Pajarito
y el mundo.
Un soplo de aire empujaba las alas de
Pajarito, animándole a que las abriera y echara a volar. Sin embargo, en su
interior una voz le decía: “no abras las alas” … “te vas a caer, no lo hagas.”
— No puedes huir de la llamada del viento—dijo
su mamá al ver como temblaba. —Esto es lo que eres en realidad. Los pájaros
hemos nacido para volar.
— ¿Y si me hago daño? ¿o me atrapan?
—le preguntó. — ¿No te sentirías mal si algo malo me pasa?
— Nada malo va a pasarte si solo
confías en las aves—respondió juntando la cabeza con la del pequeño. — Tienes
que aprender a defenderte. Yo no voy a estar ahí siempre.
Entonces su mamá alzó las alas y echó
a volar, alejándose a toda velocidad.
— ¡Mamá, mamá! —gritó, pero ella ya no
podía escucharlo. Se había perdido entre los árboles del prado.
— ¿Y ahora qué hago?
Pajarito estaba completamente solo en
ese viejo árbol. Ya no quedaba comida y tampoco estaba su mamá.
— Seguro que pronto algo malo me va a
pasar.
—…Vuela—dijo el viento con un silbido.
El pequeño se tapó los oídos e intentó
no hacerle caso, pero este siguió insistiendo: — El mundo está lleno de cosas
maravillosas que ver. Si te quedas aquí te las vas a perder.
— ¿Cómo cuáles? —preguntó sin querer
prestarle atención.
— Como el amanecer en las montañas o
los delfines que nadan en el mar, ¡hay tantos lugares que podrías visitar!
Pajarito siguió buscando excusas para
no volar y entonces miro al cielo. Un buitre se movía en círculos por encima de
su cabeza. Como si quisiera bajar, pero aún no se atreviera.
— Mamá dijo que podía confiar en las
aves, ¿no?
Sin embargo, el buitre no tenía buenas
intenciones y Pajarito podía sentirlo.
Decidido a no convertirse en su
aperitivo, el pequeño extendió sus alas y contó hasta tres.
— 1,…
— 2,…
— Y….
Impaciente, el viento lanzó una ráfaga
de aire, haciendo que el pequeño perdiera el equilibrio y se precipitara al
vacío.
— ¡Como mola! —exclamó al abrir las
alas y alzarse sano y salvo hasta más arriba de la copa del árbol. —¿De qué
tenía tanto miedo?
El buitre se marchó decepcionado, al
ver que ya no podría atraparlo y Pajarito se apresuró en alejarse del
carroñero.
Al cabo de un rato, aterrizó cerca de
un riachuelo. Usando su pico, escarbó en la tierra buscando algún insecto que
se pudiera comer.
— Los más jugosos siempre están debajo
de las piedras grandes. —pensó.
Pero él era demasiado pequeño y aunque
lo intentó, no pudo moverlas ni siquiera un centímetro, ni si siquiera dos.
Las lágrimas empezaron a brotar sin
control. —¿Por qué me has dejado solo mamá?
Pajarito no se había dado cuenta, pero
sus sollozos habían llamado la atención de un viejo lobo.
—¿Necesitas ayuda?
El lobo se acercó al pequeño con
cautela y justo cuando estaba a su lado, justo cuando Pajarito pensaba que el
feroz animal se lo zamparía de un solo bocado, desvió la cabeza y empujó la
roca que había a su lado.
—¡Menudo festín te vas a pegar! —exclamó el lobo al ver tantas especies de insectos diferentes.
— ¡Corre, comételos ya!
¡se te van a escapar!
Los ojos del pequeño, bailaban entre
el festín de gusanos y los colmillos de ese lobo con pelo gris.
— Si tu no los quieres, me los como
yo— afirmo con un guiño. — Tengo un hambre feroz.
Pajarito no sabía por qué, pero había
algo en la mirada del lobo, que lo hizo confiar en él.
—
Así me gusta. —dijo el lobo al verlo comer. — El mundo es un lugar
peligroso. Necesitas alimentarte para estar fuerte y defenderte.
— ¿Entonces el viento me mintió?
—preguntó al tragar el último bocado. — Me aseguró que era un lugar
maravilloso.
— ¡Es que puede ser ambas cosas y aún
más! —respondió el lobo.
Su pelo gris no era muy frondoso y a
través de él, podían distinguirse varias cicatrices. Ese lobo no solo había
visto el mundo, lo había vivido.
— Puede ser maravilloso, peligroso,
inquietante, sorprendente. —continuó hablando. — Predecible e impredecible.
Nada parece lo que es y a la vez, todo lo es.
Pajarito no había entendido todo lo
que le dijo. Sin embargo, por primera vez, quería hacerlo. Quería conocer el
mundo, entenderlo y aprender.
— ¿Sería eso lo que su mamá quería para el?—se preguntó. — Si sigo volando, quizás algún día la encuentre y pueda preguntárselo.
A la mañana siguiente, Pajarito se
despidió del lobo y volvió a emprender el vuelo. Aunque esta vez, lo hizo con
menos miedo.
Rocío Cumplido
González.
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