Solo un deseo.
Entré en la biblioteca y cerré la puerta detrás de mí,
sintiendo el peso del cristal en la espalda.
— ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí?
Me sequé las lágrimas utilizando la rebeca del colegio
a modo de pañuelo y después la lancé con todas mis fuerzas contra una de las
mesas.
Al despertarme aquella mañana descubrí que Duque (mi enorme gato angora), se había hecho pis encima de mi mochila, lo que la dejó con un
olor muy desagradable.
¡Pero era mi única mochila!, así que tuve que aguantarme
y utilizarla ese día para llevar mis libros. Si tenía suerte, nadie se daría
cuenta y por la tarde, ya en casa, la limpiaría.
Pero no hubo suerte. Teresa que tiene el olfato de un
perro policía, tardó solo un segundo en notar el olor y apenas solo dos, en
darse cuenta de dónde venía.
— ¡Tu mochila apesta!— gritó sin preocuparse de que
estábamos rodeada por nuestros compañeros.
Todos se acercaron para oler la mochila y sus gestos
de asco confirmaron que no iba a pasar desapercibida.
En cuanto entro en clase la profesora, Teresa fue
corriendo a contarle el problema del olor y que tenía que irse la
mochila, yo o los dos. Todos mis compañeros estaban de acuerdo con ella; no
iban a aguantar seis horas en el aula, con una mochila que apestaba.
La profesora me hizo sacar todas mis cosas y la dejó
en el pasillo para que le diera el aire.
— ¡Aun puedo olerlo!— exclamó Ángel una hora después,
tapándose la nariz.
Todos le siguieron el juego imitando sus gestos de
asco. Fue entonces cuando empecé a llorar y ya no pude parar.
La profesora me pidió que saliera de clase, que fuera
al baño y me calmase; pero no le hice caso. Me vine a la biblioteca. Este era
el único sitio en todo el colegio, en el que sentía que nadie podía hacerme
daño. Además, a esa hora no había nadie allí; así que podía mirar tranquila las
estanterías y buscar algún libro interesante.
En esas estaba cuando escuché un fuerte golpe contra
la mesa que tenía justo detrás de mí. Di un salto tan grande, que casi me monto
encima del mueble.
Al darme la vuelta descubrí que había un libro sobre
la mesa. Me acerqué muy despacio, temiendo que pudiera pasar algo malo.
— ¡No seas tonta Clara!— me regañé, — solo es un libro
viejo.
Al agarrarlo vi que estaba cubierto de polvo y, a causa de eso,apenas
podían distinguirse las letras del título. Entonces, cuando pasé la mano por
encima para limpiarlo el libro se abrió solo de par en par, justo por la mitad.
De repente se formó un remolino de humo rojo del que
salían rayos y truenos. — ¡Casi rozaba el techo!
A los pocos segundos, el humo desapareció.
— No… no puede ser verdad— susurré sin creer lo que
veían mis ojos. — ¿Eres un genio?
— ¡Vaya!, ¿qué me ha delatado?— preguntó ese ser de
cuento, bajando hasta ponerse al nivel mis ojos. — ¿Los zapatos con final de
punta?, ¿o los pantalones bombachos?
— Ambos— tartamudeé.
— Todo es culpa del cine— afirmó a la vez que
chasqueaba los dedos para cambiar su ropa. Ahora llevaba zapatillas, vaqueros y
un jersey. — Seguro que también esperabas que saliera de una lámpara mágica.
De la impresión solo pude mover la cabeza para
asentir.
— Eso es porque yo no soy un genio como los de los
antiguos cuentos. Solo aparezco cuando alguien me necesita de verdad. Muy pocas veces mi casa ha aparecido con forma de lámpara. Ha tomado la forma
de una espada, de una vela de cumpleaños e incluso se ha transformado en un viejo televisor.
El genio me miró con sus grandes ojos morados. — He
visto lo que ha pasado con tu mochila, ¿te pasan cosas así muy a menudo?
Le conté al genio que sí: — por lo menos una vez a la semana
hago algo o me pasa algo, que me deja en ridículo ante mis amigos. Bueno… si es
que puedo llamar así, a quienes les encanta reírse de mí.
— Yo puedo concederte sólo un deseo para arreglar tu
problema; pero hay una regla: no puedes desear algo que ya poseas.
— ¿Sólo uno?— pregunté. — ¿Que ha pasado con los tres?
— ¡Eso es otro invento de la cultura popular!— gritó
soltando literalmente humo rojo de las orejas. — Solo puedes pedir un deseo y
no vale el truco de “deseo tener más deseos”.
— Es que ahora mismo no sé qué deseo pedir— afirmé, aunque no estaba siendo del todo sincera. Se me estaban ocurriendo
varios a la vez; a cada cuál más cruel:
— Podría desear que a Teresa le salgan verrugas por
toda la cara— pensé, — o que a Ángel se le llene el cuerpo de polvos “pica,
pica”. Así esta vez, se reirían de él.
Sin embargo, no fui capaz de pedir ninguno de esos deseos.
Odiaba que se rieran de mí; pero tampoco me gustaba la idea que le pasara lo
mismo a ellos y menos por mi culpa.
El genio parecía haber leído pensamientos, porque en
ese momento se elevó levitando unos centímetros por encima del suelo, extendió
los brazos y dijo:
— Cierra los ojos y mira en tu corazón. ¿Qué es lo que
quieres en realidad?
Hice lo que me dijo y la respuesta que soltó mi
corazón me sorprendió. ¡Ni siquiera titubeó!
— Un amigo o amiga de verdad— susurré.
El genio sonrió y sus ojos cambiaron de color. Ahora
eran azules como el cielo y ya no daban tanto miedo.
— Cómo he dicho antes, no puedo darte algo que ya
poseas.
— Pero yo no…
— Tu sí, Clara. — me interrumpió el genio. — Estabas
tan enfadada, que no has visto a quien no se ha reído de ti. A quién te ha
defendido y se ha enfrentado a los demás niños.
— ¿Quién?— pregunté intrigada.
— Lo sabrás en un momento— afirmó. — ya puedo escuchar
cómo viene corriendo.
Con un simple chasquido de dedos el genio volvió a su
forma original.
— ¡Espera!— le pedí cuando empezó a transformarse en
humo. — ¿Qué pasa con mi deseo?
— ¿De verdad lo necesitas?— me preguntó.
Negué con la cabeza y en un segundo, el libro y el
genio desaparecieron. La puerta de la biblioteca se abrió en ese mismo momento.
— ¡Al fin te encuentro!— exclamó Bea al verme. — ¡Te
he buscado por todas partes!
— ¿Y cómo sabías que estaba aquí?— pregunté a
sabiendas de que un poco de magia tenía la culpa.
— No lo sé— confesó. — Simplemente lo supe. ¿Habrán
sido mi superpoderes de mejor amiga?
Bea se rió a carcajadas por las ocurrencias de su
propia imaginación.
— Vamos de vuelta a la clase— dijo cogiendo mi
mano. — Ángel y los demás van a disculparse.
— ¿Cómo lo sabes?— pregunté.
Bea me apretó con fuerza la mano y sonrió.
— Por qué tendrán que vérselas conmigo si no.
Al salir de la biblioteca me hice la promesa de que
algún día le contaría esta historia a Bea. Después de todo, nadie me conoce
mejor que ella.
Rocío, que pasa??? Me haces llorar con tus cuentos, no!!! Esto ya es demasiado, que tu pluma se ha puesto finísima y chulisima y maravillosisima y yo que sé... Me ha llegado al corazón tu bello cuento, un besito
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