplido González (cc) 2019
Entre las estrellas
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Entre las estrellas
Sarya cerró la puerta del patio trasero, procurando que
las bisagras no chirriaran saltando la voz de alarma. Mientras corría colina
arriba sintiendo el aire fresco de la noche en sus mejillas, se felicitó así
misma por haberse convertido en una experta escapista.
Dana, su perra, la veía escaparse desde hacía semanas. Al
principio ladraba arañando el cristal de la ventana, intentado llamar su
atención. Quería acompañar a su ama y ser su fiel escudera a donde sea que
fuera. Sin embargo, Sarya nunca se rindió ante los ojos llorosos del animal y
unas noches después, este simplemente dejó de ladrar.
Era una noche de Junio perfecta: despejada, oscura y
donde miles de estrellas parpadeaban inquietas. — Esta es la noche ideal para
un cuento, — solía decir su abuelo.
Sarya y su abuelo pasaban noches enteras inventándose
cuentos donde las princesas eran valientes, guerreras y en donde no todas las brujas son malvadas hechiceras.
— ¡Hola abuelo, ya estoy aquí!— gritó en cuanto alcanzó
la cima.
Sarya rescató una caja de cartón que su abuelo y ella
habían escondido entre los matorrales. Retiró el plástico que la cubría y
empezó a sacar varios tipos diferentes de piezas y utensilios.
— Creo que ya sé cómo hacer que funcione abuelo — afirmó
la niña. — Solo tengo que encontrar unas aletas más resistentes y un combustible
más potente. La última vez con el
vinagre y el bicarbonato, no subió tan alto como esperábamos.
Sarya siguió hablando, contándole a su abuelo como
conseguiría que el cohete surcara los cielos. Lo habían empezado a construir
unos meses atrás y aunque no estaba acabado; ya se habían imaginado como
cruzaría la estratosfera y alcanzaría la velocidad de la luz, para llegar a
otros planetas.
Sarya no lo sabía; pero a unos pocos metros había un hada
transformada en mariposa, que estaba escuchando como hablaba sola. Y es que
hace unas semanas, su abuelo se convirtió en un recuerdo. Ahora viaja entre las
estrellas contando esos cuentos.
Cuando la niña se marchó, el hada Ro volvió a su forma
original y otra noche más, regresó al viejo y hueco árbol que llamaba hogar,
sin una nueva historia que contar.
— ¡Seguro que está vez, el cuento es de un dragón que no
escupe fuego!— se emocionó al pensarlo Kara.
— ¡No!— protesto Piyi— Yo quiero que sea un cuento sobre
un príncipe cocinero: promoverá la paz con pasteles. ¡No va a ser de esos que
van por ahí con una espada afilada haciendo daño a la gente!
Ro entró por uno de los agujeros del árbol y entonces sus
hermanas la acorralaron:
— ¡Ya está aquí! — gritaron ambas ilusionadas.
Sin embargo, la ilusión y la emoción se desvanecieron en
un santiamén:
— Ya no se inventa historias, ni cuentos— afirmó Ro con
pesar. — Está empeñada en hacer volar ese cohete para que viaje entre las
estrellas.
Esa noche ni Ro, ni Piyi, ni Kara conseguían conciliar el
sueño. No son capaces de dormir si nadie les cuenta un cuento.
— Si el cohete echara a volar. —empezó a decir Piyi,
harta de dar vueltas en su pequeña cama de paja, — si volara más allá de las
nubes y llegará hasta las estrellas, quizás la niña volvería a crear cuentos.
Kara que era la más mayor y sensata, no veía como eso
podía ser la solución al problema; pero Ro se pasó toda la noche con las
palabras de su hermana pequeña en la cabeza:
— Puede que con un poco de magia…
A la noche siguiente, las tres hadas fueron hasta lo alto
de la colina. La niña aún no había llegado; pero pronto lo haría.
— Más vale que nos demos prisa— aconsejó Ro.
Dos de las hadas esparcieron un poquito de su magia sobre
la caja que guardaba Sarya.
El hada Kara le otorgó fuerza y resistencia al cuerpo y a
las aletas. Ahora nada podría destruirlo.
El hada Piyi usó sus poderes para pintar cientos de
estrellas en las piezas del cohete. Estas iluminarían su camino a través del
universo infinito.
— ¡Ya está llegando!— gritó el hada Ro.
Justo antes de que Sarya las pillara con las manos en la
masa; las tres hadas se transformaron en luciérnagas.
— ¿Qué ha pasado aquí?— se preguntó la niña al ver el
contenido de su caja.
Sarya sacó el tubo y las aletas, pasando las yemas de sus
dedos por los dibujos de estrellas.
Aprovechando su distracción, el hada Ro se acercó y esparció
sobre su cabeza un poco de fe, algo de magia y una pizca de fantasía.
— Ese es el único
combustible que necesitas— susurró el hada.
En ese momento, sin saber muy bien por qué, Sarya supo
exactamente lo que tenía que hacer y en menos que canta un gallo; el cohete
estuvo listo y preparado.
— 3…, 2…, 1….
El cohete salió disparado, iluminando el cielo a su paso.
Sarya no podía creer que al fin lo hubiera conseguido. Se quedó allí, viendo
como el cohete se perdía entre las estrellas y al igual que su abuelo; este se
convertía en un bello recuerdo.
Pasaron varios días hasta que Sarya volvió de nuevo a la
colina. ¡Las hadas estaban asustadas! ¡Pensaban que no volvería!
En esta ocasión, la niña llegó acompañada Dana, su fiel
escudera de cuatro patas.
— ¿Quieres escuchar un cuento?— preguntó Sarya a su
peluda amiga.
El animal movió la cabeza para lamer su mano. Entonces
Sarya se recostó en la hierba y empezó a contar la historia de un príncipe
pastelero, que se enfrentó a un dragón que no escupía fuego.
Fin.