¡Solo es un juguete!
Bajo la luz de la
luna y el brillo de las estrellas, cientos de hadas se reúnen para contar
cuentos, historias y leyendas.
Una vez que
terminan salen volando y viajan por este mundo, y a los mundos que los humanos
aún no hemos llegado.
Tú como siempre, has
caído en el más profundo de los sueños. No te has dado cuenta de que un hada ha
entrado por el hueco de la ventana y ahora, está sentada en una esquina de tu
almohada.
Va a narrarte la
historia que otra hada le contó. La historia de Laro y el juguete que deseaba
tener; pero nunca pidió.
******************
Laro corrió por las calles empedradas del pueblo, tan rápido
como sus piernas le permitían ya que, cuanto antes llegase a la panadería y
recogiera el mandado, antes podría ir a donde de verdad quería.
— ¡Mira por donde pisas!— le regañó el zapatero cuando
sin darse cuenta, el niño aplastó un par de zapatos que tenía expuestos en la
puerta.
Sin detenerse Laro se disculpó, aunque ya estaba dando la
vuelta a la esquina y el zapatero ni se enteró.
Al cruzar la plaza Mayor sus pies pasaron de correr a
volar. Nada, ni nadie le podría parar.
Excepto un hombre que salía en ese momento de la
panadería. Chocó contra Laro, consiguiendo que cayera de espaldas y se hiciera daño
contra las piedras de la calzada.
— ¡Lo siento mucho!— se disculpó enseguida, ayudando a
Laro a ponerse de pie. — Iba pensando en mis cosas y no te he visto.
— ¿Qué le ha hecho al niño?— quiso saber el panadero,
quien lo había visto todo y salió a socorrerlo. — Seguro que querías robarle el
dinero. ¡Al ladrón!, ¡al ladrón!
Asustado ante la idea de ser apresado, el hombre salió disparado
calle abajo, perdiéndose entre la multitud de vecinos que muy ocupados; daban
los últimos retoques a las cabalgatas de los tres reyes magos.
— ¡Estos mendigos!—refunfuñó el panadero. — No saben hacer
otra cosa que pedir o robar dinero.
Laro intentó explicarle que no había pasado nada de eso;
pero el panadero no le escuchó. A él le gustaba más su propia versión, así que
el niño se limitó a recoger el roscón de reyes y decirle adiós.
De nuevo en la calle, Laro fue directo a su lugar favorito
en todo el pueblo. Solo tenía que pasar por el bar del viejo Romeo, cruzar la
calle delante de la casa con la puerta azul y allí estaba, la juguetería “Mundo de sonrisas”. Se quedó con la nariz
pegada al escaparate y sus ojos se iluminaron cuando se encontraron al fin, con
el juguete que deseaba tener; pero que nunca se atrevía a pedir.
— ¿Por qué todos dicen que no es para niños?— pensó sin
perder de vista a la muñeca. Dentro de la tienda, una niña jugaba con ella y se
la veía tan contenta.
— Porque han olvidado lo que se siente— respondió alguien
a su espalda.
Al girarse por el susto, Laro descubrió al hombre con el
que había chocado al llegar a la panadería.
— Siento mucho lo de antes— se adelantó al decir mientras se fijaba en la muñeca que Laro
quería. La niña la había puesto de nuevo en la estantería. — Solo quería
pedirle algunos mendrugos de pan duro para el camello de mi amigo Melchor; pero
el panadero me dijo que no.
El hombre rió y a los pocos segundos Laro le acompaño;
sin estar muy seguro de si aquello era verdad o no.
— ¿Qué es lo que han olvidado?— preguntó el niño una vez
que se sentaron en la acera.
Con delicadeza, el hombre sacó del bolsillo de su
chaqueta un pequeño muñeco fabricado con pinzas de tender la ropa y trozos de
tela.
— Han olvidado lo que se siente cuando eres pequeño y
solo quieres jugar. — respondió entregándole el muñeco al niño. — Cuando no
sientes vergüenza, porque sabes que un juguete solo es un juguete y nada más.
Laro sintió como sus mejillas se ponían coloradas. No se
atrevía ni a mirar al hombre a la cara.
— Tengo que volver a casa ya— afirmó el chico devolviéndole
el muñeco y recogiendo el roscón.
Laro regresó a su casa sintiéndose muy mal y se prometió,
que no volvería a la juguetería a ver a la muñeca nunca jamás.
***********
Al día siguiente, en la plaza Mayor, todos los niños y
niñas se abrían paso hasta la primera fila. Los magos de Oriente estaban a
punto de llegar y ya no aguantaban más.
— ¡Queremos que
vengan ya!
Laro también estaba allí; aunque un poquito más atrás.
—
¿Por qué no quieres ponerte delante?— preguntó preocupado su padre.
El
niño le mintió diciéndole que ya era muy mayor para eso. No quería admitir la
verdad y esta era; que aún sentía vergüenza de que alguien descubriera que
quería una muñeca.
—
¡Ya vienen!, ¡ya vienen!— gritaron varios niños desde la fuente.
La
carroza de Baltasar fue la primera en llegar; lanzando cientos de caramelos,
que los vecinos del pueblo recogieron con los paraguas del revés y bien
abiertos.
La
siguiente fue la de Gaspar y pasó más o menos igual; pero fue Melchor quién más
llamó la atención.
El
rey mago iba caminando, acompañado de varios pajes que le ayudaban a repartir
regalos.
—
¿Eres tú de verdad?— preguntó Laro al paje real que le entregó su regalo.
Aquel
paje era exactamente igual, que el hombre que había conocido el día anterior
frente a la juguetería.
Sin
decir nada el hombre sonrió, le guiño un ojo y se marchó.
Las
manos de Laro empezaron a temblar. Estaba seguro de que debajo de ese papel tan
bonito estaba la muñeca que quería tener; pero no se había atrevido a pedir.
Laro
no aguantaba más la curiosidad.
—
¿Será ese el regalo?, ¿será ese de verdad?
El
niño aprovechó que su padre estaba entretenido charlando con un viejo amigo, para
escabullirse hasta un callejón cercano.
—
Aquí nadie me verá abrir mi regalo.
Fue
entonces cuando se dio cuenta, de que allí también había una niña. Lloraba
escondida detrás de unas cajas de cartón.
—
¿Estás bien?— preguntó apoyando la mano en su hombro.
La
niña, quien pensaba que allí nadie la iba a encontrar, se levantó y se alejó
asustada de Laro.
—
¿No os habéis burlado ya bastante de mí?— le reclamó llorando.
En
aquel momento, Laro se dio cuenta de que la niña tenía entre sus brazos un
precioso coche de carreras.
—
Ese no es un juguete para niñas— dijo sabiendo que al momento se arrepentiría.
—
¿A si?, ¡no me digas!—gritó molesta. — ¡Me pregunto quién se inventó semejante
tontería!
Entonces,
Laro recordó las palabras del hombre misterioso que conoció el día anterior.
—
Seguramente, fue alguien que se olvidó de que un juguete solo es un juguete y
nada más.
Decidido;
el niño abrió por fin el regalo que el paje real le había entregado y esa era:
la muñeca que deseaba tener; pero le había dado vergüenza pedir. Aunque esta
tenía un pequeño accesorio que no había visto en la juguetería.
Dentro
de la caja, junto a la muñeca, había otro muñeco algo más pequeño. Hecho con
pinzas de tender la ropa y trozos de tela.
—
¿Quieres jugar conmigo?— preguntó Laro tendiéndole la mano.
Y
así fue como los dos niños corrieron
juntos a la plaza, para jugar delante de todos y sin sentir vergüenza, con una
muñeca y coche de carreras. Ellos solo se preocuparon de disfrutar de la tarde y
jugar. Saben que un juguete, solo es un juguete y nada más.
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