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domingo, 7 de octubre de 2018

Las mil y una historias de Sol. Capítulo 6

18:26:00 2 Comments

(c) 2018 Rocío Cumplido González.


Capítulo 6: El cuento del mago y el pescador.

— ¡No puedo creer que me hayas mentido!— gritó mamá, soltando de mala manera su bolso de “Bimba y Lola” sobre el maltrecho sofá de nana.

— ¡No exageres Elena!— respondió nana exasperada. — ¡No fue para tanto!

— ¡¿Qué no fue para tanto?!

La pared que separaba el salón de la cocina se convirtió en un punto de espionaje improvisado. Mamá estaba realmente enfadada porque no le habíamos contado nada sobre el traspié de nana y el enterarse por una tercera, solo empeoró su mal humor.

— Y que me haya tenido que enterar por  Margarita… ¡Tú vecina!

— Será cotilla la muy… — susurró nana acercándose a la ventana, para asegurarse de que estaba bien cerrada.

— Una buena mujer, eso es lo que es— seguía relatando mamá. — Si no fuera por ella y su hijo, yo seguiría en la inopia.

Antonio, el hijo de  Margarita y mi madre son “amigos” en Facebook, aplicación que este inocentemente utilizó; para preguntarle a mi madre sobre el estado de salud de nana tras su caída.

Mi madre alarmada, le llamó inmediatamente y tras ponerse al día de toda la situación, habló con mi padre para contárselo todo:

— Tengo que volver al pueblo Fernando— le aseguró, exagerando un poco demasiado. — ¡Nana y André me necesitan!

Y entonces me entró el pánico:

— ¿Dónde estaba papá?

— ¿Por qué no había venido con ella?

— ¿Seguirán juntos o….?

—    ¿Es que crees que no te conozco?— preguntó mamá a nana, haciéndome salir de mis pensamientos. —  Esa noche cuando te llamé discutimos y seguramente para evitar pensar en lo que te había contado, te pondrías a limpiar. ¡Haces lo mismo cada vez que te enfadas?

—    ¿Y  esperabas otra cosa?— preguntó nana con sorna. —    ¿Pensabas acaso que me alegraría por ti? —    ¡Claro!— se respondió así misma nana con falso regocijo— ¡Me encanta ver como mi única hija va por la vida cuesta abajo y sin frenos; sin ni siquiera pensar en los trastornos que puede causarle a las personas más cercanas!

— ¿Y qué pretendes que haga mamá? ¿Qué me sacrifique?— Su voz era solemne, cómo si aquello fuera una sentencia de muerte. — ¿Quieres que siga en un matrimonio en el que ya no hay amor, sólo por mi hijo?

Por un instante el tiempo se detuvo y pude notar el vacío entre cada latido de mi corazón. No podía más; tenía que salir de allí y  alejarme de sus voces tanto como me fuera posible. Entonces, sin previo aviso, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos apareció Sol y ese día; descubriríamos una historia que nos cambiaría para siempre a los dos.

— ¡Buenos días nana Nati! ¿Dónde está André? Le necesito para una misión súper secreta.

— ah hola…

Intentando aparentar normalidad, nana hizo la oportuna presentación. Yo aproveché la ocasión y salí de mi escondite para entrar en el salón cómo si acabara de llegar.

— ¡Hola André!— exclamo Sol, sin darse cuenta de lo incomodo que me sentía en ese momento.

— Necesito que me acompañes al lago— con una expresión algo misteriosa, me cogió de la muñeca e hizo que me agachara. —  ¡Nos vamos de caza!

Tanto mi madre, como nana estuvieron de acuerdo en que me fuera con Sol. Supongo que  era porque así podrían discutir a gusto, sin miedo de lo que yo me pudiera enterar…

   ¡Vaya par de ingenuas!— pensé. — ¿Cuándo se darán cuenta los adultos de que los menores de dieciocho, no tenemos ni un pelo de tontos?

La verdad es que fue un milagro,  que no me atropellara un coche cuando cruzamos la carretera para coger el sendero. Iba mirando al suelo, sin estar pendiente de nada. Bueno, eso no es del todo cierto… de vez en cuando miraba por el rabillo del ojo a Sol, quien caminaba a mi lado como un fantasma.

— ¿Te ha comido la lengua el gato de Don Claudio?— pregunté para romper el silencio.

— ¿Eh? A no, le esquivé esta mañana en la plaza — respondió con una media sonrisa. — ¿Esa era tu madre?

— En carne y hueso— respondí. Sol asintió con la cabeza, afirmándose a sí misma un pensamiento secreto que al parecer no iba a compartir conmigo.

— ¿Por qué vas tan deprisa?— pregunté unos segundos después.

Al tener once años se supone que yo debería ser mucho más rápido; pero me estaba costando Dios y ayuda  mantener su paso. En las anteriores ocasiones en las que habíamos ido juntos al lago, casi había tenido que ponerme de rodillas y suplicarle que aligerara el paso:

   ¡Te paras más que un autobús de línea!— le grité una vez, por detenerse a observar una hormiga.

   ¡Pero mírala André!— me reclamó. — Lleva a cuestas un trozo enorme de gominola. ¡Esta noche  se ponen las botas!
 
Sin embargo, hoy andaba a paso rápido y ligero, como si se le acabara el tiempo y aquello que quería cazar, fuera lo que fuese, se iba a escapar.

A sólo unos pasos de llegar al lago, Sol me agarró con fuerza el brazo y tiró de mí para que la siguiera a través de los matojos secos.

— ¿Por qué vamos por aquí?— pregunté mientras intentaba sortear las espigas.


— Para que no nos vea llegar— me respondió, sin ni siquiera girarse.

Antes de pudiera preguntar “quién” no debería vernos, Sol alzó la mano y me hizo señas para que me agachase.

— ¡Aún no se ha marchado!— exclamó aliviada.

— ¿Pero de quién hablas?— pregunté enfadado. Esa mañana, a causa del calor había tomado la terrible decisión de ponerme  pantalón corto. Decisión de la que ahora me arrepentía. — Si me hubieras avisado, me hubiera cambiado y no tendría las piernas llenas de arañazos. ¡Mira, hasta estoy sangrando!

— ¡Shhhhh! — Sol me hizo señas para que me acercara y entonces pude ver de quién se trataba. Era el huraño pescador.

— ¿Ves ese libro negro que tiene apoyado en el suelo, justo a su lado?— me preguntó Sol en un susurro. — Vamos a bajar por la ladera muy despacio y lo cogeremos prestado un rato.

— ¡¿Tú estás mal de la azotea?!

Sol me tapó rápidamente la boca con su mano, ya que mi pequeño grito había causado que unos pájaros salieran volando asustados.

— ¡Me dijiste que íbamos de caza!— le regañé, a la vez que retrocedía unos pasos para evitar ser vistos. — ¡No mencionaste nada de robar un libro!

— ¡Shhhh!— siseo de nuevo Sol. — Vamos a cazar una nueva historia para mi cuaderno. Sólo cogeremos “prestado” el libro un rato. ¡El tiempo justo para echarle un vistazo!

— ¿Vas a arriesgarte en meterte en un lio, sólo por un libro?

Sol me miró muy ofendida, como si hubiera dicho una mentira cochina. No obstante, desde mi posición eso era lo que  parecía, sólo un libro.

   Papa Diego siempre dice que un libro es algo más que unas cuantas páginas atrapadas juntas entre dos tapas de cuero o cartón. Dice… “Un libro es la puerta a un universo nuevo y al leerlo; todas sus maravillas salen al descubierto.”

Antes de darme tiempo a pensar en lo que me acababa de decir, Sol me contó su plan para hacerse con el libro del pescador:

— En algún momento tiene que picar algo ¿verdad?

Asentí impaciente sin decir nada… — ¡Esta niña esta majara!

— Esa será nuestra señal, ya que en cuanto uno pique, el pescador se levantará y nosotros aprovecharemos su despiste para bajar a toda velocidad. Cogeremos el libro en un pis pas y saldremos pitando por ese sendero, el que empieza al lado de aquel olivo tan  viejo. ¿Ves? Será coser y cantar. — ¿Qué podría salir mal?

    ¡Todo podría salir mal!— exclame intentando controlar como pude los decibelios de mi voz. ¿Y sí nos pilla, se enfada y nos hace daño?

Haciendo oídos sordos a mis advertencias Sol se agachó, haciéndome señas  para que hiciera lo mismo y me fijara en lo que en ese momento estaba haciendo el pescador:

— ¡Mira André!

El hombre, que debía ser ya mayor (no tanto como nana; pero casi) soltó la caña de pescar, dejándola apoyada sobre el cubo de cebos para, seguidamente agacharse y coger el libro.

Por algún motivo que entonces no entendí movió la silla plegable y  la dejó mirando hacia nosotros.

— ¡Agáchate!— le pedí a Sol mientras yo me tumbaba en el suelo.

— ¡No seas tonto André!— exclamó sin hacerme el menor caso.

Más por curiosidad que por otra cosa, decidí despegar la nariz del suelo y lo que descubrí me dejó sin palabras: Sol estaba equivocada, aquello no era un libro. Al menos no uno convencional. En realidad lo que el pescador tenía entre las manos; era un álbum.  

Aunque no alcanzaba a verlo con claridad, si conseguí apreciar que en cada página había pegadas no solo fotos, si no también recortes de periódicos.

— ¡Podéis acercaros sin miedo!— dijo el hombre sin levantar la vista del álbum. — Sé que soy bastante feo; ¡pero os aseguro que no muerdo!

— ¿Nos está hablando a nosotros?— le pregunté a Sol, aunque ambos sabíamos la respuesta:

— ¡No hombre, le hablo al panadero que pasa por aquí todos los días!— respondió el pescador, ahora sí alzando la vista. — El problema de este sitio es que tiene eco. Así que aunque habléis muy bajo, se os puede escuchar desde lejos.

Mientras bajaba por la ladera, sentía como mis mejillas ardían a causa de la vergüenza: el pescador nos había estado escuchando todo el rato y ahora sabía que habíamos planeado (corrijo… ¡Sol había planeado!) quitarle el libro,

— Así que vosotros sois los niños del pueblo: el chico de ciudad y la niña torbellino. ¿De verdad pensabais robar mi libro?

   Yo… emmm, nosotros…— tartamudeé.

   La idea fue mía señor pescador— respondió Sol, asumiendo toda responsabilidad. —  le he visto varias veces ojeando ese libro en el bar del pueblo y ya no podía aguantar más la curiosidad… ¡Necesito verlo!

A causa del eco, la risa del pescador resonó por toda la explanada. Ya no parecía el señor huraño que nos habíamos imaginado y entonces; el falso miedo que nos causaba  su imponente imagen, desapareció en un instante.

— Acercaos y os lo enseño.

Nos sentamos en el suelo, frente a él. Gracias al rocío de la mañana, la hierba aún se sentía fresca, lo que alivió bastante la sensación de calor.

— Esta foto la hice cuando viaje al círculo polar ártico— empezó a decir girando el álbum para que pudiéramos verlo mejor. — En aquella época trabajaba como fotógrafo para un periódico y siempre me estaban mandando a sitios raros y exóticos. Una vez incluso tuve que pasar por una cuerda con un equilibrista. ¡Estábamos a seiscientos metros de altura!

— ¿Y eso por qué?— interrumpió Sol.

— Porque así tendría la mejor perspectiva— contestó sacando la foto del álbum para enseñárnosla.

Y allí estaba el equilibrista pasando por una fina cuerda entre las montañas, con el mar de fondo. La imagen en conjunto impresionaba, aun siendo en blanco y negro.

— Eran los años cincuenta y en aquella época no era una práctica común el revelado de imágenes a color— comentó leyendo mis pensamientos.

   ¿No me diga que conoció al  gran mago Houdini?— preguntó Sol, señalando uno de los recortes de periódicos.

   ¡Vaya, no sabía que parecía tan viejo!— exclamó el pescador riendo. — Por desgracia el gran Houdini ya estaba haciendo magia entre las estrellas cuando yo nací. Este recorte pertenecía a mi padre. Le encantaba el circo, los magos, el ilusionismo y coleccionaba noticias que tuvieran que ver con eso. Incluso tenía artículos en otros idiomas. Era tan grande su pasión, que no le importaba no entender lo que decían.

   Creo que puedo ayudarle con este— dije acercándome para leerlo bien. — Aquí dice… “Houdini será atado con una camisa de fuerza esta noche, pasada la madrugada: El artista del escapismo Harry Houdini será atado en una camisa de fuerza y colgado, con los pies completamente inmovilizados a unos 150 metros de altura esta noche a las 12:30 en la avenida Pensilvania.”

— Tuvo que ser impresionante— aseguré.

— Seguramente lo fue— afirmó el pescador cerrando el álbum. — Pero yo conocí a un mago que era casi mejor.

— ¿Quién?— preguntó Sol, a sabiendas de que el pescador iba a darle lo que había venido a buscar.

— Cuando era pequeño  mi padre y yo leímos en el periódico, que en dos semanas un circo estaría ofreciendo su espectáculo; en una ciudad pequeña muy cerca de donde vivíamos. La verdad, es que no sé quién se emocionó más: si mi padre o yo;  porque no paramos de hablar del tema en dos semanas. Mi madre estaba tan harta ¡que incluso nos amenazó con echarnos de casa!
Lo malo es que hicimos muy mal los cálculos y al final solo pudimos ahorrar dinero para que uno de los dos viera el espectáculo.

   Entra tu hijo— dijo mi padre ofreciéndome la entrada.

   No papá— respondí. — No quiero entrar sin ti.

   Tienes que hacerlo— me apremió. — Nunca has estado en un circo.

   Tu tampoco…

   Pero yo ya soy mayor y viejo— respondió agravando el tono de su voz. — Además, los trucos de magia solo funcionan en los ojos de aquellos, que ven la grandeza en los actos pequeños. Vamos, entra de una vez mi pequeñín. Yo te espero justo aquí.

Triste y sin entender muy bien lo que me acababa de decir,  le di mi entrada al payaso que controlaba el acceso y entré sólo en la carpa.

Mentiría si os dijera que no disfruté del espectáculo. Lo hice; sobre todo cuando apareció el mago:

¡Y ahora mi querido público, empieza el espectáculo que estabais esperando! ¡Venido desde la lejana tierra de Croacia llega el gran mago Aleksandar!

El público rompió en aplausos en cuanto apareció: lo recuerdo alto y de aspecto fuerte; pero sobre todo recuerdo su truco final.

 — “No quiero terminar este espectáculo sin hacer a este magnífico público un regalo; pero para eso tendréis que confiar en mí. Voy a pediros que cerréis los ojos y pidáis un deseo. Si pedís el deseo con el corazón lleno de bondad, os aseguro que muy pronto se cumplirá. Puede que incluso antes de que volváis a abrir los ojos.”

Todo el mundo cerró los ojos en cuanto el mago Aleksandar lo pidió. No tuve que pensar mucho en mi deseo. Lo tenía tan claro, que incluso pensé que podía olerlo.

— ¿Qué deseo pediste?— preguntamos impacientes.

— Pedí algo que creía imposible; pero resulta que la magia si que existe y con ella, ningún deseo es imposible. Deseé que mi padre estuviera allí conmigo y cuando abrí los ojos ¿sabéis qué? ¡Estaba sentado justo a mi lado!

Cuando salimos le pregunté a mi padre como lo hizo. Una parte de mí no se terminaba de creer que el deseo se hubiera cumplido.

— ¿Y qué te dijo?— Sol estaba tan encantada con la historia, que no se había dado cuenta de que el pescador también se había sentado en la suelo. — Mi padre, juró y per-juró que no tenía ni la menor idea de cómo acabó sentado a mi lado: — te aseguro que no lo sé. Yo estaba fuera de la carpa esperando y de repente, se escuchó un ¡ZAS! y aparecí a tu lado.

Estuvimos con el pescador un par de horas más escuchando sus historias, hasta que el rugido de nuestros estómagos nos indicó que se acercaba la hora del almuerzo.

— La historia del mago y el pescador ha sido la mejor, ¿No crees?— pregunté a Sol, cuando cogimos el sendero para volver a casa. Sin embargo, Sol volvía a estar muy callada. Tenía la mirada fija al frente. Ni siquiera pestañeaba y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba aguantando las lágrimas.

— ¿Se puede saber qué te pasa?— pregunté un poco molesto. — ¡Hemos conseguido la historia del pescador!

— Si, lo sé, es qué…. Ya sólo tengo que encontrar una historia más para llegar a las mil y entonces todo acabará.

— Siempre puedes empezar un cuaderno nuevo — afirmé intentando animarla. — y si no encuentras más historias que escribir,  no te preocupes. El verano que viene, cuando vuelva te contaré cientos de historias nuevas.

Algo pareció romperse dentro de Sol; porque ya no pudo parar las lágrimas y sus ojos se convirtieron en dos cataratas:

— Para entonces yo ya no estaré aquí— sentenció. — Al final del verano mis padres y yo nos mudaremos a otro pueblo y lo más seguro, es que nunca  volvamos a vernos.


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Continuara


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sábado, 7 de julio de 2018

Las mil y una Historias de Sol. Capítulo 3.

18:19:00 2 Comments
 (c) 2018 Rocío Cumplido González

Capítulo 3: ¿De tal palo, tal astilla?

Sol vivía a la entrada del pueblo, al lado de la carretera de acceso, donde una línea en el suelo separa el asfalto nuevo del más viejo.

Para llegar a su casa había que pasar forzosamente por un taller, cuya fachada cubrían unos ladrillos rojos que era imposible no ver.

— ¿Pero qué haces?— pregunté al verla agacharse para pasar por debajo de la ventana.
— ¡Shhhhh! Habla más bajo o me pillarán —
— Creo que ya es tarde para eso

Cómo no miraba por donde iba, Sol no se dio cuenta de que alguien salía por la puerta del taller. Levantó la vista y sonrió a quién se interponía en su camino. Al ver su barba y sus vaqueros sucios, cubiertos de serrín, supe que tenían que ser de la misma familia.

— Hola papá Mario— saludó Sol mientras se ponía derecha. — ¿Te has recortado otra vez la barba?— ¡Estás muy guapo!

Sol intentó pasar de largo, como si nada hubiera pasado; pero su padre la cogió por detrás del cuello de la camiseta, obligándola a dar media vuelta.

Pasaron unos segundos mirándose en silencio, como si hablaran en un lenguaje secreto. Me recordaron a esos peces del lago que parecían bailar, al son de una música que nadie más podía escuchar.

— Vas a llamar a la señorita Maite y le pedirás perdón, ¿capichi?
— Capichi— contestó Sol con la mirada en el suelo. Su padre le hizo levantar la cabeza y la besó en la frente.
— Si te esforzaras con las matemáticas, tanto como en encontrar historias para tu libreta de cuentos…

Tras ajustarle un poco las coletas a su hija, el hombre de gruesa barba marrón se me acercó:
—Así que tú eres el muchacho del que mi hija no deja de hablar. Soy Mario, encantado de conocerte.

Me sorprendió ver como extendía su mano y la sostenía en el aire esperándome.
— ¿Es que me vas a dejar colgado?— preguntó al cabo de un rato.

Le estreché la mano con algo de torpeza y sin mucha fuerza. Por primera vez en mi vida un adulto me trataba como a un igual y eso me gustó.

—Si mamá estuviera aquí— pensé. — La obligaría a que  me escuchara y le diría que no puede decidir por mí, que tengo derecho a opinar.

— Yo André— conseguí decir.

— ¿Ya ha vuelto la rebelde?— preguntó un hombre, sacando la cabeza por la ventana del taller. — Íbamos a llamar a una patrulla de rescate; pero luego pensamos que volverías en cuanto tuvieras hambre.

Unos segundos después aquel hombre de pelo rubio y rizado salió de la capintería; y tal  y cómo había pasado un momento antes, extendió su mano para saludarme.

—  ¡Así que tú eres el famoso André!— exclamó, exagerando un poco con la voz. — Yo soy Diego, el padre de este pozo sin fondo. Un consejo… nunca la invites a comer nada ¡sale muy cara!

— ¡Papá Diego!— exclamó Sol avergonzada.

— ¡Ja! atrévete a decir que no es verdad —  dijo su papá mientras cogía a Sol para montarla sobre sus hombros.

— Vamos André acompáñanos a casa, te invitamos a una granizada.
—Yo… no se moleste, gracias, no hace falta.

No sé qué me pasó. Un rato antes tenía muchas ganas de conocer la casa de Sol; pero en ese momento me sentí tan avergonzado, que solo quería correr a casa para encerrarme en mi cuarto.

— No es ninguna molestia— afirmó Mario.
— Vamos no te hagas el remolón— añadió Diego. — Además, tenemos que compensarte por aguantar a este bichejo malcriado. Seguro que ya te ha aplicado el sexto grado.

Ahí entendí de quién había sacado Sol  su poder de convicción. Diego también sabía poner esos ojos de cordero degollado. Me fijé en que eran verdes, con manchas marrones.

— ¡Por fa!— me pidió Sol poniendo esa carita de “no me puedes decir que no”. — Tenemos granizadas de naranja, limón y fresa.

Finalmente acepté. Admitámoslo… ¡a esta niña es imposible decirle que no!

Nada más entrar me quedó claro que esta familia no sabía lo que era una pared. Todo estaba a la vista. Entrabas y ahí tenías la cocina. Al otro lado el comedor y apartada en un rincón, un televisor cubierto de polvo.

— No solemos encenderla en verano— comentó Mario al ver hacía donde estaba mirando.

— Ahora el cielo estrellado, es el mejor espectáculo— dijo Sol señalando las puertas de cristal que llevaban hacía el jardín trasero. A través de ellos pude ver que tenían un telescopio grande, de color azul.

— Esta noche hay Luna llena— aseguró Diego. — Si nana Nati te deja, puedes venir a cenar. Aprovecharemos para observar la Luna, contar estrellas y descubrir constelaciones nuevas.

— ¿Constelaciones nuevas?— pregunté sorprendido. — ¿No están todas descubiertas?
— ¡Para nada!—aseguró con una sonrisa. — En el universo hay mucho más de lo que a primera vista se puede apreciar. Solo tienes que saber a dónde mirar.

En cuanto terminé la granizada de limón me fui a casa para buscar a nana.

— ¿Y de verdad quieres ir? — me preguntó nana como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

Me encogí de hombros sin decir una palabra. La verdad era que ni siquiera yo sabía lo que quería. Aquellos tres eran una familia que se adoraba y eso en el fondo me repateaba.

— Tu madre ha llamado hace un rato— dijo nana observándome. — Me ha dicho que  te diga que te llamará más tarde, que hay algo importante que quiere comentarte.

De repente sentí que algo me oprimía el pecho. Me ahogaba, como si estuviera bajo el agua y no pudiera respirar:

— No, no, no, no podía ser.
— ¿Ya?
— ¿Tan pronto?
— No, no, ¡imposible!
— Apenas ha pasado una semana ¿Cómo puede haberse decidido ya?
— ¿Es tan cobarde que va hacerlo por teléfono?
— ¡No va a decírmelo a la cara!
— ¡No quiere saber lo que pienso!

Cuando quise darme cuenta, nana estaba delante de mí, abrazándome.

— Respira profundamente André— dijo apartándose para mirarme.
— Eso es, ahora inspira.
— Aguanta un momento… un, dos, tres, expulsa todo el aire.

Cuando se aseguró de que respiraba con normalidad, se levantó. No me había dado cuenta de que estaba en cuclillas. Al hacerlo cerró los ojos y se masajeó la rodilla. Estaba claro que aún le dolía.

— ¿A dónde vas? — pregunté agarrándola con fuerza de la muñeca. — No quería que se marchara, no quería estar solo, la necesitaba.

— Tranquilo André— dijo acariciándome la mejilla. — Sólo voy a traerte un vaso de agua.

La solté al mismo tiempo que aguantaba las lágrimas. Me sentía tan estúpido:

— Idiota— me regañé a mí mismo. — Soy el rey de los idiotas. En cuanto llame mamá, nana se lo contará y sabrá que no han podido ocultarme la verdad.

De repente, me di cuenta de que no había tenido ningún ataque de ansiedad desde que llegué al pueblo. Desde que no estoy con ellos.

No pude evitar que aquello me hiciera recordar mi primer ataque de ansiedad. No estoy seguro de qué horas eran. Solo que era tarde, de madrugada y que estaba en la cama cuando sus voces me despertaron.

— ¡Quieres no hablar tan alto Fernando! ¡Vas a despertarlo!
— ¡Ja! ¿No me digas que ahora te importa André?— escuché preguntar a mi padre.
— ¡Por favor Fernando baja la voz!— le suplicó mi madre. — No quiero que André se entere, no todavía.

Pero sí que me enteré. Me enteré de todo escondido detrás de la puerta que unía el comedor, con el pasillo que llevaba a los dormitorios.

Mi madre le admitió algo a mi padre. Una terrible verdad que me negaba a aceptar y mucho menos recordar. Aunque eso nunca me impidió volver a mi escondrijo para escuchar sus discusiones.

Casi siempre hablaban de ellos. De su relación, sus sentimientos; pero también de mí, de como aceptaría los cambios que estaban por venir.

— Elena, por favor— escuché decir a mi padre unos días antes del viaje. — No puedes tomar esta decisión tan a la tremenda. Tomémonos un tiempo. ¿Por qué no nos vamos de vacaciones? ¿Por qué no intentamos arreglar lo nuestro?

Dejé mi puesto de espionaje antes de escuchar, que yo no estaba incluido en ese paquete vacacional, del que mi padre no dejó de hablar en los días siguientes.

Se le veía tan ilusionado. Como si aquel viaje fuera a arreglarlo todo. Yo los miraba a ambos e intentaba averiar, a cuál de los dos me parecía más.

— ¿Soy tan optimista como papá? ¿O tan decidida como mamá?

Me bebí el vaso de agua de un trago y encendí el televisor. Tenía que alejar como fuera, esos recuerdos de mi cabeza. En eso los dibujos animados eran lo mejor (al menos para mí). Ellos habían sido mi salvación. Me hacían viajar a otros mundos a los que; el miedo a las llamadas de mi madre y la ansiedad, no podían llegar.

Creo que esa tarde nana entendió también que lo necesitaba, porque no me pidió que cambiara el canal, ni lo apagara.

— ¿Vas a ir al final a cenar a casa de Sol?— me preguntó aprovechando que empezaban los anuncios.

— No tengo ganas— respondí sinceramente. — Creo que me voy a ir pronto a la cama.

En estos días había aprendido a leer las miradas de nana y esta decía claramente “sería bueno que te despejaras”; pero por una vez, decidió no decir lo que pensaba.

— Seguramente ya se están preparando para cenar— aseguró. — El número de su casa está al lado del teléfono. Llama y avisa de que no vas a ir.

El teléfono de nana era prehistórico. Parecía una calabaza. — ¡Hasta era de color naranja!— Además, tenía una rueda en el medio con muchos agujeros en la que había que meter el dedo.

Antes de descolgar, intente recordar cómo funcionaba. Nana me lo explicó; pero la verdad… no le preste mucha atención.

— Tengo que descolgar, meter el dedo en el número y….

El teléfono empezó a sonar.

“Ring, Ring, Ring”
“Ring, Ring, Ring”
“Ring, Ring, Ring”

No me hizo falta que a esta chatarra le faltara un identificador de llamadas, para saber que era mi madre. Siempre llamaba antes de cenar.

Tenía que haberlo cogido. Tenía que haberle dicho todo lo que pensaba de ella. Pero no tuve valor. Entré en la cocina para decirle a nana que había cambiado de opinión y me fui corriendo a casa de Sol.

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Continuara

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