Eras atrás, cuando el mundo recién empezaba
a formarse, un enorme cometa cayó desde el cielo, hundiéndose por completo en
el suelo del recién nacido planeta Tierra. ¡Y gracias a Dios que lo hizo! Pues
antes de aquello en la Tierra no era posible que la vida surgiera.
El cometa cayó en una zona completamente
desierta, donde una pequeña semilla sedienta y seca agonizaba bajo la tierra
agrietada. El cometa esparció su magia por todo el planeta haciendo posible que
la vida comenzara a germinar: Las aguas fluían cada una por su caudal y las
plantas empezaron a florecer. Pero fue aquella pequeña semilla la que más magia
recibió, ya que el cometa justo encima de ella se estrelló.
De aquella semilla nacieron brillantes
raíces que se clavaron con fuerza en el suelo y, poco a poco, casi sin esfuerzo
alguno, un árbol muy especial emergió de aquel solitario lugar. Ese árbol era
un manzano.
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Este manzano vio al mundo crecer, vio a la
especie humana evolucionar, observó como los humanos éramos capaces de crear
cosas maravillosas y como, de la misma manera, con incluso si cabe mayor
facilidad, destruíamos todo lo que con tanto esfuerzo habíamos creado.
Con el pasar de los años el manzano
desarrolló la habilidad de hablar y de comunicarse con los seres humanos. Le
contaba historias a todo aquél que le quisiera escuchar: contaba historias
sobre el pasado del planeta, sobre los actos de sus antepasados, tanto los
buenos como malos, y a los niños les contaba cualquier cuento que ellos
quisieran escuchar. Tarea bastante sencilla para el árbol, ya que conocía todos
y cada uno de los cuentos escritos o hablados.
Pronto la voz se corrió: hombres, mujeres y
niños venían de cualquier lugar, sin importar cuan lejos estuviera su aldea o
ciudad, para escuchar todas las historias que el manzano tenía que contar. El
manzano en verdad disfrutaba de la compañía de los humanos, incluso les dejaba
recostarse en sus raíces para echarse la siesta cuando estos estaban muy
cansados después de un largo día de trabajo.
Un caluroso día de verano, cuando el sol
estaba en el punto más alto del cielo, un jornalero que trabajaba en los campos
de sandía cayó desplomado sobre una de las raíces del mágico árbol. Éste agitó
con brío sus hojas y dejó caer una jugosa y dulce manzana roja. El jornalero,
que estaba hambriento y sediento a la vez, cogió la manzana y se la comió
entera, dándole apenas tres bocados. De pronto, el jornalero se sintió mucho
mejor: Ya no sentía ni hambre, ni sed. Sus piernas, antes débiles y cansadas,
estaban ahora fuertes y vigorosas y también sintió como una poderosa energía
recorrió todo su cuerpo curando todas sus heridas.
El jornalero, con las fuerzas renovadas,
viajó a todos los pueblos de la comarca y les habló a sus habitantes sobre las
propiedades mágicas de las manzanas que colgaban del árbol contador de
historias.
Miles de personas fueron entonces a visitar
al manzano; pero ya no lo hacían para escuchar sus relatos sino para arrancar
de sus ramas las milagrosas manzanas. El manzano aterrorizado trató de
explicarles que le estaban haciendo daño, que no necesitaban quitárselas a la
fuerza, que él se las daría encantado si se las pedían con gentileza; pero los
humanos ya no le podían escuchar.
Durante días y noches los hombres
estuvieron arrancando el extraordinario fruto del árbol hasta que al final las
manzanas dejaron de brotar. Cada hombre, mujer y niño se fue de vuelta a su
hogar dejando al manzano completamente solo. Las ramas del árbol, que antes
eran frondosas, ahora lucían sin hojas y su tronco, antaño fuerte y robusto,
estaba ahora débil y agrietado. El manzano decidió que nunca más volvería a
contar historias: se quedaría para siempre callado y vería los años pasar
camuflado como un árbol cualquiera más.
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Los años, los siglos y los milenios
transitaron y el mundo cambió a su alrededor: El manzano vio como sus hermanos
árboles morían para dejar sitio a nuevas construcciones tan altas que incluso
llegaban a tapar el sol. Al final, sólo él parecía haber sobrevivido a la
expansión de la especie humana; pero eso estaba a punto de cambiar.
Dos hombres con traje y corbata hablaban
junto a él, haciendo planes sobre una nueva construcción:
—La piscina irá justo aquí. Quedará genial
con las vistas de la sierra de fondo— dijo uno de los hombres.
El ahora viejo manzano no podía creer lo
que estaba escuchando. ¡Aquellos humanos iban a destruir unos de los pocos
parajes naturales que aún quedaban en la zona! ¡Y él no podría hacer nada para
remediarlo!
De pronto, una pequeña niña apareció y
empezó a juguetear a su alrededor:
—¡Allegra, ten cuidado y no te alejes
demasiado!— dijo el padre de la niña, mientras se alejaba para hablar con el
arquitecto, de su futura casa.
La pequeña Allegra jugaba sonriente con las
margaritas blancas y amarillas que nacían a los pies del viejo árbol. El
manzano no pudo evitar emocionarse, pues aquella linda niña le hacía recordar
tiempos mejores. Tiempos en los que los árboles lucían verdes, fuertes, y el
cielo brillaba con aquel precioso color azul, ahora manchado con el humo de las
fábricas.
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El árbol pensó que ya era hora de volver a
hablar, pues quizás esa sería su última oportunidad. Con cuidado de no asustar
a la niña, el árbol agitó sus ramas y entonces una dulce brisa se escuchó.
Intentando no alzar demasiado la voz, el manzano se presentó a la niña y
comenzó a contarle la historia de su vida.
Allegra, asombrada; pero no asustada,
escuchó la historia del manzano con atención y justo cuando el manzano terminó
de contar el relato, su padre la llamó:
—¡Venga Allegra, tenemos que irnos!
La pequeña Allegra se despidió del manzano
y le prometió que volvería pronto para seguir escuchando sus historias.
Esa noche el viejo y maltrecho árbol cerró
los ojos contento, pues por un instante recordó lo feliz que le hacía contar
historias a grandes y pequeños.
Días después Allegra volvió; pero el
manzano ya no estaba. En su lugar solo había un enorme agujero donde sus padres
construirían la piscina de su futura casa. Allegra, triste y con lágrimas en
los ojos, se acercó al lugar donde el manzano solía estar y allí, podrida y
medio enterrada, encontró una manzana.
La niña corrió hasta donde su padre estaba
y le pidió por favor que le ayudara a sembrar el hueso de aquella manzana, para
que así un nuevo árbol pudiera brotar en su nuevo hogar.
Su padre aceptó ayudarla encantado y juntos
buscaron el lugar más apropiado. Enterraron el hueso de manzana cerca del lugar
donde se construiría su nuevo hogar para que Allegra pudiera ver al manzano
crecer.
Desde aquel día Allegra cuidó del árbol y
en pocos años un nuevo manzano empezó a emerger del suelo.
¿Y quién sabe? Quizás algún día este
manzano desarrolle la habilidad de hablar y cuente a las futuras generaciones
cuentos e historias geniales de cómo el mundo cambió y evolucionó a un mundo
mucho mejor.
FIN
Rocío
Cumplido
Rocío este cuento tuyo es sumamente hermoso, conmovedor y lleva una gran lección, yo, como amante de la naturaleza te agradezco que levantes la voz por aquellos que no pueden hablar para despertarnos de nuestro letargo y ser mejores para crear un mundo mejor ... excelente cuento!!! xoxo, eliz
ResponderEliminarGracias Eliz, siempre es un placer leer tus comentarios. Bss Roro
ResponderEliminarUna vez mas me sorprendio y emociono tu cuento Rocio, ademas de ser una gran leccion! Un beso!!
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