lunes, 4 de marzo de 2019

Las mil y una historias de Sol. Capítulo 8: El árbol solitario

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Rocío Cumplido González (c) 2019 #relatojuvenil

Capítulo 8: El árbol solitario

Si nana no se hubiera puesto en mi camino, habría llegado antes a casa de Sol. Aunque eso sí, a medio vestir: con los cordones de las zapatillas desatados y el pantalón vaquero medio colgando.

— Ya va siendo hora de que llaméis a la policía— escuché decir a Soledad, la hermana mayor de Mario, cuando al fin puede pasar al interior.

— Aún no. — objetó Mario con las manos entrelazadas en las de Diego. — No es la primera vez que desaparece durante un par de horas y luego siempre vuelve… nuestra niña siempre vuelve.

Al acercarme a la mesa del comedor, Mario alzó la vista y nuestras miradas se encontraron. Tenía los ojos hinchados, casi inyectados en sangre y aunque, en ese momento no podía distinguir claramente los de Diego, ya que no los apartaba del telescopio; supe que debían tener el mismo aspecto que los de su marido.

— Por favor, dime que sabes dónde está Sol— suplicó Mario.

Deseaba tanto decirle que sí y quitarle esa presión que debía estar sintiendo; pero no tenía la menor idea y algo en mi expresión tuvo que confirmarlo ya que, un segundo después Mario bajó la cabeza, rendido.

— Quizás esté en el lago, viendo como bailan los peces— opiné. — Le encanta ir a primera hora.

— Ha sido el primer sitio en el que hemos mirado— afirmó Diego sin apartar la vista del patio. — Esto ha sido culpa nuestra, teníamos que habérselo dicho antes.

En ese momento, Diego soltó las manos de Mario. Ambos las tenían coloradas. Se las habían apretado con tanta fuerza, que incluso se veían las marcas.

— Sol ya lo sabía— afirmé. — Lo sabe desde hace semanas, hasta había urdido uno de sus locos planes para impedir la mudanza.

Esa pizca de información hizo que Diego al fin desviara la vista y se fijara en mí. Sabía que estaba rompiendo la promesa que le había hecho a Sol; pero no soportaba la idea de que se culparan el uno al otro y acabaran… peleándose.

Acabé contándoles todo lo que Sol me había confiado: las sospechas por esas conversaciones a medias, la llamada que recibió Mario y los planes para impedirlo.

— A veces me da miedo lo lista que es esta niña— aseguró Mario posando su mano sobre el hombro de Diego.

— ¿Y sí voy a buscarla yo?— me ofrecí. — Está enfadada  y  no quiere que la encontréis; pero si me ve a mí solo, quizás salga de su escondrijo. Sol nunca iría a un sitio, al que no  conociera como la palma de su mano. Seguro que no está muy lejos.

Todos los presentes, excepto Mario y Diego,  me miraron incrédulos, quizás pensando: — ¿Te crees más listo que nosotros pequeño?

— Quizás sea la mejor opción — dijo Soledad, soltando la taza de té que tenía entre las manos. Todavía estaba llena, no le había dado ni un sorbo. — Para ella ahora mismo sois el enemigo: como el villano del comic o el malo de la película que ha venido a destruir el único mundo que conoce. Puede que el chico consiga que Sol entre en razón y la haga volver. Entonces podréis explicarle con calma, que todo esto es por su bien.

En cuanto Mario y Diego asintieron salí corriendo de la casa, sin ni siquiera percatarme con quién chocara o cuantos pies pisara.

— ¡Lo siento!— dije al toparme  con un muro de tela de algodón  y grasa justo a la entrada.

— No te preocupes— respondió el pescador alisándose la arruga de la camisa. — tengo más barriga de la que necesito.

Al día siguiente de que nos contara su historia, me volví a encontrar con él en el bar del pueblo y descubrí que su nombre era Javier. Aunque para mí, siempre sería el pescador. Una fuente inagotable de historias, que podría llenar cientos de cuadernos como el de Sol.

— ¿Sabes una cosa André?— preguntó el hombre con la mirada fija en el verde campo. — A veces, hasta los árboles necesitan compañía.

Sin decir nada más, el pescador desapareció  entre la multitud de vecinos que habían llegado a la casa y yo me quedé ahí parado; pensando a qué venía ese sin sentido.

Sin embargo, un segundo después, como si un hada madrina me hubiera tocado con su barita,  se me encendió la bombilla. Puede parecer una locura; pero aquella frase tenía todo el sentido del mundo: “a veces, hasta los árboles necesitan compañía”.

Mientras caminaba por el sendero de cabras, recordé que fue mi madre quién me habló sobre ese árbol.  Entonces pensé que ese era el peor día de mi vida; pero solo habían pasado tres semanas desde que mis padres me “abandonaran” en el pueblo de nana.
— Ese es el árbol solitario— afirmó mamá, cuando papá tomó con el coche el desvío que llevaba hasta el pueblo. Ella estaba intentando llenar el incómodo silencio, que nos había acompañado durante las tres horas de viaje y yo no estaba por la labor de ponérselo fácil. — Solía  ir mucho cuando tenía tu edad, para sentarme bajo su sombra y leer mis comics.

No había vuelto a pensar en sus palabras hasta entonces. Sin embargo, ahora que lo tenía a solo unos metros de distancia, no pude evitar pensar en que tenía razón.

— ¿Será consciente de que no hay nada más a su alrededor?— me pregunté. — Solo unos matojos de malas hierbas, que por culpa del calor se han vuelto de color marrón.

Me respondí a mí mismo diciéndome que seguramente el árbol lo prefería así. Lo más probable es que por ese motivo; aún esté erguido y de una pieza. Porque solo unos pocos se acercan.

Fue esa extraña lógica la que me convenció de que allí encontraría a Sol. Seguro que, al igual que con los vecinos más ancianos del pueblo, va a visitarlo para que no se sienta solo.

— ¿Qué haces aquí?— preguntó la más buscada colgada de un solo brazo, balanceándose en el árbol, tal cual mono en un zoo.

— Solo paseaba— mentí levantando la vista para asegurarme que no se me iba a tirar encima. — Me he levantado temprano para ir contigo al lago y ver  los peces; pero cuando he llegado a tu casa, me han dicho que te habías ido antes de que despuntara el alba.

Me senté en el suelo seco y agrietado, apoyando la espalda sobre el tronco. No podía pedirle a Sol que bajara, sabía que tenía que dar ese paso ella solita.

— ¿Están muy preocupados?— preguntó asegurando las manos en el tronco para poder bajar.

— ¿Eso era lo que querías ?— pregunté despreocupado. —  No lo sé— volví a mentir, — nunca se me ha dado bien descifrar a los adultos.

Cuando al fin llegó al suelo, Sol caminó  hasta el lado opuesto del árbol y se agachó para coger algo.

— ¿Cómo era posible  que esa fuera la primera vez que veía el famoso cuaderno?

Hasta ese momento; me lo había imaginado como uno de esos cuadernos viejos con páginas amarillentas, cosidas entre tapas de  cuero maloliente. Pero como suele pasar; a veces la imaginación, es más interesante que la realidad.

¡Era un simple cuaderno! Las tapas eran de cartón duro, de color azul claro y todo estaba unido con anillas de metal barato. Era como cualquier otra libreta que puedes comprar en una papelería o bazar.

— A veces vengo  aquí a contarle algunas de las historias— dijo extendiendo el cuaderno para que lo cogiera. — La gente siempre habla con las flores, cuando las riegan—dijo en defensa propia, al ver mi cara de sorpresa. —  Pero la gente nunca habla con los árboles.
— ¿No entiendo el por qué? ¿Es que no son plantas también?

— ¡Dímelo ya!— exclamó impaciente, sentándose a mi lado. — Están muy preocupados, ¿verdad?

— Mucho—admití mientras ojeaba las páginas por encima. Pude distinguir dos tipo de caligrafía y de alguna manera supe que era de Mario, a quién pertenecía aquella “S” tan artística.

— ¡Es que son unos cabezotas!—explotó poniéndose de pie, mirando al horizonte y dándome la espalda. — Además… ¿sabes que me dijeron?
Que en parte se alegran de lo que pasó en la feria, que gracias a chicos malos, he aprendido una valiosa lección:

“Vives en una burbuja mi niña y eso no está bien. El mundo es cruel y ya es hora de que aprendas a pelear en él.”

— ¿De verdad el mundo es así André?— preguntó dándose la vuelta.  Sol había pasado muchas horas intentando mantener las lágrimas a raya; pero la rabia que sentía en ese momento hacía imposible controlarlas. — ¿Nunca van a creer que ellos son mis papás?

No supe que decir, así que no dije nada. Solo me levante, la abracé y le permití que llorase hasta que se cansara.

— Tienes mucha suerte Sol—aseguré al cabo de un rato, cuando entendí que los sollozos habían parado. ؙ Tienes unos padres que te quieren, que se preocupan  por ti y que te aseguro, escucharán tu opinión. Eso hacen las familias de verdad y la tuya lo es. No importa lo que opinen los demás y si opinan; es solo porque te tienen envidia. Como yo.

En ese instante Sol despegó la cara de mi camiseta, ya empapada a causa de sus lágrimas y me miró extrañada.

— Tienes una familia perfecta, si la comparamos con la mía. Se rompe a pedazos cada día.

Ahora era yo quién intentaba, con todas sus fuerzas aguantar las ganas de llorar. Decir esa frase en voz alta me había dolido más, que en aquellas ocasiones, en las que solo lo había pensado. De repente, los problemas que tenía en casa se volvieron reales y me derrumbé. Caí de rodillas al suelo, ya no podía más.

— ¿Me prometes que si te cuento una cosa, no la escribirás en tu cuaderno?— ¿Ni le pedirás a tus papás que lo haga por ti?
Sol asintió.
— Prométeme que lo que te cuente aquí, quedará entre el árbol solitario, tú y yo. — Sol me lo prometió  y se sentó a mi lado sin mirarme. Así era más fácil:

— Hace seis meses mi madre se fue a un viaje de negocios a Madrid. Ella es publicista y tenía que reunirse con los directivos de una farmacéutica para crear una campaña de marketing a gran escala o algo así. La cosa es que en esa reunión había un abogado, que por casualidad había sido compañero de piso de mi padre en sus años en la universidad.

Los tres fueron muy buenos amigos en esa época; pero como suele pasar, la gente toma decisiones, elige un camino diferente y desaparece.

Según escuché decir a mi madre, aquél encuentro no estaba preparado y fue toda una sorpresa. Así que decidieron quedar esa noche para hablar de los viejos tiempos y bueno… esa noche no necesité escuchar más y me fui a la cama.

Entonces Sol me cogió de la mano, aún sin mirarme. Mientras yo, cogía un poco de aire y fuerzas para continuar:

— A partir de entonces, cada vez que escuchaba sus conversaciones, me enteraba de algo nuevo de la historia de mi madre. Como que ya engañaron a mi padre en los años de universidad. Se enamoraron entonces; pero no querían  hacer daño a mi padre  y entonces Carlos, el abogado se fue a hacer un Master al extranjero.

Mi madre le confesó a mi padre unos meses después de aquello, Carlos la llamó diciéndole que la echaba de menos y que volviera con él. Ella lo estuvo pensando e iba a decirle que sí, que compraría un billete de avión; pero entonces se enteró de que estaba embarazada de mí y decidió quedarse con mi padre, por mí bien.

Solté la mano de Sol,  me levanté y me sequé las lágrimas que se me habían escapado.

— ¡Ves!— exclamé intentando sonreír. — Es mejor que te digan que eres un bicho raro, a descubrir que eres el culpable de que tu madre nunca haya sido feliz.

— André… yo…— balbuceo Sol.
— Volvamos a tu casa— la interrumpí, a la vez que le devolvía el cuaderno. No me había dado cuenta; pero no lo había soltado en todo este tiempo. — Es muy tarde y estoy muerto de hambre. Además si no volvemos pronto, son capaces de montar un equipo de rescate.

Al igual que el día en que la conocí,  aceleré el paso para alejarme de Sol. De verdad pensé que en cualquier momento echaría a correr por el camino de cabras, para ponerse a mi lado. Sin embargo, esa vez no fue así. Sol se mantuvo a unos pasos detrás de mí, dejándome con mis pensamientos, solo.


Continuará

Pixabay

 


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